Netflix acaba de estrenar la segunda temporada de Dear White People, ficción satírica sobre la vida de una universitaria afroamericana en una reputada casa de estudios. Posiblemente el mismo nombre de su protagonista, Samantha White, sea la primera de las ironías de una ficción que mete el dedo en la llaga con asombrosa lucidez sobre la integración racial en los Estados Unidos. La serie creada por Justin Simien está en línea con Atlanta de Donald Glover, otra ficción que se refiere a la cuestión negra con un desprejuicio y compromiso por fuera de las etiquetas. En este caso una chica –mitad– negra tiene un programa de radio incendiario desde el que inquieta a esos “queridos chicos blancos”. Activista mediática, bomba sexual, una veinteañera sincericida que busca su identidad en un contexto complejo. 

En estos episodios, la heroína interpretada por Logan Browning sirve de enlace entre los diversos personajes que pueblan el campus de Winchester. ¿Cómo se los designa? “La chismosa que cree ser blanca”, “El Che Guevara de la moda”, “el personaje negro de la sitcom blanca”, “el gay malicioso”, “El cineasta caucásico que se pregunta todo el tiempo si es racista”, entre otros. Así en cada capítulo se destripa a uno de ellos. Incómodamente actual, entretenida sin ser superficial, maliciosamente pop, la creación de Justin Simien sufrió más de un cachetazo por haber sido interpretada de manera demasiado literal. 

¿Qué hizo el realizador? Tomó toda esa energía negativa y la sumó a esta temporada en lo referido al ascenso de la derecha alternativa. “Hay un montón de temas, pero al final del día trata sobre un grupo de chicos que tratan de averiguar quienes son en un mundo que no fue necesariamente concebido para ellos. Los conocimos en la primera temporada y ahora se trata de honrar su camino y su diversidad”, explicó Simien.