Ellas bailan solas

Las chicas de Emma Cline (Anagrama). 

Traducción: Inga Pellisa.

Emma Boyd vive en un pueblito californiano y a los 14 años se fascina con Suzanne, una chica apenas mayor, en un momento donde la edad y el desprejuicio pueden ser el rito de pasaje a una vida diferente. Emma advierte que mientras las adolescentes se dedican a leer artículos de belleza, los varones salen a la ruta a buscar aventuras. ¿Qué ocurre si ella hace lo mismo? Esta novela de iniciación está ambientada en 1969, con hippies que corren descalzxs. Claro que el amor libre no les impide andar con cuchillo entre los dientes: el texto está inspirado muy libremente en una comunidad similar a la que lideró Charles Manson a fines de los sesenta (también en los crímenes que cometieron). Al poner punto final a su novela, Cline tenía 24 años. Su madurez narrativa consiste en contar una historia con ritmo de vértigo, donde las mujeres pueden ser dulces, salvajes, asesinas y hermosas sin pedir permiso.


Las brujas

Las cosas que perdimos en el fuego de Mariana Enriquez (Anagrama).

“Las quemas las hacen los hombres. Ahora nos quemamos nosotras. Pero no nos vamos a morir: vamos a mostrar nuestras cicatrices”, le dice una chica a otra en el cuento que da título a este volumen. Allí, un grupo de mujeres toma la decisión de rociarse con nafta en vez de morir en manos de novios o maridos. Esa subversión evidencia los femicidios actuales pero también, la trama histórica que justifica y apaña esos crímenes. Aquí, los niños pobres son objeto de asesinatos atroces y las niñas ricas desaparecen en casas embrujadas. Las adolescentes explotan de locura en lugares que alguna vez fueron centros clandestinos de detención. El horror acecha debajo de la piel dura de lo cotidiano y lo enrarece. En eso radica la fascinación que ejercen los cuentos de Enriquez, traducidos a más de veinte idiomas y que sitúan a esta escritora donde debe estar: entre las mejores de habla hispana.


Escalofrío

El hada que no invitaron (Obra poética reunida 1985-2016) de Estela Figueroa (Bajo la luna).

“Hay momentos en que mi cuerpo me parece/ una casa abandonada.// Y no sé si soy yo/ o es mi fantasma/ que ha entrado en él/ por error”, escribe esta autora santafesina, nacida en 1946. Aquí se incluyen por primera vez los tres libros que publicó (casi inhallables hasta ahora) junto al más reciente, Profesión: sus labores, que permanecía inédito. Estos textos evocan la intensidad de los mundos pequeños que florecen en los márgenes. También, su exquisita irreverencia. En una entrevista reciente, Figueroa citó a Emily Dickinson, quien decía que cuando sentía un escalofrío era porque estaba ante un buen poema. Lo mismo se aplica a su obra, que desde el espacio doméstico se expande para evocar las ausencias personales y políticas, los amores fallidos, la maternidad capaz de convertirse en plenitud pero también, en vacío. La poesía de Figueroa es bella e incómoda, hecha para señalar las heridas por debajo de cualquier fiesta animada.

 


Desarma y sangra

Black out de María Moreno (Literatura Random House).

No, escribir no siempre es desnudarse. Al menos, no en un sentido mimético, como si se tratara de la vida misma. “En la literatura, la sangre sólo sirve para hacer morcillas”, advierte Moreno en un texto que es a la vez artefacto performático. Allí entran la confesión y el periodismo, la biografía, la autoficción, el ensayo. Este libro tiene un origen posible en aquel texto sobre su vínculo con el alcohol que apareció en la revista Latido. De allí hasta acá, el alcoholismo y la sangre que escapaba de su cuerpo producto de una endometriosis son líquidos que en su cauce –y en su barro– traen evocaciones literarias como las de su amada Colette; memorias políticas sobre los sesenta y setenta, y retratos incidentales de artistas y periodistas como Gumier Maier, Miguel Briante, Charlie Feiling o Norberto Soares. A la vez que narra su vínculo con esos varones, Moreno se construye y se desarma, crea una identidad queer que se burla de cualquier binarismo. Y tal es la potencia de su voz, que quien queda al desnudo no es ella sino quien decida leerla.


De herir y sanar

La materia de este mundo (Gog y Magog). 

Traducción y compilación: Inés Garland e Ignacio Di Tullio 

Salto del ciervo (Malón Malón). 

Traducción y compilación: Patricio Foglia y Natalia Leiderman. 

Ambos de Sharon Olds.

Que este año se hayan editado por primera vez dos antologías bilingües con poemas de Olds es una gran noticia. Más aún, que ambas reúnan textos de ocho libros publicados por la autora californiana desde 1980 hasta acá (el primero fue el mítico Satan says y el último es Stag’s leap, de donde toma el título el libro de Malón Malón, que puede descargarse gratis en el sitio del mismo nombre). Los libros están acompañados por prólogos –de Victoria Scholnik y de Paula Jiménez España– que ponen en perspectiva poemas donde figuras parentales, sexo, maternidad y deseo construyen una poética corrosiva, capaz también de una profunda vulnerabilidad; por ejemplo en versos como “Dormí ahora, Sharon,/ dormí. Incluso mientras hablamos, el trabajo se está/ haciendo por dentro. Naciste para sanar/ Dormí y soñá pero no con su regreso.// Ya que no lastima, herilo, en tu sueño”. Como señala Jiménez España, el feminismo atravesó desde el comienzo su obra, “buscando liberarla de las cadenas que atan a la elección de un lenguaje y un imaginario neutrales, sumisos al poder patriarcal”. 

 

 


Clics modernos

Vernon Subutex 1 de Virginie Despentes (Literatura Random House). 

Traducción: Noemí Sobregués.

Si la escritura de Despentes parecía reservada para feministas y personas LGBT, esta novela quiebra esa convención. No tanto por su estructura –construida con voces personajes que casi son arquetipo de una burguesía derechizada hasta la náusea– sino porque ahí está la mirada aguda de la escritora y activista francesa, autora de Teoría King Kong. A los 50 años, Vernon debe cerrar su tienda de discos y queda, literalmente, en la calle. Hace poco, el suplemento Soy publicó una entrevista genial donde Despentes observa que crear un personaje varón le ahorró dar explicaciones sobre sus desenfrenos, algo que hubiera sucedido con una protagonista femenina. La autora tiene tanta sintonía fina con el mundo actual que no necesita teorías rebuscadas para hablar de racismo o cambios culturales. Mejor, se mete en la piel de machos homofóbicos y frágiles, mujeres trans y jóvenes que consideran punk abrazar el Islam como causa. La novela, primera parte de una trilogía, narra el pasaje violento del mundo del siglo XX a éste, desde el punto de vista de quienes conocieron ambos.


Todo sobre la nada

Una nihilista de Sofia Kovalévskaya (Mardulce). 

Traducción: Natalia Litvinova.

“Mi más ardiente deseo es ser útil a una causa: ¿qué debo hacer?”, se cuestiona Vera Barantsova, joven protagonista de Una nihilista, escrita en 1890. Su autora, Sofia Kovalévskaya, se hizo esta pregunta en varias oportunidades. Como respuesta, se transformó en la matemática rusa más sobresaliente del siglo XIX. Nacida en 1850, a los 23 años obtuvo su doctorado: fue la primera mujer en la historia con semejante logro. Al mismo tiempo, amaba la poesía y la literatura. Discutía sobre estos temas con varios camaradas; entre ellos, Karl Marx. También fue la primera catedrática en la Universidad de Estocolmo y aún, editora de revistas de divulgación científica. Algo de esto se cuenta en una novela iniciática donde Vera defiende la igualdad de género, el compromiso político y el derecho de cada mujer a no ser propiedad de nadie. Una nihilista recupera una de esas voces silenciadas que le han permitido al feminismo llegar hasta acá.

 


La trama de la memoria

M Train de Patti Smith (Lumen). 

Traducción: Aurora Echevarría.

¿De qué materia están hechos los recuerdos? A partir de esta tesis poética, Smith construye las vías de un tren que, más que ir hacia adelante, va hacia lo profundo. La poesía siempre le importó aún más que la música o en todo caso, las dos son parte de una voz única: la suya. De allí que éste sea un libro donde Rimbaud y Sylvia Plath conviven con un último encuentro fortuito con Lou Reed y con una versión de “Wonderful world” de Louis Armstrong que escapa de una radio justo el día en que Smith debe asistir al entierro de su marido, Fred Sonic. Para ella cada evocación, pasada por el tamiz de la escritura, se convierte en una forma algo nostálgica pero siempre vital de reinventar el mundo. A punto de cumplir 70 años, en este nuevo libro de memorias las referencias literarias y las geográficas –con su amado café ’Ino, de Nueva York, como centro- son los hiatos en los que descansa de a ratos mientras escarba la tierra de su propia sombra.