PáginaI12 En Francia

Desde Cannes

“Finalmente, después de 25 años de hacerse y de no hacerse... un film de Terry Gilliam” es lo primero que se ve y se lee en los títulos de apertura de The Man Who Killed Don Quixote, la película maldita del director de Brazil, que hace un cuarto de siglo que viene sufriendo catástrofes de todo tipo y que el sábado por la noche será el film de clausura de la 71 edición del Festival de Cannes, luego de la ceremonia de premiación. Problemas de guion, de financiamiento, de locaciones, de actores y hasta de desastres naturales y meteorológicos, que destruyeron una escenografía entera, fueron impidiendo una y otra vez que el ex Monty Phyton pudiera llevar adelante un proyecto que se convirtió en su obsesión personal, hasta volverlo “tan loco como Don Quijote mismo”, según declaró el propio Gilliam. 

Cuando comenzó a imaginarlo, el realizador tenía 52 años. Hoy tiene 77 y viene de sufrir un episodio cardíaco, porque el final no estuvo exento de suspenso y sufrimiento. El productor portugués Paolo Branco, uno de los más prestigiosos del cine europeo de los últimos tiempos, y que fue quien dos años atrás aquí en Cannes, junto a Gilliam, se comprometió a llevar a buen puerto del film, planteó un mes atrás cuestiones de derechos y llevó el caso a la justicia francesa, que in extremis autorizó el pase aquí en Cannes y el estreno en toda Francia, el miércoles próximo. Pero se supone que la demanda de Branco contra Gilliam seguirá en otros territorios, por lo que El hombre que mató a Don Quijote sigue siendo la película maldita que siempre fue. Se sabe que varios distribuidores internacionales no se animan a tomar un film que le puede costar más en abogados que lo que puede llegar a recaudar en la boletería.

Mientras tanto, el Festival de Cannes celebró el fallo de la justicia de su país y emitió un durísimo comunicado contra Branco, quien fuera un aliado durante décadas y a quien hoy han declarado (como en su momento hicieron con el director danés Lars Von Trier) “persona non grata”, retirándole incluso su credencial y las de todos los miembros de su compañía productora. “Nos da mucho gusto que esta película tan especial, y desde cierto punto de vista tan difícil en la carrera del gran artista Terry Gilliam, sea presentada por primera vez ante los periodistas, asistentes al festival y profesionales del mundo entero en el Grand Amphithéâtre Lumière. El cine ha recuperado sus derechos. El Festival es y seguirá siendo un espacio único de libertad”.

Libertades, a su vez, no le faltan a The Man Who Killed Don Quixote, la única película de todo el festival que en esta edición el periodismo pudo ver con 24 horas de antelación a su proyección oficial. De las innumerables versiones y adaptaciones cinematográficas que ha atravesado la obra de Miguel de Cervantes Saavedra, esta juega con el cine dentro del cine y empieza no casualmente con una superproducción fallida del Quijote. El director (interpretado por Adam Driver) escapa del set en busca de inspiración y recuerda un pequeño film amateur que hizo muchos años antes sobre el mismo asunto, con actores no profesionales. Y es allí cuando tropieza con quien fuera su protagonista, un viejo zapatero (Jonathan Pryce), que luego de aquel rodaje olvidado enloqueció y desde entonces cree ser el Ingenioso Hidalgo de la Mancha. Y que confunde al director con su fiel escudero Sancho Panza.

El personaje no tardará en arrastrar en su locura a todos quienes lo rodean, empezando por el propio director, por supuesto, lo que le permite a Terry Gilliam dar rienda suelta a su imaginación, no tan desbordante como la de sus films más famosos y que –al menos en su punto de partida– le debe bastante al Quijote que entre 1955 y 1972 (otro caso maldito, que debería hacer del personaje de Cervantes un auténtico “jettatore” del cine) Orson Welles nunca pudo concluir. En el film de Welles, del cual se han visto desde entonces diferentes versiones, la idea era la de colocar al caballero y su escudero en el contexto de la España contemporánea, un contraste que Gilliam utiliza en el comienzo de su film, el más vivaz y divertido. Pero luego el director abandona esa veta para adentrarse en la pura fantasía y convertir a su Quijoteen una suerte de farsa lisérgica, plena de comentarios cáusticos sobre el mundo de cine mismo, con sus productores mafiosos y sus estrellas veleidosas. Se diría que lo mejor del film es el extraordinario Jonathan Pryce, que tiene en su mirada no sólo el brillo auténtico de la locura sino también el del encantamiento del Quijote.

Con respecto al palmarés, que está a la vuelta de la esquina, hay este año un abanico muy amplio de películas dignas de recibir los premios mayores, tan superior es esta edición de la competencia oficial con respecto a la del año anterior. Por la sala Lumière, el templo mayor del festival, han pasado excelentes films, de los que ya se ha ido dando cuenta en estas mismas páginas: Le livre d’image, de Jean-Luc Godard; Lazzaro felice, de la italiana Alice Rohrwacher; Un asunto de familia, del japonés Kore-edaHirokazu; Tres rostros, del iraní Jafar Panahi; BlacKkKlansman, de un Spike Lee nuevamente en forma; As his Purest White, del chino Jia Zhangh-ke. A esa lista generosa hay que sumar ahora Burning, del coreano Lee Chang-dong, su primer largometraje desde el ya lejano Poetry, presentado aquí mismo en competencia en Cannes 2010, y que vuelve a demostrar el talento de un cineasta de un rigor formal y una fuerza expresiva fuera de lo común. Sin embargo, hay múltiples indicios que señalan que la ganadora de la Palma de Oro de este año puede llegar a ser Capharnaüm, un tremebundo drama social dirigido por la libanesa Nadine Labaki, que se ganó una ovación de quince minutos en la función oficial.

Capharnaüm tiene todo lo que se necesita para ganar el Oscar de Hollywood a la mejor película extranjera, y por qué no, también el premio mayor de Cannes: niños de la calle, inmigrantes ilegales, miseria extrema, violencia doméstica, abuso de niñas menores. La directora de la comedia aleccionadora Caramel (2007) y de la alegoría político-musical ¿Y ahora a dónde vamos? (2011), ambas presentadas aquí en Cannes, pero fuera de concurso, decidió oscurecer su paleta de colores y ponerle música grave a sus imágenes. Quizás varios de los integrantes del jurado descubran aquí –por primera vez, en el lujo de Cannes– cómo se vive y se muere en la miseria y esa impresión los lleve a otorgarle a Capharnaüm el premio mayor. La última palabra, sin embargo, todavía no está dicha.