Cuando era adolescente, Mariana Michi se quedó sin voz. Fue por una disfonía reiterada a causa del esfuerzo vocal, según el “otorrino”. Cantar era lo que más le gustaba, lo que motorizaba su deseo. Por eso se había metido de lleno en el coro del colegio y en cuanto taller musical encontrara. Pero tuvo un problema en las cuerdas vocales por usar mal la voz. Entonces empezó a estudiar canto y ahí se le abrió otro mundo. “Empecé a flashear con el cuerpo, con el instrumento y con el poder de la voz”, recupera.

“Estoy todo el tiempo auto-percibiéndome y siendo muy consciente de los sonidos y las sensaciones. Es una fuente de placer muy grande cantar libremente, entregarse sin obstáculos”, dice sobre su herramienta principal. “Trabajé con muchos maestros que me ayudaron a honrar mi voz, a trabajar desde la paciencia y no desde la autoexigencia auditiva. De adolescente quería cantar como Norah Jones. Pero me costaba mucho ver lo que yo tenía para dar, valorarme.”

Hace algunos años, cuando también se estaba quedando sin voz --o sin cosas para decir--, decidió dar un giro rotundo. Se separó de su pareja, dejó un trabajo de secretaria que tuvo durante nueve años y eligió apostar a lo creativo: poner todas las fichas en la música, tomar riesgos y moldear su primer disco solista. Cayó el valiente es el resultado de un proceso personal de mucho movimiento hacia adentro y hacia afuera. “Tengo sed, ¿hace cuánto tengo sed?”, canta en No somos reyes, y el disco sigue ese hilo conductor.

“Fue un momento bisagra zarpado”, lanza la cantautora de 30 años. “Cuando empecé a preproducir el disco fue el momento en que cambió todo. Me di cuenta de que venía en un automático de querer hacer algo de una manera, en un lugar, con una persona, con mucha exigencia, y se caía por todas partes. Me enfermaba todo el tiempo, no me sentía cómoda con mi deseo y no terminaba de decidir a qué quería jugar. No quería seguir en una situación de seguridad pero de infelicidad. Y por suerte las cosas cambiaron.”

Ese empoderamiento creativo se refleja en su primer disco como Mariana Michi. Porque la fortaleza del trabajo no hubiera sido posible, además, sin el camino transitado en proyectos grupales muy disímiles, como Chilo y Landa (canción acústica), Miau Trío (swing jazz), Mugre (trío de punk) y Ocho (experimental). Es que el espíritu colectivo es una de las virtudes de este disco, que tuvo cuatro productores.

“Es un lujo trabajar con amigos y músicos que admiro un montón”, celebra. Se refiere a Lucy Patané, Nahuel Briones, Santiago Adano y Juan Valente. “Estuve muy implicada en todo el proceso, fue una experiencia ardua pero linda. Todos ellos, al igual que yo, tienen muchos proyectos. Se me ocurrió producir pocos temas con varios porque pensé que eso optimizaría el tiempo. Pero después me encontré con que fue una experimentación zarpada, fuimos cinco productores... ¡una locura!”

Mariana se encargó de la producción de la apertura del disco, Ruidos programados, una canción con sintes y programaciones bien definidas que desafía las expectativas. Porque la cosa va por otro lado, y no precisamente por la línea de la “electrónica”. Lo suyo son canciones vestidas con instrumentos acústicos y apariciones sutiles de sintes y guitarras eléctricas que generan un ambiente. Pero el eje está puesto en la canción y, claro, en su voz. Como en la preciosa Ahí vive, una especie de vidala a dos voces con Sofía Naara Malagrino. O la magnética Cayó el valiente, construida a partir de haikus.

* Sábado 14 de julio a las 21 en J.J. Circuito Cultural, Jean Jaures 347.