Lorena Vega empezó a estudiar teatro a los quince años. A los dieciséis, la profesora la invitó a actuar en una obra. Desde entonces lleva estrenadas alrededor de treinta piezas teatrales, casi una obra por año, lo que da como suma una vida en escena. En ese camino actuó, dirigió, enseñó y estuvo en proyectos de buena parte de los directores más interesantes del teatro porteño: Mauricio Kartun, Alejandro Catalán, Mariano Pensotti, Matías Feldman, Gustavo Tarrío, Guillermo Cacace, Mariano Tenconi Blanco, Santiago Gobernori y otros. En escena es una tromba, una morocha intensa de ojos gatunos y voz grave, de terciopelo. Sus personajes siempre son modulaciones de esa belleza y esa fuerza. En este momento se la puede ver en Yo, Encarnación Ezcurra, un unipersonal escrito por Cristina Escofet, en el que el personaje le sienta como anillo al dedo. Se trata de la recreación poética de los últimos días de quien fue la mujer de Juan Manuel de Rosas. Parece casi la contrapartida impensada a la muy elogiada El farmer, donde Pompeyo Audivert encarnaba a un Rosas ya viejo, recitando las palabras que alguna vez escribió Andrés Rivera. Lorena Vega es aquí su mujer en el declive, la agonía de una vida igual de política que acallada, ignorada, lejos de los libros de Historia y, mucho más, de los escenarios teatrales. 

Este año se reestrena con nuevos bríos y sala llena porque su interpretación, además de ser acompañada por la crítica y el público, no pasó desapercibida para los laureles: se llevó el Premio ACE  a Mejor Actriz en Unipersonal, el Luisa Vehil a Mejor Actriz, además de ser un trabajo destacado en la categoría de Actriz, de los Premio Teatro del Mundo. Lo que se dice un gran momento de reconocimiento, después de un extenso recorrido. Condensación y un nuevo desplazamiento: el mismo que la hace brillar cada noche en escena y la lleva siempre adelante. 

Cine como en el teatro

El 2017 entonces, pareció ser su año: hizo su primer protagónico en cine –El año del león de Mercedes Laborde, que está girando por el mundo y muy pronto llegará a nuestras pantallas–, por primera vez le puso el cuerpo a un unipersonal con Yo, Encarnación Ezcurra y encabezó uno de los mayores sucesos de público del off: Todo tendría sentido si no existiera la muerte, de Mariano Tenconi Blanco. Allí era el corazón de la  obra interpretando a una maestra de pueblo que al borde de la muerte se decidía a actuar una película pornográfica. La pieza duraba además tres horas de duración en los que el tiempo se esfumaba.

Pero mucho antes de todo esto, Lorena Vega creció en una familia humilde en el barrio de Flores, en la que el teatro era completamente ajeno. Su primer imagen vinculada a eso es una salida a la Feria del Libro, en compañía de los padres de una amiguita del barrio que “eran más jóvenes, y culturales.” Allí, vio una obra por primera vez: “Lo que recuerdo es el impacto enorme de que exista algo tan bello y emocionante”. Pasó casi una década hasta que algo de eso le llegara otra vez. 

Ella cuenta: “En mi casa no se veía teatro, pero sí películas. Las figuras del cine me resultaban familiares, las veíamos en la tele los ciclos de sábados por la tarde. Tengo dos influencias: por el lado de mi mamá y su hermana me llegó Hollywood, ellas eran fanáticas de ese cine, siempre valorando cómo vestían, enamoradas de los galanes, consumidoras de clásicos que tengo muy presentes y evoco para actuar. Y después por el lado de mi papá y su madre, me llegó la farándula local. Eran tangueros, sabían de actores y cantantes. Los domingos cuando almorzaban se ponían a decir dónde vivía cada artista, iban haciendo un mapa, como un Google Maps verbal, y decían ‘en tal esquina vivía Tito Lusiardo, hacías dos cuadras y estaba tal otro’. No se por qué hacían eso, pero era divertido”. 

En plena adolescencia una amiga le propuso ir a tomar clases de teatro en un lugar por el barrio, gratuito. “Creo que si me hubiera dicho que había un taller de guitarra hubiera ido igual” se ríe Lorena: “Porque lo que tenía era una necesidad muy grande de hacer algo que me cambiara, me sacara de lo previsible, la rutina. Yo vengo de una familia de bajos recursos en la que no había una posibilidad de tener un resto para hacer un consumo cultural. Yo les pedía a mis viejos desesperadamente que me llevaran a clases de danza y nunca lo hicieron. En fin, cuando fui a ese curso me di cuenta de que eso era lo que quería hacer en la vida, fue notable. Iba los lunes y no faltaba nunca, todo el tiempo quería que fuera lunes de nuevo. Rápidamente mi profesora me invitó a actuar en una obra al año siguiente. Con algunas idas y vueltas a partir de ahí no dejé nunca el teatro.”

Los maestros fundantes de esta actriz son Nora Moseinco, Ciro Zorzoli, Alejandro Catalán y Guillermo Angeleli. Un arco interesante, variado, siempre potente. La primera y con la que más tiempo estuvo fue Moseinco, su estudio se convirtió en un lugar de pertenencia, donde encontró un código y un lenguaje que le era totalmente afín. Conoció la improvisación y pudo entrenar la idea de mirar de otra manera la escena. Ella la alentó a definir su vocación como profesora de teatro y después la empujó a hacerlo sola. Algo que sigue haciendo hasta hoy.

RH Positivo

Fue en ese período conoció a dos actores con los que además de actuar se dio la idea de formar un grupo: Valeria Lois y Juan Pablo Garaventa, con los que armó el mítico Grupo Sanguíneo, que duró nueve años en los que hicieron tres obras muy celebradas: Capítulo XV, Afuera y Kualalumpur. El inicio de su recorrido de actriz fue ahí: “Capítulo XV la hicimos en 1998. Fue una creación propia, nos autodirigimos. Después hicimos otras con Gustavo Tarrío. Era una comedia dramática donde yo construía una escritora que se quedaba ciega, Con mi hermana nos disputábamos el amor de mi editor. El problema de estas dos hermanas estaba escrito por un checo, que era Martín Piroyansky que en ese momento ¡era un niño! Una obra hermosa, que hicimos mucho tiempo, en Gandhi, en el Centro Cultural Recoleta. Un éxito y teníamos gente que nos seguía con mucho amor.”

Luego viene una seguidilla de obras notables, siempre rodeada de pares, amigos, una generación de actores y directores en ciernes. El unipersonal que integró el espectáculo SOLOS dirigido por Alejandro Catalán: una dama de alcurnia al borde de la muerte, creado a partir de improvisaciones, siguiendo el modelo de Joan Crawford en el film Johnny Guitar. Uno de los personajes de más alcance de Lorena fue la agente de policía que creó para teatro y que exportó solito a la TV. “En Amor a tiros, de Bernardo Cappa compuse a la Sargento Valentino. Con ese personaje fui a un casting a La pelu, un programa de Flor de la Ve. Lo hice por una única vez, pero ella dijo que quería que siguiera yendo y terminé estando dos años en ese programa. Tenia eso de tomar cualquier situación imprevista y jugarla desde la lógica del personaje, que ya tenía incorporada.” No por nada Lorena Vega, además de divas, nombra como modelos a capocómicos, comediantes de los programas de TV de cuando ella era chica. “El negro Olmedo, los del programa Hiperhumor, es algo que absorbí un montón, una influencia en relación al humor, que estuvo presente en mi abordaje actoral siempre.” 

Pero quizás el personaje que la consagró como una de las principales nuevas actrices argentinas fue su Salomé, el protagónico en Salomé de la chacra, de Mauricio Kartun. Esa obra, estrenada en el Teatro San Martín, puso a Lorena en los ojos de un público muy exigente. “Es un trabajo que marca un punto de giro para mí. Por trabajar en una obra escrita por Kartun, por el grupo de actores, por el abordaje de ese texto tan poético y de una sintaxis tan compleja y por las implicancias que tenia la obra. Era un nuevo trabajo del maestro, en el Teatro San Martín. Llegué a través de un casting para el que preparé durante semanas los dos monólogos centrales. Durante varios días venían amigos a verme hacer pasadas. Todo eso dio sus frutos porque después me llamó y me dijo, ‘estoy seguro de que quiero que lo hagas vos’. ¡Pero hay que responder a eso! Mauricio es un gran DT teatral: le gusta ver la propuesta de cada actor y arma las condiciones para que uno dé las propuestas, tiene un oído fino para cada uno. Todo era muy desafiante y nuevo para mí. Muchas veces fui la más insegura, pero mis compañeros me alentaron, contuvieron y me dieron mucha confianza en el proyecto.” Y no es para menos. Su Salomé fue inolvidable. Sensual, libertina, chabacana, una femme fatale peronista que dejaba todo en el escenario, en un trabajo exquisito, de esos en la que todo se combina y conspira para lograr una pieza mayor.

El teatro está vivo

El año pasado y éste Lorena fue María en Todo tendría sentido si no existiera la muerte, una maestra de escuela que al enterarse de que tiene una enfermedad terminal decide, como última voluntad, filmar una película pornográfica. “Si yo tuviera dinero, pediría que me congelen y me despierten cuando ya sepan cuál es el sentido de la vida” decía en la primera escena, anticipando que la búsqueda de sentido para esa obra iba a ser así, disparatado, radical. Responsable de un abanico inmenso: desde la fragilidad de un cuerpo muy enfermo va hacia la picardía, el desenfado, en una actuación precisa, lúdica y de enorme creatividad. 

Y es quizás la fragilidad de ese cuerpo, la fuerza en la debilidad, la experiencia en la batalla, la que se retoma en Yo, Encarnación Ezcurra, la pieza dirigida por Andrés Bazzalo.  Allí encarna a la que fue mujer de Rosas y su artífice en la sombras. Una figura opacada por la historia oficial, pero de gran atractivo. En la obra nos encontramos con ella en los últimos momentos de su corta vida, recluida en una habitación, sola y obsesa con el pasado: el intenso amor que la unió a Rosas y el poder que la ha abandonado. Lee la correspondencia que mantuvo con su marido en el desierto. ¿Qué resonancias aparecen ante la voz de esta mujer, un ser político y atravesado por el amor? Sin decirlo, otras mujeres de la historia política argentina reciente y no tan reciente aparecen en escena. Como fantasmas, como susurros. 

El monólogo se alterna con música en vivo compuesta por Agustín Flores Muñoz, guitarras, bombos y voces hacen una recreación de los climas de época. Y el resultado es un trabajo profundamente conmovedor en el que Lorena Vega despliega todas las haces de su arte: es pícara, mandona, frágil, potente, a veces una indescifrable chamana, otras una capataza bestial. 

Dentro de poco Lorena dirigirá Imprenteros, en el Centro Cultural Rojas, donde su familia –que nunca iba al teatro– será llevada a escena. Y también protagonizará en el Teatro Nacional Cervantes junto a  Valeria Lois –su hermana teatral– La vida extraordinaria de Mariano Tenconi Blanco, veinte años después de su primera obra juntas. Una nueva condensación y un nuevo desplazamiento en el camino de esta actriz que parece seguir y seguir siempre ir hacia delante, el camino imprevisible de una vida escena.