Rubén es un hombre anclado en la soledad de una geografía fuera de temporada. Sin testigos de sus actos ni familia que lo reclame, vuelve a un balneario desolado donde durante muchos veranos representó la escena del padre y marido en vacaciones. La mente, como el cuerpo del hombre, también va en retirada. El sol costero ahora le mancha la piel, los huesos persisten aunque pesen tanto como una memoria empeñada en reaparecer culpas y olvidos con la llegada de la vejez. 

Así como en su primera novela Además,el tiempo el autor trabajó el movimiento de lo urbano hacia el ámbito rural, donde el protagonista sufre la experiencia del tiempo aplazado dentro de una comunidad que de alguna manera lo somete, en Siempre empuja todo Biedma continúa problematizando este cruce de personajes que se alejan de la ciudad para ir tierra adentro. En este caso la geografía bonaerense es una playa casi despoblada por la que sus habitantes se trasladan en una constante incertidumbre respecto del punto de origen y de llegada. La escritura como tema está también presente en esta novela así como en la anterior. La diferencia es que el personaje de Siempre empuja todo,atrapado entre sus fantasías, sus confusiones y una enorme violencia contenida, pareciera tener una identidad siempre vacilante, no tener, en definitiva, nada para decir. Por eso la escritura, un pendiente en su vida, se le hace imposible cada vez que lo intenta. 

La geografía de la costa argentina no sólo es un escenario propicio para tratar el clima de suspenso que recorre todo el relato sino que también hay algo de ese paisaje que determina a sus habitantes, sean forasteros o no. El viento, la arena y las tormentas de la costa atlántica encierran tanta violencia como su gente,lo fuerza de un mar que termina siempre empujando a la luz todo lo que quiso desaparecerse, callarse o hundirse, esa fuerza de los secretos, de lo no dicho, en la que cada personaje se reserva una parte oculta de sí. Cada uno de ellos vive una soledad distinta. Pero sin duda es su protagonista, el hallazgo más interesante en Siempre empuja todo. Salvador Biedma construye un personaje con las características de ese hombre común, padre de familia, marido amoroso y buen ciudadano que ha existido siempre a plena luz del día. Buen ciudadano acosado en su fuero interno por fantasías que podrían haber sido o llegar a ser una perversión; perversiones que podrían haber sido o llegar a ser un crimen. Este cuento largo o nouvelle de Biedma, como todo buen thriller psicológico, se construye en escalas musicales ascendentes, bajos y contrabajos que van subiendo hasta llegar al grito estridente de una pulsión violenta, al aullido afilado de toda probable víctima. La tensión una y otra vez cae para volver a subir porque esta estructura de escala se extiende tanto a la forma como al contenido del relato. La narración, en un principio marcadamente morosa, detalla acciones y pensamientos de un entorno apacible y hasta bucólico en el que los habitantes de un pueblo de la costa atlántica parecieran no temerle a la soledad ni a la muerte. Sin embargo, la historia avanza a un ritmo tan quebrado como contínuo, en el que el autor indaga en la  psicología de su protagonista sin revelar de más, pero profundizando lo suficiente como para que las preguntas aparezcan a tiempo. ¿Cuál es el límite entre imaginación, memoria y realidad? Cuánto de nosotros se determina en ese terreno pantanoso de la fantasía, ese proceso psíquico que Aristóteles definió como una facultad del alma capaz de formar imágenes en la conciencia -¿los fantasmas?- y que  más tarde Freud la entendería como a un mecanismo de defensa para satisfacer simbólicamente, en el plano imaginario, un deseo reprimido. ¿En qué rincón del cuerpo se instalan todos los actos de violencia que no perpetramos pero que sin embargo nos habitan, insistentes como un sueño repetido? ¿Qué de nosotros se descompone junto con la juventud? 

¿Hasta dónde se puede llegar si no existen testigos ni vínculos sobre los que montar una moral para sacar de paseo los domingos? 

¿Acaso somos mejores que nuestros fantasmas?