Cuatro Ulises, cuatro puntos cardinales, cuatro palos la baraja, cuatro evangelios, cuatro cuartetos de Alejandría, triple cuatro, el lupanar de Madame Mary, cuatro años una novela, cuatro por diez, la eternidad. Cuatro por diez millones, La Argentina. Angelopoulos muerto atropellado por un camión cuando filmaba el default griego. La eternidad, y un día.

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Nuestra cultura son cuatro héroes o Ulises: el de Homero, el de Shakespeare, el de Cervantes y el de Joyce. El primero es el único que se llamaba así, me corrige Penélope, acá, al lado mío mientras me desteje el pullover.

El segundo es Macbeth y Lady.

El tercero es El Quijote y Sancho,

y el último, tan católico, es la Trinidad Bloom: Stephen, Leopoldo y Molly.

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En el primero, la fatalidad es externa: el mundo es una tempestad marina, una batalla naval que juegan unos Dioses.

En el segundo, la fatalidad es la culpa, uno hace el mal y lo paga. Hay buenos y malos.

En el tercero ya, puro e impuro son antihéroes, se rechazan, se quieren, se unen. Empieza el camino de las diferencias, del hombre escindido. Ahora, por lo menos somos dos, en uno, y no precisamente almas gemelas, ni medias naranjas o medias medallas.

En el cuarto, en Bloom, el hombre ha estallado: el átomo, el inconsciente, la revolución proletaria, lo concreto: el destino es múltiple, dilemático, dialógico. Dios se ha ido, la culpa huele a resaca y hay que hacerse cargo, pero el día no comienza con plegarias o poesías sino revisando el contenido de la taza del baño.

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Ulises, Macbeth y el Quijote seguirán viajando hacia adelante, hacia afuera.

Ulises, tiene para 20 años en la ruta, siete mares, confines.

Macbeth y el Quijote, por reinos de llanura, sol y lluvia, que como descubrió Borges (El Fin), siempre están por decir algo pero nunca lo dicen o no lo comprendemos, o es intraducible como una música, y espero, Kodama, no me haga un juicio por esta cita.

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La familia Bloom, en cambio, no se moverá de Dublín, ni más de 24 horas. Un día y la eternidad, parafraseando a TheoAngelopoulos, el cineasta griego que murió atropellado por un camión en Atenas mientras filmaba la crisis de disolución de su país (el default), GRECIA, la nación que es la matriz de todo. Sófocles nos enseñó que hay que matar a la madre y al padre. Ahora vamos a cumplirlo a rajatabla, son esos momentos en que siempre, el escritor del drama, debe recurrir a los alemanes.

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Bloom y nosotros ya no saldremos del comedor, de la oficina, del dormitorio, de la cabeza. El primer Ulises era un juguete en manos de los Dioses. Macbeth era un juguete bélico, y el del Quijote también, pero ya lanzaba balas de salva. Con Joyce, despanzurramos el juguete y se ha roto, pero hay locales de compostura de muñecos. Dédalus ha puesto unos consultorios bonitos, donde, de a cincuenta minutos, entre las pausas de la escritura de la novela, podemos repasar el álbum familiar, desde Ítaca hasta Tsipras o Macri y terminar la oda con una paráfrasis de otro gran juguetero marino y oficinístico, Melville: "Oh Ulises,  Oh Grecia, Oh Argentina. Oh humanidad...".