Desde Brasilia

Lula o la “bolsonarización”. Después del colapso causado por los transportistas que bloquearon durante diez días el abastecimiento de alimentos y combustibles, surgieron algunos datos a tener en cuenta para comprender los sacudones recientes y futuros de un país políticamente vertiginoso. 

Uno de ellos es que a pesar de su cautiverio en una celda de la sureña Curitiba, Luiz Inácio Lula da Silva conserva su liderazgo político. 

Otro elemento a considerar es la popularidad del capitán retirado del ejército y candidato presidencial Jair Bolsonaro entre los camioneros cuentapropistas y empresarios del transporte responsables de una protesta tan potente como para derribar al hasta hace dos semanas inexpugnable presidente de Petrobras, Pedro Parente. 

Una encuesta del instituto Map publicado el viernes, un día después de concluido el paro, mostró en qué estado se encuentran las percepciones de los brasileños. El 92 por ciento tiene un registro negativo de esta coyuntura nacional marcada por el desabastecimiento causado por los piquetes, la disparada del precio de los combustibles y la desocupación de 13,7 millones de trabajadores. 

Y un 74 por ciento dijo recordar positivamente a la era Lula cuando el desempleo cayó cerca del 6 por ciento y los precios de la nafta y el gasoil se mantuvieron estables debido a la intervención del Estado. 

A este sondeo publicado en el diario empresarial Valor Económico se agrega otro realizado por la encuestadora Vox Populi, contratada por la Central Única de los Trabajadores, que ubicó a Lula como favorito para vencer en las elecciones del 7 de octubre con un 39 por ciento de intenciones de voto, 24 puntos por encima del segundo, Jair Bolsonaro.

El jueves, cuando el presidente Michel Temer agradeció a Dios por el fin de la medida de fuerza de los transportistas en un templo evangélico de Brasilia, Lula recibió por primera vez a Dilma Rousseff en la celda donde está arrestado desde el 7 de abril en cumplimiento de una sentencia, flaca de pruebas, del juez Sergio Moro. 

“Lula está muy preocupado con la desastrosa política de precios de los combustibles llevada adelante por el gobierno de Temer”, contó la ex mandataria. Experta en temas energéticos, Dilma criticó a la gestión de Petrobras por aumentar en más del 50 por ciento el diésel entre julio y mayo, período en el cual la inflación rozó cuatro el por ciento. 

Según Rousseff, los altibajos del “libre mercado” fueron una coartada utilizada por el dimitido Pedro Parente para incrementar la rentabilidad de los accionistas privados de la compañía en Brasil y Estados Unidos. Por eso, su renuncia al cargo hizo caer el 15 por ciento el valor de las acciones de Petrobras en las bolsas de San Pablo y Nueva York. Parente es un ahijado político del ex mandatario Fernando Henrique Cardoso, de quien fue ministro en los años de la contrarreforma petrolera que terminó con el monopolio de Petrobras. La Federación Única de Petroleros realizó un paro nacional el miércoles denunciando el plan para “desmontar” a la mayor empresa brasileña como parte de una estrategia para “privatizarla”. 

Con la caída de Parente se debilitó el gobierno, y en particular su ala más liberal representada por Fernando Henrique Cardoso. Paralelamente hubo una revalorización del carácter estatal de Petrobras históricamente defendido por Lula y respaldado por un 57 por ciento de los brasileños, según un sondeo de Data Folha de la semana pasada. 

La frase “mi especialidad es matar” le servirá a quien quiera aproximarse al pensamiento y la acción de Bolsonaro, el único candidato presidencial competitivo que manifestó desde un primer momento su apoyo al paro que tuvo en vilo a 207 millones de brasileños. Bolsonaro sostiene que el golpe de 1964 en realidad fue una “revolución” cuyo único error fue no haber matado a todos los “terroristas” como lo hicieron los regímenes de facto de Argentina y Chile. 

Su prédica caló en sectores populares como quedó comprobado durante los bloqueos en los que se vio un buen número de camiones con carteles pidiendo “intervención militar ya”. Bolsonaro también cuenta con el apoyo de las iglesias evangélicas y de miembros de las fuerzas de seguridad. Su posible candidato a vice presidente es el senador y pastor neo-pentecostal Magno Malta. 

Al candidato le agrada ser visto como un Donald Trump de los trópicos, y a eso constribuyó el que haya expresado su apoyo al republicano en las elecciones norteamericanas de noviembre de 2016. También podría ser comparado con el neo-fascista presidente de Filipinas Rodrigo Roa Duterte, responsable del asesinato de miles de supuestos narcos a manos de la policía y escuadrones de la muerte. 

Bolsonaro apenas disimula su simpatía o al menos tolerancia con las “milicias” paramilitares que actúan en las favelas de Río y otras capitales. En su campaña proselitista prometió a los terratenientes, hoy protegidos por sicarios, que si fuera electo legalizará el uso de fusiles para disparar contra los campesinos sin tierra que ocupen estancias improductivas. 

En uno de sus tantos gestos histriónicos se tomó una foto con los dedos en forma de pistola apuntándole a una foto de Lula. Pocos días antes de esa foto, un grupo supuestamente vinculado a estancieros había disparado contra un convoy del ex presidente que realizaba una caravana por el sur del país.

Declarado admirador del juez mano dura Moro, Bolsonaro anunció que si llega al palacio del Planalto lo nombrará como miembro de la corte en la que espera que prevalezcan las posiciones punitivistas en contra de las garantistas. “El mejor delincuente, es el delincuente muerto”, predica. 

La “bolsonarización” se consolidará si el capitán retirado gana las elecciones, lo cual sólo ocurrirá si se mantiene la proscripción de Lula, que hace una semana ratificó su candidatura.