Hay artistas capaces de renovar la sorpresa. Jorge Drexler lo hizo de nuevo. Actuó el sábado a la noche en el City Center de Rosario, donde creó con su música un refugio de casi tres horas. Un bálsamo para la melancolía pero también un antídoto contra la soberbia. Música pura, sí. Emoción pura. Como dice un verso de su inolvidable Noctiluca, todo el show fue "un punto en el mar oscuro donde la luz se acurruca". Antes de empezar el concierto, hubo un guiño: sonó Doña Soledad, de y por Alfredo Zitarrosa, y dejó la piel abierta a emociones que oscilarán "como la vida misma". Jorge Drexler salió al escenario con Movimiento, un manifiesto poético sobre la migración. "Yo no soy de aquí, pero tú tampoco", cantó con gracia, y los géneros musicales bailaron entrelazados durante toda la noche, en una fiesta que se deseó eterna. "Si quieres que algo se muera, déjalo quieto", termina ese primer tema, y el tobogán invierte las leyes físicas: será pura subida, aún en los momentos oscuros que también propone. Drexler canta, toca la guitarra, reconoce a los excelentes músicos que lo acompañan, dialoga con el público. Su música encanta o, mejor dicho, encandila como Noctiluca. Nada importa más que esas canciones, al menos por tres horas.

Cuidada hasta el mínimo detalle, la gira Salvavidas de hielo --el nombre de su último disco-‑ deja también espacio para que Drexler juegue, se divierta y despliegue ese histrionismo cálido, varios de los condimentos que maceran la magia. Porque alguien desprevenido puede creer que sólo de amor habla pero no. Drexler tiene muchísimas capas de sentido, su poesía horada la superficie. Con el segundo tema del repertorio, Río Abajo, vuelve una de las joyas de "Frontera", su disco de 1999. "Yo soy el agua y tú, la ley de gravedad", canta y tiene la deferencia de incorporar una referencia al Paraná.

Hay lugar para la melancolía, en Doce segundos de oscuridad, con una luz que remeda el intervalo del faro que te guía en la amada Cabo Polonio, donde Drexler escribió su disco más melancólico, y encontró la metáfora: "No es la luz lo que importa en verdad, son los 12 segundos de oscuridad".

Hay referencias constantes de Jorge Drexler a su amor por Rosario. Habrá que creerle, aunque sea un lugar común elogiar la ciudad en la que se hace el show, "llena de músicos", repite. En un momento, una espectadora grita "alta Viola", en alusión a la performance de Javier Calequi, que suplió con sus arreglos los vientos. Drexler lo mira y le comenta: "Es Rosario", como diciendo, acá te escucha gente que sabe. No es una ley, Jorge. Igual te disfrutamos.

Seguramente, si esta crónica la escribiera alguien más avezado, podría ser más específico. Desde el lugar de agradecida disfrutadora de sus canciones, sólo se puede decir que los arreglos elegidos para la gira reinventan cada canción. Martín Leiton en leona, guitarrón, bajo y coros; Javier Calequi en guitarra y coros; Borja Barrueta en batería, percusión y coros y Carlos Campón en programaciones, guitarra, percusión, y coros. Ellos hacen que esas canciones suenen diferente, sin perder la esencia.

El artista es generoso. Antes de empezar, salió al escenario a dar un espaldarazo al telonero, Juani Favre, que prodigaba sus canciones hermosas acompañado con la guitarra. Drexler lo tomó de los hombros, y le pidió al público que lo escuche con atención, porque hace música "original". Los aplausos se hicieron más cálidos. Y hay que decir también que las canciones de Juani se hacen honor solas.

La generosidad de Drexler se despliega en su propio concierto: así como sus canciones son una síntesis perfecta, sus músicos no son el decorado del escenario, están ahí, hacen parte, y él --lejos del divismo-- los hace parte del show nombrándolos cada vez que puede. Juega en equipo.

Acá, la feminista se pregunta por qué no hay alguna mujer en el escenario. Y recuerda de inmediato que en Salvavidas de hielo hay invitadas: Julieta Venegas, Natalia Lafourcade y Mon Laferte. Sin ellas, suenan distintas Abracadabras, Salvavidas de hielo y Asilo. De todos modos, impecables.

El recuerdo es caprichoso. Esto no es una crónica, sino una forma de prolongar el hechizo. En un momento, el artista invita a imaginarse dentro de la caja de una guitarra, para interpretar Asilo, una de las bellezas de su último disco. La magia llega como comunión íntima: "Esta noche, por ejemplo, dejemos al mundo fuera. Abre tus brazos, ciérralos conmigo dentro". Su poesía rejuvenece la tradición uruguaya de letras --aparentemente sencillas-‑ llenas de un encantamiento que no necesita mostrar los artificios de sus metáforas. Y donde las palabras vuelan para crear nuevos sentidos.

El set acústico parece tener espacio para la improvisación. En ese momento de guitarra y voz sonaron la Milonga del Moro Judío y --pareció que por pedido del público-‑ Mundo Abisal. "Hace mucho que no la hago pero esa puede ser una buena razón", dijo mientras iba buscando el tono al tiempo que improvisaba un pedido --reiterado en sus shows-‑ para que no haya palmas en ese momento, porque le hacen perder el ritmo, y se conviertan en chasquidos con los dedos. Eso sí, lo canta con una dulzura que parece un ruego.

Escuchar de nuevo Sea es descubrir una vez más la simpleza profunda de esa letra que habla de un hombre "en la mitad de la carretera". "Que sea lo que sea", dice ese tema que sólo alguien muy distraído puede entender como una oda al conformismo. Nada hay conformista en la música de Drexler. No son canciones de protesta, claro, lo suyo es la poesía sutil, pero siempre alguna frase te pondrá de nuevo en la senda de la incertidumbre, de las preguntas, de la incomodidad.

Después de esas canciones en plena intimidad, Drexler invita a Leiton y Calequi al escenario. Habla de la apropiación de la zamba por Zitarrosa para presentar Alto el Fuego, otra de las entrañables canciones de Frontera. Otra vez, la gentileza. Dice que la hizo antes en vivo porque no contaba con guitarristas de semejante talla. A tres guitarras suena "me asusta tu guerra menos/ que el alto el fuego en tu corazón".

A Drexler le gusta hablar entre canciones. Cuenta historias, las sirve en bandeja para que cada tema traiga su contexto. Así, antes de Pongamos que hablo de Martínez cuenta de aquella noche del 10 de diciembre de 1994, cuando actuó antes de Joaquín Sabina en Montevideo. Aquella noche le cambió la vida. "Fuimos cerrando uno a uno cuatro bares", arranca el tema que no nombra al músico español, pero lo ensalza a modo de agradecido homenaje.

Seguro hay canciones que quedan afuera de este recorrido. La intensidad de la noche aparece en ramalazos que no se apagan así nomás.

Los registros son diversos: géneros musicales, métricas, temas, se mixturan cada cual a su manera. Llega Bolivia, canción para el país que recibió a su padre en 1939, cuando casi todas las cancillerías estaban cerradas para quienes huían del nazismo. "Bailar en la cueva", su disco anterior, tiene en Bolivia una mezcla de gratitud y ritmo que invita a saltar de la silla, pero todavía no es tiempo, eso llegará al final.

Con Salvavidas de hielo ensalza lo efímero, porque "duró tu amor/ lo que un salvavidas de hielo". Y así, hay algo más para agradecer: esa noche que se derretirá en algún momento, aún sigue intacta.

Drexler pide silencio para unos segundos de su tema Silencio en los que propone "No encuentro nada más valioso que darte/ Nada más elegante/ Que este instante". El silencio se instala en el centro de la música, para resaltarla. El recuerdo, tan subjetivo como veleidoso, divaga hacia el tema Pra ninguem, de Caetano Veloso, que en otro registro totalmente distinto recorre hermosos temas de la música brasileña y dice: "mejor que eso, sólo el mismo silencio y mejor que el silencio, sólo Joao (Gilberto)".

Afortunadamente, el silencio que propone Drexler dura pocos segundos porque su música es mucho mejor, siempre. Vendrán temas festivos: Bailar en la cueva, La Trama y el Desenlace, Telefonía, La Luna de Raquil, una versión nada edulcorada de Me haces bien, recuperada para su música tras el olvido de su uso sopero.

Las ganas de bailar se contagian, las chicas se entusiasman porque Drexler baja del escenario y claro, el artista es también objeto de deseo.

El deseo propio "ante la conciencia del final inminente‑ es que la noche se haga eterna. Drexler saluda, se va, pero queda un regalo todavía. Volverá, hará todavía Todo se transforma antes del cierre definitivo, con Quimera, de su último disco. La letra es tramposa: "No cuento más que con mi empeño/ y esta pluma voladora", dice sobre el significado que tiene para él hacer canciones. A esa altura, la belleza ha dejado su estela y nadie le reprochará que nos quiera hacer creer que se puede crear sin talento. Se disfruta de cantar con él, y punto.

Quizás, lo más hermoso de una fiesta sea siempre intransferible. Estar ahí, vivir el momento, sentir que nunca se podrá repetir, pero ya quedó impregnado. Felices quienes pudimos vivir la noche del sábado. No la olvidaremos.