Las palabras-valija son un juego literario de gran importancia y un sustento permanente para revitalizar la lengua. Es habitual recordar el uso que hizo de ellas Lewis Carroll, que al parecer es quien les dio ese nombre. Su relato “La caza del Snark” es un modelo inevitable, que no por nada está en el centro de varios enigmas de la literatura. Su palabra inventada e intraducible, Jabberwocky, admite varios significados. Es pasible de muchas versiones al castellano. Pero esencialmente nos lleva al sinsentido, de donde surge el lenguaje. Puede significar, es claro, un animal legendario. Pero más que otra cosa, es una partícula idiomática que pertenece a un tipo especial de poética. Es la que rechaza el sentido habitual para adentrarnos a la experiencia de que el uso del lenguaje es apenas un recorte inesperado en un océano de frases, de apariencia civil y apacible. Pero que nos permite conocer mejor la realidad revolviendo confusos detritus. Incluso en el insulto, pues los bagajes infernales que contiene cualquier idioma también pueden usarse con coberturas furtivas. La palabra valija es una super palabra ficticia que guarda en su interior un revoltijo de palabras “reales” que se van combinando extrañamente entre sí. Estas valijas no son para los aduaneros o policías de fronteras sino para los inquietos militantes de la crítica política.

Cualquier combinación e invención de palabras está siempre dispuesta a surgir de nuestros supuestos olvidos. Es la revulsión de residuos secretos que abriga nuestra conciencia, que puede llevarnos a revelar un enredo social o un momento político con demasiados jeroglíficos, construyendo un término caprichoso que pueda ser a la vez iluminador y digerible. Lo que significa también bucear en los absurdos humorísticos del habla. O a practicar este juego como alerta ante los necios, como una devolución irónica ante las formas lineales, punitivas y de clausura con que se usa la expresión hablada en la conversación pública. En especial en estos oscuros tiempos de la política.

La expresión machirulo usada por la ex presidenta Kirchner pertenece al género de las palabras-valija que son descifrables a pesar de que cargan cierto enigma. Se evita decir la palabra macho cuando sería muy fácil haberlo hecho. Pero se prefiere la fuerza de una indirecta. Y se la dice a través de un requiebro, con un agregado final que remata en un plano profundo de la disconformidad. Se sugiere que hay muchas palabras cachadoras terminadas en “rulo”, aunque aquí hay ironía, no insulto. Hay admisión del combate político, pero utilización de la chispa que ridiculiza a partir de la perplejidad. Se caricaturiza a alguien sin darle a ver su grotesco de inmediato. Quien es alcanzado por ese compuesto de palabras, siente zumbar los oídos y hasta puede reírse de lo escuchado pensando que viene de un lado desquiciado que no le compete. Es su pobre consuelo de tonto. Lo cierto es que fue alcanzado. A él se dirigía el sarcasmo encaballado, un vocablo sobre otro. De te fabula narratur, pudo haber dudado Macri. ¿Esta historia es de mí que habla? Sí, es cierto Machirulo, estás involucrado. Macri siempre habla sorprendido de que no se lo acate. Ahora mucho más. ¿Cómo es eso? ¡Si está lleno de buenas intenciones! ¿No se dan cuenta de que si hubiera otra posibilidad ya la hubiera puesto en marcha? ¿No perciben que le hacen el juego a una persona extraviada si persisten en no escucharlo a él? 

No nos es extraña esta anomalía del pensamiento, estos clisés patéticos de la lengua. Son las trivialidades macristas de la expresión, pasadas por una máquina de lijar toda complejidad de la realidad, embotada en una línea monótona de texto primitivo ya manufacturado. “Les hablo con la verdad” es una frase-valija en la que él está encerrado, con la respiración ahogada. Significa que no puede concebir mundos alternativos para una historia o para un intrincado momento político. Esta linealidad enclaustrada por una regleta mental, más allá de la cual no hay más que la nada, es propia de los personajes obcecados, inconsistentes y toscos. 

Se dirá que habla así porque nada concibe al margen de su programa de ajuste de la economía, las instituciones y la vida en general, del desprecio a los trabajadores y la sumisión admirada hacia los poderes mundiales. Es cierto, pero esa “nada” que el estrecho mundo de su lenguaje deja de lado, es un mundo demasiado ancho para que se dé el lujo de que le sea ajeno. Al sentirse tan cómodo en su casillero elemental, no puede comprender ni siquiera como lo haría un hombre de derecha, o bien cualquier pool sojero que no liquida dólares o algún fino senador astuto de las clases conservadoras argentinas, que mascullando quién sabe qué en su telefonito, lo acompañaría. Machirulo es el que un día bailó en el balcón de la Rosada como el tío gracioso al que en una fiesta se le pide que se haga el descoyuntado, que ponga su cuerpo en modo títere. No se lo podemos pedir ahora, cuando su sinceridad está toda dedicada a brindarse servil a las trágicas limitaciones de su conciencia. Resta una última galantería que nunca pone en práctica. Enojarse consigo mismo. Pero revisar los estratos de su propia conciencia, eso Machirulo no lo sabe.

El modo en que vimos que baila para profanar el baile es el mismo modo en que habla para profanar el habla, y el mismo modo en que dice que dice la verdad para convertirla en una cerrazón grosera e inverídica. Disloca el cuerpo, la palabra y el sentido de la vida colectiva. Nada sabe de ello. Por eso es verosímil su enojo, verosímiles su rusticidad y flojera cuando sus aliados le dan la espalda, aunque sea momentáneamente, pues algún gramo diminuto de vergüenza podría aún quedarles. Machirulo revela entonces su perplejidad. Su primer plano televisivo refleja incredulidad y pasmo. Y ni siquiera posee algunos restos de las viejas retóricas de la derecha para explicarlo, porque él es de una sola pieza, o mejor dicho, de muchas piezas ensambladas con descuido pero remachadas para siempre. Son provenientes de la libre importación, para vivir la vida de las marionetas. 

La palabra Machirulo tiene varias resonancias y rimas que nos privaremos de evocar. A Machirulo, como a Mordisquito hace ya más de medio siglo, se le puede decir que “una curiosa adoración, la que vos sentís por los pajarones, hizo que el país retrocediese cien años. Porque vos tenés la mística de los pajarones y practicás su culto como una religión”. Discépolo se puso a hablar ante su polichinela porque creía que no era impenetrable. Han cambiado las cosas. Machirulo fingió bastante pero todavía practica el rictus admonitorio rellenado por un gemido interno. Ya casi lo sabe todo pues lo que sabe ahora es que tiene sus traidores. Las palabras valija que se le escaparon de sus cofres pueden ser pesarencia, lluvinversiones (pesada herencia, lluvia de inversiones).  Pero él hace convivir su furia con su terquedad. “Hay un machiruplan y hay que mejecutárulo”.