Parece la foto de una escena de una película, una de esas fotos que se pegaban en las puertas del cine al lado de los recortes con la crítica de los diarios. Lo parece por perfecta, por pensada, pero no lo es. No es una epopeya diseñada para la pantalla con extras y luces puestas por un director de arte, es una epopeya real y ocurrió en la Plaza de los dos Congresos el 8 de marzo de 1984. La mujer con vestido blanco (o eso suponemos mirando la foto) entallado, abotonado adelante, con un cinturón finito y una cartera que sube los escalones cargando un cartel que decía “No a la maternidad sí al placer”, mientras atrás y más abajo una multitud miraba su ascenso en combativa plegaria, es María Elena Oddone, líder del Movimiento de Liberación Femenina (MLF) y una de las primeras en salir a la calle para pedir por la legalización del aborto. Diez años antes había fundado, dirigido y editado la revista Persona,  un título que no olvidaba las discusiones con su ex marido: “No soy una cosa, soy una Persona”.    

Unos pocos meses antes de esa foto, María Elena había aparecido en otra revista, Alfonsina, entrevistada por Rosa L. de Grossman (era Néstor Perlongher usando como sobrenombre el apellido de casada de Rosa de Luxemburgo). “A los 44 años deja al marido y los hijos y se hace feminista. Un Segundo Sexo ahogado en whisky y Seconal. Contra la familia, la iglesia y el Estado. A veces sola, siempre apasionada. Boicoteada por el sindicato, amenazada por las Tres A. La concientización ya pasó, viene la hora del liderazgo. Una charla de amigas.” Era el texto que abría el reportaje y que prometía contar cómo había logrado salir de ese lugar de las “mujeres de su clase” donde todo era peluquería y té. De todos modos el mote de señora paqueta volvía a describirla como salvavidas que felizmente no la salvaba cada vez que la criticaban por ser “tan feminista y tan poco civilizada en el reclamo”.

El origen público de su feminismo fue una carta que escribió criticando un chiste machista que había aparecido en la revista Claudia; antes de esa primera fama epistolar solo algunas amigas la habían escuchado hablar después del té de los artículos sobre feminismo que leía (traducidos por uno de sus hijos) en algunas revistas norteamericanas. “Aprovechemos experiencias y quememos etapas”, decía Oddone antes de explicar que “La fuerza del feminismo está en el coraje de alzar la voz en el desierto. Decir verdades que asustan pero que en el fondo de su conciencia cada mujer las sabe ciertas. Eso valdría para el aborto y vale para el tema de la violencia sexual y otros temas álgidos rodeados de un manto de silencio”.

La mujer del cartel había sido educada en el prohibido gozar, “nadie tiene que explicarnos los tres pilares sobre los que se asienta la opresión femenina: maternidad, sexualidad y trabajo doméstico”,  decía mientras aseguraba que el goce fue una de las primeras cosas que le enseñó el feminismo y por la que salió a la calle cartel en mano. Escribió una autobiografía: La pasión por la libertad: memorias de una feminista, se peleó con el machismo de los partidos políticos y con la iglesia, “la inquisición sigue”, decía cuando hablaba de la pluma de la iglesia en los edictos policiales. “El feminismo debe salir con consignas revolucionarias: aborto, lesbianismo, sexualidad libre, separación de la iglesia y el Estado. Y sobre todo, debe dejar de tener miedo, hay que inventar, bancarse que no nos tiren con todo. Luchar es así”. Treinta y cuatro años después la mujer del cartel se multiplica y se propaga verde en la plaza verde.