¿Cómo hacer cosas con el síntoma? La experiencia del análisis muestra que hay usos diversos del síntoma. Freud comenzó explorando su “expresión afectiva”, señal de que el acto sexual pifia su meta. Y si su nombre no hubiera quedado definitivamente atado al del Psicoanálisis, el cuadro sintomático de la Neurosis de Angustia podría haber recibido la denominación Síndrome de Freud. Luego amplió su descubrimiento al reparar en la “expresión efectiva” del síntoma, signo de que el acto se demora o directamente se inhibe. Y su caso paradigmático, en contra de lo que muchos suponen, fue el del Pequeño Hans, quien con el tiempo logró hacer de su fobia al caballo algo más que una “placa giratoria”. Con el tiempo consiguió sublimar la satisfacción del síntoma hasta hacerse un nombre en lo social: inventor de la profesión de director de escena de ópera. Tal vez esa sea la genuina “expresión objetiva” de un síntoma que terminó cayendo en el olvido (junto con Freud y con el análisis), que no es reconocido, pero que no por eso se conoce menos, en acto.

Por nuestra parte, tomaremos el historial de otro pequeño, que con el tiempo llegó a hacerse un nombre, con su síntoma. Solo que el barullo lo hacían sus propias patas, como las de un perro. La observación aguda que un cronista hace de ese barullo, construyendo un relato literario a mitad de camino entre documental y ficción, me llevaron nuevamente a recordar la sentencia de Lacan: lo que el hombre sabe hacer con su imagen (en el sentido de su narcisismo secundario, corporal, “radical”) permite “imaginar” la manera en la que se desenvuelve con el síntoma.

En estos términos, “la expresión objetiva del síntoma”, Hernán Casciari se refiere a la “enfermedad” del mejor jugador de fútbol de la actualidad, Lionel Messi, a quien califica como un “hombre perro”. En los bordes de su oficio de periodista deportivo, intentando dar cuenta de una experiencia subjetiva que lo conmueve y lo sobrepasa, Casciari da las primeras puntadas para la construcción del caso de El Hombre Perro. Es y no es él quien describe y escribe esa suerte de caso clínico literario: “Messi es un perro”. Podemos tomarlo como un chiste (en definitiva, ¡se trata del mejor jugador de fútbol de la actualidad!), pero en el sentido estrictamente freudiano. Igual que hice hace tiempo con la biografía de Sergio Marchi al construir el caso de Charly García, no puedo más que recomendar al lector la lectura atenta de dicho relato chistoso. 

Tomaremos su informe como testimonio indirecto de un síntoma compatible con el lazo social. Igual que ocurre con Joyce, no es solo de sus producciones que se nutre la elaboración analítica que ensaya Lacan, sino también y fundamentalmente de lo que provocan en el Otro, en los otros, en el tejido social. Son los lectores de Joyce quienes intentan descifrar su obra, así como fue Sergio Marchi quien se vio llevado a intentar “traducir” a Charly García en la auto/hetero biografía. De modo semejante, Casciari lee a Messi, interpreta la expresión objetiva del síntoma a través de una impresión subjetiva, y así logra hacer clínica analítica de la buena.

Lo hace porque al mismo tiempo en que pone algo de sí, que participa de la observación hipnótica de los videos de Messi, se abstiene de otro tanto. Su observación se cuida de considerar el conjunto de todos los detalles, neutraliza lo que a los ojos podría resultar más atrayente y entonces queda bien dispuesto para identificar el detalle en el que hay que reparar. Igual que en la experiencia del análisis, hay allí algo de hipnótico y de contra hipnótico a la vez. Es en esa suerte de torsión moebiana de la visión que se recorta la mirada como objeto. Así lo expresa el autor: 

“Todo empezó esta mañana: estoy mirando sin parar goles de Messi en Youtube, lo hago con culpa porque estoy en mitad del cierre de la revista. De casualidad hago clic en una compilación de fragmentos que no había visto antes. Pienso que es un video más de miles, pero enseguida veo que no. No son goles de Messi. Es un compilado extraño: el video muestra cientos de imágenes en las que Messi recibe faltas muy fuertes y no se cae. No se tira ni se queja. No busca con astucia el tiro libre directo ni el penal. En cada fotograma, él sigue con los ojos en la pelota mientras encuentra equilibrio. Hace esfuerzos inhumanos para que aquello que le hicieron no sea falta, ni sea tampoco amarilla para el defensor contrario”.

Allí encontramos lo que con gusto llamaría el “primer tiempo” del partido jugado por Casciari. La mirada de uno queda tomada por la mirada del otro. En este caso, una mirada paradójica, al mismo tiempo estrábica y perfectamente concentrada. Como un telescopio, la mirada tele-dirigida de Messi reposa en la pelota hasta hacerse uno con ella, lo cual contrasta notoriamente con el estrabismo que se reconoce en su gestualidad cuanto ese objeto se pierde de vista. Para Casciari, este es el instante de ver. Él lo dice a su modo: 

“Me quedé, de repente, atónito, porque algo me resultaba familiar en esas imágenes”. 

En nuestros términos, es el instante de ver que funciona a la vez como principio de implicación subjetiva. La percepción de algo extraño y al mismo tiempo familiar. La experiencia de lo familiarmente-extraño: imaginario más no especular. Poco más hace falta para iniciar el tiempo para comprender. Casciari lo dice así: 

“Puse cada fragmento en cámara lenta y entendí que los ojos de Messi están siempre concentrados en la pelota, pero no en el fútbol ni en el contexto. Messi parece no entender nada sobre el fútbol ni sobre la oportunidad. Se lo ve como en trance, hipnotizado; solamente desea la pelota dentro del arco contrario, no le importa el deporte ni el resultado ni la legislación. Hay que mirarle bien los ojos para comprender esto: los pone estrábicos, como si le costara leer un subtítulo; enfoca el balón y no lo pierde de vista ni aunque lo apuñalen”.

A esa altura del relato, la observación de Casciari ya es extremadamente incisiva y un tanto sorprendente. Pone la atención en un detalle lateral para concluir que el mejor jugador de fútbol de la actualidad ¡no entiende nada de fútbol! ¡Extraordinario! Messi queda en esos momentos por fuera del Otro. Sus reglas, sus códigos, su codicia compartida, sus sanciones e incluso sus intenciones no cuentan. Aun así, el otro subsiste: bajo la señal del estímulo sonoro del silbato o como demarcación visual en las fronteras de las líneas de cal. Su habilidad fuera de serie parece depender de ese movimiento que Lacan calificó como yendo de un Otro al otro, el pequeño a. El Otro se eclipsa, el mundo casi se reduce a una mirada, a una pelota, su cuerpo se confunde y se mimetiza con ella hasta el punto de parecer uno y el mismo cuerpo. Messi es la pelota, se identifica con ella. 

Casciari lo advierte de golpe en el detalle de la mirada, pero aun así necesita tiempo para comprender. Ese segundo tiempo, que es ya el de la elaboración del relato, se inicia con una pregunta en la que la implicación subjetiva cala más hondo:  

“¿Dónde había visto yo esa mirada antes? ¿En quién? Me resultaba conocido ese gesto de introspección desmedida. Dejé el video en pausa. Hice zoom en sus ojos. Y entonces lo recordé: eran los ojos de Totín cuando perdía la razón por la esponja”.

La película deviene en foto y el rasgo se muestra con mayor nitidez. Con el recuerdo de su perro de la infancia, Casciari acerca su elaboración al momento de concluir. Requiere de algunas vueltas, en las cuales describe las aptitudes y las ineptitudes de aquel compañero perruno que no sabía hacer más que enloquecer por una esponja amarilla, objeto de una hipnosis que lo excluía de los esbozos de simbolización de los que participan ciertos animales domésticos. Narcisismo animal de Totín, narcisismo radical. Aquella esponja amarilla, dice Casciari: 

“No podía dejar de mirarla. No importaba a qué velocidad moviera yo la esponja: el cogote de Totín se trasladaba idéntico por el aire. Sus ojos se volvían japoneses, atentos, intelectuales. Como los ojos de Messi, que dejan de ser los de un preadolescente atolondrado y, por una fracción de segundo, se convierten en la mirada escrutadora de Sherlock Holmes”. 

Luego de esa revelación, el momento de concluir. Con el recuerdo de Totín, modelo tanto de la libertad como de la captura en el Otro, Casciari encuentra la solución. Es allí cuando enuncia su teoría: 

“Descubrí esta tarde, mirando ese video, que Messi es un perro. O un hombre perro. Esa es mi teoría, lamento que hayan llegado hasta acá con mejores expectativas. Messi es el primer perro que juega al fútbol. Tiene mucho sentido que no comprenda las reglas. Los perros no fingen zancadillas cuando ven venir un Citroën, no se quejan con el árbitro cuando se les escapa un gato por la medianera, no buscan que le saquen doble amarilla al sodero”.

Hay que decir, en este punto, que la teoría es como cualquier teoría: intenta explicar un hecho o conjunto de hechos de una experiencia que sobrepasa la barrera del sentido común o de lo que se ajusta a la realidad. Así como Freud explicó la fobia de Hans con su teoría del Edipo, Casciari hace lo propio con Messi a partir de su teoría del Perrito. Hay que leerla, vale la pena. Es un poco delirante, pero probablemente no mucho más que la teoría del Complejo de Edipo, y por momentos más creativa y eficaz que la del Narcisismo. Transcribo uno de los fragmentos que no tiene desperdicio. Casciari, igual que Freud, utiliza el recurso al mito para intentar dar cuenta de los orígenes: 

“Y entonces un día aparece un chico enfermo. Como en su día un mono enfermo se mantuvo erguido y empezó la historia del hombre. Esta vez ha sido un chico rosarino con capacidades diferentes. Inhabilitado para decir dos frases seguidas, visiblemente antisocial, incapaz de casi todo lo relacionado con la picaresca humana. Pero con un talento asombroso para mantener en su poder algo redondo e inflado y llevarlo hasta un tejido de red al final de una llanura verde”.

La descripción de Casciari es fantástica, en más de un sentido de la palabra. Su pluma es maradoniana y freudiana a la vez, y además incluye otro detalle: la temporalidad en juego en esa experiencia verdaderamente borderline. “Tengo nostalgia del presente cada vez que juega Messi”, declara Casciari. Efecto paradojal de un objeto que elude el espacio y el tiempo de la intuición. Su construcción sobre la enfermedad de El Hombre Perro prosigue del siguiente modo: 

“Si lo dejaran, no haría otra cosa. Llevar esa esfera blanca a los tres palos todo el tiempo, como Sísifo. Una y otra vez”. 

Versión de la eternidad, pero también signo distintivo de una repetición que es siempre la de la primera vez, en donde da la sensación que la cuenta no puede ir más allá de 1. Aun cuando el tablero del Otro marque 5, no es seguro que Messi llegue a contar mas que 1+1+1+1+1. Es el espectador quien se siente obligado a restituir el tiempo y la lógica de lo comprensible: la del cuerpo de la intuición, la del yo y la de la realidad. La que construye un origen mítico y fantasea con un porvenir. Eso es lo que hace Casciari por nosotros, en un trabajo de elaboración que recuerda al del analizante. Así prosigue su asociación: 

“Soy hincha fanático de este lugar en el mundo y de este tiempo histórico. Porque en el Juicio Final estaremos todos los humanos que han sido y seremos, y se formará un coro para hablar de fútbol, y uno dirá: yo estudié en Amsterdam en el 73, mi padre dirá: yo viajé a Montevideo en el 67, y uno más atrás: yo escuché el silencio del Maracaná en el 50. Todos contarán sus batallas con orgullo hasta altas horas. Y cuando ya no quede nadie por hablar, me pondré de pie y diré despacio: yo vivía en Barcelona en los tiempos del hombre perro. Y no volará una mosca. Y aparecerá Dios, vestido de Juicio Final, y señalándome dirá: tú, el gordito, estás salvado. Todos los demás, a las duchas”.

Es recién en este punto final del relato donde el testimonio parece devolver a Casciari al punto de partida. Quizá toda esa elaboración no haya sido más que un intento de justificación por la culpa de estar viendo videos de Messi en lugar de estar haciendo su trabajo. Tal vez, como en un sueño, toda esa fantasía cabe en un solo instante. 

Pero hay un último detalle de la teoría de El Hombre Perro que vale la pena comentar. Y es que la concepción de la “enfermedad” que se deriva de ella es totalmente compatible con la del psicoanálisis. Tiene que ver, estrictamente, con las cosas que se pueden hacer con un síntoma, tal y como sugiere primero Freud y luego propone Lacan. Un síntoma considerado de manera diferente al de la psiquiatría. Tal vez sea útil recordar que hubo quien diagnosticó a Messi con el Síndrome de Asperger, una forma muy leve de autismo. Y no es que falten razones para hacer ese diagnóstico, que realmente no parece infundado. Fue un diagnóstico que llegó a la escena pública por la repercusión que tuvieron las palabras de Romario, uno de los astros del fútbol brasileño que luego de su retiro pasó a dedicarse a la política. La rivalidad futbolera hizo que dicho diagnóstico se diluyera en medio de la puja habitual entre fanáticos de Argentina y Brasil. 

El diagnóstico implícito en el relato de Casciari no desmiente el diagnóstico psiquiátrico. Incluso, es perfectamente compatible, pero tampoco se confunde con él. No es la expresión objetiva de un trastorno mental. Es la elaboración subjetiva de una enfermedad de la que padecemos todos los humanos, la del lenguaje y sus efectos. Solo que en este caso está al servicio de identificar, por diferido, una singularidad que está en el borde de la humanidad. Esa es su virtud. Como dijo alguna vez Tierry Henry, jugador francés, campeón del mundo y ex compañero de El Hombre Perro: Messi no es humano. En ese caso no estaba haciendo un chiste, lo decía en serio. Y la verdad, es que así parece. Tampoco es un Dios, como Maradona, quien además de jugador de fútbol es un genio y un gran artista. Alguna vez Alejandro Dolina marcó muy bien las diferencias. A Messi le sobran recursos, su habilidad corporal con la pelota supera todo obstáculo que se le interponga. Por eso no tiene necesidad de inventar otra cosa, le basta con su síntoma. Messi es totalmente previsible, pero aun así no lo pueden detener. Su enfermedad es más fuerte. 

En cambio, Maradona no tiene ese cuerpo ni esa mirada. Su cuerpo parece esculpido por Da Vinci y su mirada no siempre coincide con su cuerpo. Por eso tiene necesidad de inventar permanentemente, en la cancha con sus movimientos corporales y en la vida con su lengua y sus declaraciones filosas. En la cancha, el mejor del mundo; en la vida, también, pero en dos sentidos distintos. Jugando al fútbol Maradona es Maradona, crea movimientos del cuerpo y la pelota que no existen antes de que él los invente. Como dije en alguna otra oportunidad, vean el gol que le hace a los italianos en el mundial de 1990. Cuando Maradona sale de la cancha, cuando su narcisismo no es el secundario y radical sino el primario, cuando su cuerpo da lugar al yo, Maradona se cree Maradona, con las consecuencias visiblemente paranoicas de dicho desplazamiento libidinal. 

En cambio, lo que provoca Messi es de otra índole. Por eso es inútil compararlos. Lo que sí es interesante es lo que Guardiola dijo sobre Messi, luego de que hiciera cinco goles en un solo partido: “El día que él quiera hará seis”. Pero más interesante aún, es la apreciación de Casciari sobre la sentencia de quien fue tal vez su mejor entrenador: es lo que da título a nuestro trabajo y en lo que se resume la apreciación clínica que nos parece de utilidad:

“No fue un elogio, fue la expresión objetiva del síntoma. Lionel Messi es un enfermo”. 

Conclusión fuerte la de Casciari, y al mismo tiempo muy audaz. Habrá quienes puedan sentirse ofendidos o escandalizados, pero aquello no es un insulto ni el diagnóstico de alguien que se pasa de la raya. 

A nuestro entender, lo dicho alcanza para situar una manera, singularísima, de hacer cosas con un síntoma. La designada por Casciari “expresión objetiva del síntoma” no es el autismo de Messi ni supone objetividad alguna. Es la forma por la cual el cuerpo de Messi signa y el discurso del Otro designa, no la objetividad supuesta de un síntoma psiquiátrico, sino el estatuto del objeto involucrado en un síntoma que no fue ni parece ser analizable. Su destino es la sublimación: objeto elevado a la dignidad de la Cosa. 

Es cierto que Messi parece estar humanizándose cada vez más. No se lo nota tan estrábico, atolondrado o incapacitado en lo social como antes. Da la impresión de que en los últimos tiempos la mirada del Otro comienza a afectarlo. Y también parece ser la razón por la cual comienza a fallar, al menos en la cancha de fútbol. Da la sensación de experimentar por momentos la presión del otro, la demanda del público, y entonces se humaniza. O tal vez no sea más que una apreciación subjetiva que prolonga la teoría Casciariana. 

    

Marcelo Mazzuca: Psicoanalista. Docente de la cátedra Usos del síntoma de la UBA, a cargo de Gabriel Lombardi. Este texto es un fragmento del último libro Cómo hacer cosas con tu síntoma (Letra Viva, 2018) del que participan Edmundo Mordoh, Gabriel Lombardi, Mariano López, Tomás Otero, Luis Prieto y Luciano Lutereau.