El Complejo Hospitalario Sur es un polémico proyecto que propone el cierre de cuatro hospitales porteños y su traslado al predio del Hospital Muñiz. Los hospitales en la mira son el Ferrer, de enfermedades respiratorias, el Udaondo, de gastroenterología, el Marie Curie, de oncología, y el IREP, de rehabilitación psicofísica. Un gran número de trabajadores de la comunidad hospitalaria, pertenecientes a diferentes organizaciones gremiales, autoconvocadxs y pacientes de estos hospitales están en estado de alerta y movilización. Denuncian que la aparente modernización resultaría caótica, tanto desde un punto de vista sanitario como social, por un lado, porque implicaría un cruce de pacientes inmunodeprimidos con la posibilidad de infecciones intrahospitalarias y, por otro, una importante reducción de puestos de trabajo entre el personal de salud. También sería complicado porque deberían trasladarse diariamente hasta el Muñiz todos los pacientes que se atienden en los cuatro hospitales que serían afectados y por el impacto ambiental. 

El proyecto busca su aprobación desde el año 2008 y ahora está siendo relanzado por tercera vez, por medio de un comunicado del Ministerio de Salud del Gobierno de la Ciudad a las autoridades de los hospitales en cuestión. 

La construcción del Hospital Muñiz, ubicado en Parque Patricios, comenzó en 1894 frente a la necesidad de aislamiento de un gran número de personas con diferentes enfermedades infecciosas, primero fueron la fiebre amarilla y el cólera. “Desde 1904  hasta 1930 -los datos son tomados de la página de la Asociación de Médicos Municipales de la Ciudad de Buenos Aires- se siguieron construyendo pabellones, en su mayoría dedicados a la tuberculosis, que en aquel entonces no tenía tratamiento”. El Hospital Muñiz dio respuesta a todas las epidemias que afectaron a la Argentina como la poliomielitis, el hantavirus y la gripe porcina. Hoy es el principal centro de atención de personas con VIH/sida de todo el país. 

AL HOSPITAL QUE ME SALVÓ LA VIDA

Me atendí regularmente en hospitales públicos de Buenos Aires desde 1992 hasta 2010. Yo ya estaba infectado con VIH desde 1990 y tenía una enfermedad pulmonar crónica. En 1994 tuve una neumonía que me mandó al hospital Argerich, donde estuve internado casi dos meses. Allí me visitó una asistente social que, al conocer mi situación económica precaria (trabajaba en negro en un instituto de idiomas dando clases de francés y español) y sin cobertura médica de ninguna obra social ni prepaga, me ayudó a comenzar los trámites para una pensión no contributiva y la afiliación al PAMI, que con el plan UPI cubría la atención en hospitales públicos. Después seguí mi tratamiento en el María Ferrer, donde encontré al médico que me salvó la vida, el doctor Oscar Rizzo, neumonólogo e infectólogo que atendía por entonces y atiende aún hoy a los pacientes que llegan al Ferrer con problemas respiratorios en concomitancia con VIH/sida. El doctor Rizzo fue quien encontró el diagnóstico y el tratamiento adecuado para mi enfermedad pulmonar  obstructiva crónica (EPOC), que por más de diez años ningún médico había sabido diagnosticar, y me convenció, además, de empezar a tomar la medicación antirretroviral. 

Más adelante tuve que encarar un tratamiento por hepatitis B y C, y decidí hacerlo (por recomendación del doctor Rizzo y de un médico homeópata con el que también me atendía por entonces) en el Servicio de Hepatología del Hospital Muñiz, uno de los más prestigiosos de Argentina. En el año 2010, estuve internado un día en una sala del Muñiz para que me realizaran una biopsia de hígado, historia a la que me refiero en “Canción para mi muerte”, una crónica publicada en este suplemento. Como mi hígado no estaba tan comprometido, el tratamiento quedó en suspenso, a la espera una medicación más efectiva que se está implementando en Argentina desde hace poco más de un año, mucho más eficaz que el Interferón, con muchos menos efectos secundarios y que cura la infección por hepatitis C en más del 90 por ciento de los casos.  

La obra social de PAMI y la pensión no contributiva, las tuve hasta 2010, cuando me las retiraron porque  ya llevaba pagadas, sin interrupciones durante tres años, las cuotas mensuales del monotributo, para poder trabajar. Desde entonces me empecé a atender por la obra social OSSEG, que elegí porque la conocía bien dado que había sido mi obra social desde que nací, porque era la obra social de mis padres, hasta los 23 años, porque mis primeros trabajos, hasta 1989, fueron en compañías de seguros. 

Fue una gran coincidencia que, cuando me enteré  del proyecto del Complejo Hospitalario Sur, justo estuviera pensando en volver al Muñiz para escapar de un trámite burocrático sin salida de mi obra social: para poder acceder al tratamiento por la Hepatitis C, hay que seguir un larguísimo protocolo de consultas con el hepatólogo, análisis de sangre y otros estudios que se realizan en cuatro laboratorios diferentes. Con los resultados de esos exámenes hay que completar un formulario para solicitar la medicación. En este formulario requieren, entre otras cosas, los resultados de una biopsia de hígado o, en su defecto, dos resultados, de dos laboratorios distintos, de una elastografía hepática, estudio también llamado Fibroscan. Tengo los resultados de una biopsia y una sola elastografía, que precisamente me realizaron en el Muñiz en 2010, pero la hepatóloga que me atiende por OSSEG me pide una nueva, para tener información más actualizada sobre el grado de fibrosis de mi hígado. La obra social rechaza la autorización de estos estudios que la misma obra social requiere en el formulario para solicitar la medicación. Un callejón sin salida. Fue ahí que pensé en presentarme con la orden rechazada al Hospital Muñiz, para que me hicieran el estudio allí, pero resulta que el Fibroscan, que es una máquina de marca registrada (por eso el estudio es costoso) similar al ecógrafo, está roto desde hace tiempo. De esto me enteré mientras realizaba para Soy una entrevista a la doctora Gabriela Piovano, médica infectóloga de la Sala 1 de Terapia Intensiva del Hospital Muñiz, para hablar sobre el cierre y traslado de hospitales.

LA BUROCRACIA MATA

En la entrevista con la doctora Piovano, también me enteré de que es mucha la gente que ante la burocracia de obras sociales y prepagas, termina “cayendo” en el sistema de salud público: “En el Hospital Muñiz  se han atendido la mayoría de las epidemias por guardia, porque inclusive las personas que tienen mejor poder adquisitivo y una obra social o una prepaga también tuvieron que venir al Muñiz cuando fue el dengue o el H1N1, o cuando fue el ántrax famoso de la carta de la aerolínea. Ni que hablar del HIV. Nosotros estamos viendo otra vez pacientes que, por ejemplo, tienen obra social pero a quienes, como el patrón dejó de hacer los aportes correspondientes, ahora no se la reconocen, o pacientes que ya no pueden costearse las prepagas. Entonces vuelven a atenderse en el hospital público. Ya no es solo un tema de pobres”. 

En ese momento encontré las similitudes con mi historia del Fibroscan y se la conté. “Ahora está roto -me contestó-. Son dos cosas. Una es el plan de llevar adelante este proyecto, pero para justificarlo, están dejando caer a los cinco hospitales, entonces cosa que se rompe, cosa que no se arregla, camas que se cierran, servicios que quedan sin profesionales, gente que se jubila y sus cargos que no vuelven a ocuparse. Entonces acá hay un plan no solo contra estos cinco hospitales, mañana hay también un abrazo al Tornú. Ninguno de nosotros está en desacuerdo con que se arreglen o se cambien los edificios o que se den mejoras en la aparatología.” “¿Y el argumento para llevar adelante el proyecto cuál es?”, le pregunto. “Que quieren hacer algo distinto. Esa es toda la argumentación”.  “La burocracia mata”, le respondo y ella asiente: “Hay gente llega al Muñiz con VIH y ahí muere, porque cuando van a buscar su medicación a su obra social le dicen ‘este papel está mal hecho’ o ‘esto se venció’ o ‘esto tiene que estar firmado por no sé quién’. Lo más grave acá es que ellos pretenden que las personas vayan a centros de salud periféricos y que de ahí se piense en que, por  ejemplo,  el paciente tiene una tuberculosis. Porque el paciente que viene a internarse tuberculoso pasó antes por cuatro o cinco lugares y a nadie se le ocurrió que tenía una tuberculosis. En el caso del HIV, como a nosotros nos pasa, es que atendemos personas a las que les hacen un diagnóstico después de meses y meses y así las tienen dando vueltas. O sea que se les está restando esa gran posibilidad de comenzar el tratamiento a tiempo”.