“Hola guapo”, decía invariablemente Damián García, dándole la bienvenida al que llegara a Oíd Mortales, club disfrazado de disquería por el que aún pasan miles de personas para lo que sea: vender discos y DVD, comprarlos, dejar volantes, pegar entradas anticipadas, conseguir remeras de Big Star o Can, encargar vinilos o simplemente amenizar la espera en un espacio agradable. La turba que pasó por esa cueva siempre logró sentirse especial, contenida y bien atendida; con una ecuanimidad y un buen humor matizados siempre por la buena música y esas novedades en general tan discretas para el mercado que solo las buenas disquerías saben conseguir.

En estos locales emergen deseos ocultos y caprichosos, que disparan preguntas incomprensibles, acertijos tan ridículos como fantásticos. Damián trataba bien a todos, con paciencia y humor, y siempre sabía cómo responder o derivar incluso a esos buscadores perdidos que a menudo eran integrados a ese auténtico club informal en el que era inevitable conocer gente, bromear y también discutir sobre política, fútbol, sexo, drogas y música, siempre música, sí.

Apenas horas después de su plácida y sorpresiva muerte —un paro cardíaco mientras dormía, hace justo una semana—, arreciaron las anécdotas. Fueras un músico en problemas liquidando tu colección de discos, un osado productor discográfico independiente, un melómano en busca de exclusivas exquisiteces o un acalorado transeúnte con ganas de aire acondicionado, Oíd Mortales siempre era un oasis, pero también una trinchera, un refugio. Y lo seguirá siendo, ya que Andrea, la encantadora mujer de Damián, seguirá a cargo del local.

Este templo, que no casualmente se abreviaba como Om Discos, siempre fue vidriera comprometida política y estéticamente con los sellos independientes locales, y se dio el gusto de hacer de mecenas a proyectos tan vitales como marginales. Damián García, que apenas tenía 50 años y había arrancado en El Atril un par de décadas atrás, cambió el paradigma del disquero como tipo soberbio, cuando no resentido: él nos hacía sentir guapos y guapas a todos los muñecos que pasábamos por ahí. Hasta el obelisco lo va a extrañar.