Según la NASA, el terremoto de Japón de 2011 alteró el eje terrestre en aproximadamente 10 centímetros y acortó la duración de los días en 1,8 microsegundos. “Un terremoto es como un tren pasando junto a tus pies”, dice Yoshie Watanabe, a quien el temblor encuentra bajando la escalera mecánica del subte. “Las placas de la memoria” se llama acertadamente el capítulo que abre Fractura, la nueva novela de Andrés Neuman, donde a lo largo de 500 páginas, el movimiento de la tierra –y sus consecuencias para el país y el mundo– se irá amalgamando con el movimiento interno de Yoshie Watanabe, su protagonista. 

Yoshie es un sobreviviente de Hiroshima donde siendo niño pierde a toda su familia y ve morir a su padre a metros de él. Es así que al recibir la noticia de la tragedia nuclear de Fukushima –daño colateral del terremoto– algo de aquel trauma al mismo tiempo subjetivo e histórico se actualiza. Esto decide a Yoshie a emprender un viaje hacia la zona del desastre. Fractura va a narrar ese viaje, en paralelo con un recorrido por la vida del protagonista de la infancia a la actualidad.

Desde la bomba, Yoshie ha vivido en una especie de huida hacia adelante. Rescatado por unos tíos luego de perder a su familia, al terminar sus estudios deja Japón y se va a París donde entra a trabajar en una multinacional que lo llevará a pasar temporadas en diferentes partes del mundo. Así es que alternando el hilo narrativo del protagonista, se intercalan otros capítulos desde la voz de cada una de las mujeres que marcaron la estancia de este japonés en París, Nueva York, Buenos Aires y Madrid. Dichos capítulos en torno a las historias de amor están anclados en momentos cruciales de cada sitio: la París de la nouvelle vague,  la Nueva York de los 70,  Buenos Aires menemista y Madrid post Atocha, donde finalmente Yoshie se jubila y decide volver a Japón. 

A la manera de un puzzle, la identidad del protagonista se va componiendo para el lector, a través de las miradas de sus sucesivas mujeres. Una estrategia narrativa que termina resultando eficaz, sobre todo en el caso de la novia argentina, donde se nota la soltura de Neuman para la primera persona en lengua madre. A su vez las novias componen su propio puzzle. La madrileña dice de la argentina: “Ella bueno. Pedante. Sobreactuada. Queriendo ocupar todo el espacio. Porteña, vamos. Parecía obsesionada con demostrar lo lista que era”. La argentina dice de la neoyorquina: “Cada vez que elogiaba Nueva York me mencionaba a la periodista esa, Laura o Laurie, yo qué sé. Si la tipa era tan maravillosa, ¿entonces por qué la dejó?” También Neuman utiliza la visión de cada una para marcar el cruce cultural. Así, mientras que para la española ir al psicólogo son “supersticiones”, la argentina dice que su psicoanalista es “una capa”. La española prefiere no comprometerse políticamente mientras que la argentina estuvo exiliada en Londres durante la dictadura. 

Este entramado complejo y riguroso que va haciendo Neuman, se hilvana desde el personaje secundario –aunque fundamental para la unidad de la novela– de un periodista argentino que quiere escribir sobre los desastres nucleares y busca infructuosamente entrevistar al protagonista.  

Hay momentos en Fractura en los que la cuerda se destensa y es allí donde se introducen datos e información y lo íntimo vira a lo sociológico. Neuman se afana en que el lector abra los ojos a la realidad. Y lo logra, sobre todo en aquellos momentos en que una imagen del desastre vale más que mil palabras: barcos en medio de avenidas, una máquina expendedora erguida entre casas inclinadas y coches doblados. También cuando se reemplaza el dato seco que puede tener lo periodístico, por lo subjetivo: los habitantes afectados por la tragedia nuclear de Fukushima evitan abrir las ventanas y tapan los huecos de la ventilación. No deberían salir pero terminan haciéndolo y llevan dosímetros de radiactividad, para saber cuán alta está. “Somos una comuna zombi”, dice el único médico que queda. 

Un punto aparte para señalar el trabajo con la prosa. Las frases de Neuman están hechas de un material perdurable. Son como esos edificios antiguos y sólidos. Y esto no debe sorprender viniendo de un escritor que a los 22 años publicó Bariloche (Anagrama, 1999), su primera novela y fue finalista del Premio Herralde. Le siguieron La vida en las ventanas, Una vez Argentina y El viajero del siglo, que recibió el premio Alfaguara. También publicó los libros de relatos, El que espera, El último minuto y Alumbramiento, la colección de aforismos El equilibrista y el volumen Década que reúne sus poemas.

Cuando Carlos Menem indultó a los militares, Neuman tenía doce años y por eso sus padres decidieron irse a España (la tía paterna había sido secuestrada y torturada durante la dictadura). “Al leer los diarios, contemplo España como argentino y a la Argentina como español; cada vez me pasa más que no puedo evitar mirar una orilla desde la de enfrente. Eso produce capacidad de observación pero también cierto desgarro, uno no puede dejar de estar del todo en ningún lado. Cuando la emigración es a tan temprana edad, se produce una inflexión tan fuerte que la parte anterior de tu vida queda grabada a fuego”. Esa mirada del mundo y de las cosas como extranjero está presente a lo largo de Fractura, y no cede en ningún momento. Tanto desde el punto de vista del protagonista como desde cada una de las novias que se ven a sí mismas y ven a su país en los ojos de Yoshie, logrando un intrincado juego de espejos. 

“Para mí una buena memoria se pregunta: ¿qué puedo hacer con lo que me hicieron? ¿En quién me convierten mis recuerdos, cómo me reinventan? Creo que eso lo aprendí en el exilio”, dice la mujer argentina de Fractura pero que también podría valer para su autor.

El trauma es la piedra en el zapato. Es ese zumbido que se oye cuando las voces se aquietan. Lo estancado que espera su momento para salir a la luz e interpelar. Neuman escribió una novela sobre la memoria y el trauma. Sobre el movimiento pendular del tiempo, y de cómo lo imprevisto de la tragedia puede traer de un plumazo el pasado al presente. 

Fractura Andrés Neuman Alfaguara 491 páginas