Desde Moscú

Niño, deja ya de joder con la pelota, interpreta uno que dicen los tipos cuando te sugieren que vayas a la tienda de juguetes más grande del mundo. Está en Moscú, en la Plaza Lubianka, muy cerca de la Plaza Roja, al costado del lugar en el que funcionaba la KGB. Se inauguró en 1957 y se llamaba Detsky Mir (Mundo de los niños), tenía 6 pisos y allí se vendían, sobre todo, juguetes de fabricación nacional. Hoy se llama algo así como Children´s Central Store tiene un piso más y cerca de 100 negocios distribuidos en 73 mil metros cuadrados. Al entrar lo primero que sorprende es un enorme reloj con su mecanismo de acero y titanio a la vista. Dicen que pesa 4 toneladas y media. Arriba cuelgan portentosas muñecas porristas y debajo, como es época de fútbol, unos pocos chicos y muchos grandulones juegan en cinco metegoles gigantes, de 30 muñecos por equipo, ideado seguramente por alguien que no tiene la más perra idea de fútbol. La formación 3-3-3-3-3-3-3-3-3-3 suena ridícula pero la pelotita de plástico va y viene y de vez en cuando alguien grita gol, sintiéndose el inglés Kane, el portugués Ronaldo o el ruso Dzyuba. Mickey, Spiderman, Barbie, Ninjas, transformers, jirafas gigantes, osos de peluche, calesitas en miniatura invitan al gastadero de guita y los padres haciéndose los sotas proponen a los pibes que admiren la estatua de Gagarín, vestido de astronauta, y la perra Laika hecha con legos. Con el mismo sistema, de piezas plásticas engarzadas se ven, detrás de un vidrio, enormes edificios que representan la llamada Moscú City. Basta apretar unos botones para que algunos ascensores se pongan en marcha y aumenten el realismo. En los pisos superiores de la juguetería hay un cine en 3D, dinosaurios para sacarse fotos, una enorme calesita para dar vueltas, un lugar de ciencia, a la manera de Tecnópolis para jugar y, por supuesto, un patio de comidas rápidas macdonaldianas. Una curiosidad de los negocios de ropa para pibes: no hay camisetas con inscripciones soviéticas, ni rusas, nada en cirílico, todo en inglés, un idioma que balbucean los empleados para decir que “así son las cosas”. Una buena: es que hay un espacio muy grande para juguetes antiguos de todo tipo: soldaditos de plomo, muñecas, trompos y casitas delicadísimas. Pero cerca de ahí, como para desilusionar, funciona una especie de espantoso salón de belleza para niños. A los pibes los peinan, los maquillan un poquito, les ponen una coronita en la cabeza y sacan fotos delante de un espejo ovalado. Tremendo. Vimos a un pibe llorando a moco tendido porque no quería saber nada con la peluquera, mientras la madre intentaba convencerlo (o al menos eso parecía) de lo lindo que podía quedar. Nos consuela pensar que en una de esas el pibe era sueco y que solo estaba llorando la derrota de la selección de su país ante Inglaterra.