Alemania hizo el peor Mundial de su historia. Fue eliminado en primera fase y de los tres partidos que jugó, perdió dos y ganó uno en el quinto minuto de descuento. Sin embargo, los dirigentes no se dejaron engañar por el sabor de los frutos amargos. Cuarenta y ocho horas después del cimbronazo, ratificaron la confianza del técnico Joachim Low, el mismo que la dirige desde hace 12 años y que había conducido a la selección campeona en Brasil 2014. Nadie mejor que él para liderar el nuevo proceso, aprovechando lo bueno y descartando lo malo. Nada más importante que el proyecto. Nada menos importante que los resultados.

Argentina recorre el camino inverso. Si hace 12 años, luego de la Copa de 2006, los alemanes tomaron la decisión de rever su fútbol desde las bases, casi simultáneamente, Julio Grondona y quienes lo sucedieron tras su muerte en 2014 aplicaron la política de tierra arrasada. Nada quedó en pie. Si hasta 2004, los técnicos de la Selección podían sostenerse al menos cuatro años en sus cargos, luego de que Marcelo Bielsa dejó plantado su trabajo en octubre de ese año, todo quedó librado al albur de los resultados. Ya no hubo proyecto a mediano y largo plazo. Nadie pudo sostenerse más de dos años, tres como mucho. 

La Selección Mayor empezó a degradarse casi en paralelo con la llegada de Lionel Messi en 2005. Era el DT por entonces José Pekerman quien había asumido en 2004 en lugar de Bielsa. Pero renunció en 2006, cinco minutos después de que Alemania eliminara por penales a la Argentina en Berlín. De inmediato, se hizo cargo Alfio Basile. Pero en 2008, en medio de las Eliminatorias para el Mundial de Sudáfrica, sospechó de la buena predisposición de un plantel que ya integraban Messi, Mascherano y Agüero y se fue tras un decepcionante 0-1 ante Chile en Santiago. Llegaron Diego Maradona y su aura. Pero tras una clasificación angustiosa en Montevideo, debió marcharse en 2010 tras el 0-4 rotundo que le estampó Alemania en Johannesburgo.

Sergio Batista tomó luego su lugar avalado por la medalla dorada olímpica ganada en los Juegos de Pekín 2008. Pero la convocatoria de Carlos Tevez para la Copa América de 2011 en nuestro país, implosionó al plantel que también integraban Messi, Mascherano, Agüero, Di María y Sergio Romero y “Checho” fue eyectado tras la eliminación por penales ante Uruguay en Santa Fe. Entonces fue el turno de Alejandro Sabella que pudo sostenerse desde 2011 hasta el Mundial de Brasil y alcanzar el Subcampeonato. Pero no renovó su contrato por problemas de salud.

Tras el deceso de Grondona, empezó el acabose. Aumentó el voltaje de la silla eléctrica y todos vivieron a los saltos. A Gerardo Martino no le disculparon las dos Copas América perdidas por penales ante Chile y decidió renunciar cuando en 2016, los dirigentes le vaciaron la Selección Olímpica sin ponerse colorados. Designado por la Comisión Normalizadora que encabezaba Armando Pérez, Edgardo Bauza lideró el ciclo más breve de los últimos 44 años (apenas 8 partidos), hasta que, como nuevo presidente de la AFA y en medio de otra clasificación complicada para el Mundial de Rusia, Claudio Tapia decidió escuchar los pedidos del plantel estable de la Selección y traer a Jorge Sampaoli, un técnico de nivel internacional. Un año después de haberlo ido a buscar a Sevilla y tras un Mundial en el que todo lo que podía hacerse mal, se hizo peor, pretenden echarlo a los empujones, sin siquiera tener en cuenta el oneroso contrato por cinco años que le firmaron hace poco más de uno.

Duele decirlo. Pero el respeto que a los tumbos, Menotti, Bilardo, Basile, Passarella, Bielsa y Pekerman consiguieron para la Selección, hoy es una pieza de museo. Las Selecciones Nacionales dejaron de ser prioridad para el fútbol argentino. Deberían ser mucho más que el principal activo de la AFA, su fuente mayor de recursos. Hoy son mucho menos que eso.

En la medida que se las someta cada vez más a la crueldad del gana-pierde y se las gestione con el mismo criterio cortoplacista con el que se gestiona a la enorme mayoría de los clubes argentinos, las Selecciones de mayores y juveniles seguirán penando y dejando retazos de prestigio por las canchas del mundo. Si a Sampaoli no le respetan un acuerdo al que llegó hace sólo un año, Diego Simeone, Mauricio Pochettino, Ricardo Gareca, Marcelo Gallardo, Matías Almeyda, José Pekerman, los nombres lanzados por estas horas para tomar en sus manos un hierro cada vez más ardiente, ¿tendrán ganas de asumir pese a todo? ¿Quién garantiza la continuidad en el cargo que si no se gana la Copa América del año venidero en Brasil? ¿De qué sirve un contrato por 4 años con todas las salvaguardas, si los mismos que lo firman, luego lo quieren romper al primer contratiempo?

Ningún proyecto serio puede estar atado a una pelota que entra o sale. Ganar una Copa del Mundo o una Copa América depende de muchos factores que casi nunca pueden manejarse del todo. Y el exitismo no debe ser la única medida de todas las cosas. Tras la decepción del Mundial, una buena manera de empezar a rearmar la Selección sería dejar de pensar que está condenada al éxito. Y que no salir campeón, es el peor de los fracasos.

Algunos, muy pocos, lo vienen sosteniendo desde hace más de diez años. Otros se han dado cuenta recién ahora: no tenemos lo que creemos tener ni somos lo que creemos ser. Hemos dejado de ser el centro del universo, futbolísticamente hablando. Sólo nos queda lo que queda de Messi. Y con Messi solo, ya no alcanza. Acaso desde ese baño de sensatez puedan empezar a sentarse las bases de la reconstrucción indispensable. Agobiada por tantos errores en tanto tiempo, la Selección agachó la cabeza en Rusia. Ya es tiempo de volver a alzarla.