Gentrified Colonialism es la frase que asoma en la pantalla luego del comienzo de Vida, una nueva serie que atrapa al vuelo los conflictos interculturales que hacen eco en la ciudad de Los Ángeles como visceral representación de lo que ocurre a lo largo de todo Estados Unidos. La gentrificación es un término conocido por los desarrolladores inmobiliarios, que surge de la transformación de los espacios urbanos decaídos en nuevos ámbitos de negocio y aparente prosperidad. Que la frase emerja de un panfleto que pega la provocadora Mari (Chelsea Rendon) en una de las paredes graffiteadas del East Side californiano no es casualidad: ahora son los latinos los que padecen ese virtual colonialismo de sus espacios tradicionales por las nueva movida hipster y racionalizadora, pero son también ellos quienes agitados por esa cambiante geografía incitan a la rebelión. 

Rebelión y gentrificación son dos palabras claves para entender la serie creada por Tanya Saracho para la cadena Starz, que no solo ha sacudido los moldes que representan a la comunidad queer y latina en Los Ángeles, sino que ha asimilado los conflictos del presente de manera inteligente, sin perder ironía ni sentimiento. Saracho, la verdadera mente creativa detrás de Vida, comenzó como dramaturga en Chicago y, si bien ya hace varios años que trabaja como guionista en series como Looking o How to Get Away with Murder, le ha llegado el momento de convertirse en showrunner en Hollywood. “La idea nació de Starz”, contó en una entrevista con The Chicago Tribune. “Me preguntaron si sabía lo que significaba ‘chipster’ y les dije que sí: ‘chicano hipster’. Y luego me dijeron si sabía lo que era ‘gente-ficación’ y ahí tuve que poner las dos palabras juntas y admitir que no las había oído. Todo venía de un artículo en Los Angeles Times que hablaba de la gentrificación de los espacios latinos y para mí fue un descubrimiento fascinante”. 

La propuesta de la serie consiste en utilizar ese espacio geográfico para conectar las vidas de los distintos personajes, los que viven, los que llegan, los que regresan. Junto a las pintadas de Mari, activista adolescente que convoca a su “raza” en videos hogareños colgados en internet para intervenir en el consejo de la ciudad y resistir las artimañas de los desarrolladores urbanos, se dibuja otra historia vital. Emma (Mishel Prada) y Lynn (Melissa Barrera) son dos hermanas que se reencuentran a raíz de la muerte repentina de su madre, Vidalia. Criadas en su infancia en el bar familiar del East Side regenteando con calidez y severidad por Vida –como la llaman a Vidalia los vecinos y amigos–, fueron separadas en su adolescencia: Emma se fui a vivir a Texas con su abuela y luego se convirtió en una ejecutiva eficiente y formal en Chicago; Lynn se quedó en Los Ángeles, donde combina su fascinante irresponsabilidad con una vida amorosa errante y algo de calculada manipulación. El regreso al barrio para asistir al funeral y administrar la herencia dispara los más variados resquemores y combina esas ausencias pasadas con las sorpresas que les tiene preparado el inminente futuro. 

En solo una temporada de seis episodios de media hora –que ya ha sido renovada para una segunda y que acá todavía espera su estreno– Vida ha conseguido despertar interés en la crítica y expectativa en el público de Estados Unidos, sin apelar a artimañas oportunistas para retratar lo latino sino ajustando una mirada que se siente al mismo tiempo genuina y renovadora. “El cruce entre la comedia y el drama que propone Tanya Saracho se anima a hablar en voz alta y clara, apoyada en un talentoso elenco latino en su totalidad”, señala Ben Travers en Indiewire. “Aborda asuntos familiares, romances, carreras profesionales, aprendizaje, muerte y mucho más, todo desde un punto de vista distinto”. Y esa construcción de un punto de vista propio es la idea que sostiene Saracho tanto en la elección de un equipo íntegramente latino como en la decisión de combinar el español y el inglés en los diálogos, creando formas idiomáticas que representen esa mixtura constante que atraviesa a los barrios latinos. “Algunos showrunners veteranos, todos blancos, me decían: ‘¿Por qué querés llenar la habitación de guionistas latinos? Contratá a quien sea mejor para la serie, no te dejes atrapar por eso.’ Y yo dije: ‘No. ¿Para una historia tan íntima sobre los detalles de una cultura? No se puede fingir eso. El equipo de trabajo tiene que reflejar el espíritu de la serie”. 

De alguna manera, ese espíritu del que habla Saracho es el que define las relaciones entre las mujeres de la serie, las que habitan ese edificio que Vidalia administraba con cierta anarquía y mucha generosidad, las del bar gay-friendly que ahora regentea Eddy (Ser Anzoategui) marcada por el duelo y la tensa convivencia con sus hijastras, y las de Emma y Lynn, inmersas en la sorpresa por la secreta vida de su madre, por el silencio de tantos años, por sus propios deseos redescubiertos. Amores y rencores se juegan en un espacio en tránsito entre un pasado que resiste en los recuerdos de las tradicionales comidas y esa energía inesperada de los jóvenes rebeldes que defienden su territorio, y un futuro que muestra su cara en modernas fachadas y oscuros negocios. “Vida está llena de amor por su ambiente y sus personajes. Pero es esa clase de amor complejo y nada sentimental que siente un hijo adulto por sus padres con los que ha atravesado una historia difícil. Es ese amor que atiende a las imperfecciones en lugar de ver más allá de ellas”, observó James Poniewozik en su crítica en The New York Times. 

Que Vida se convierta en un fenómeno que trascienda el ghetto cultural es solo cuestión de tiempo, como afirma la misma Saracho cuando piensa a esta primera temporada apenas como el prólogo de una gran historia. Sus límites se expanden no solo por la vitalidad de su equipo creativo sino por la sintonía que la serie propone con los cambios culturales y las nuevas formas de narrar. De hecho, el tratamiento de la sexualidad al igual que la mirada sobre la cultura subvierte las codificaciones binarias y se afirma en un recorrido abierto y relajado. “Quería que el sexo en la serie no fuera estilizado y glamoroso como suele aparecer en televisión. Y lo mismo sucede con lo queer. Hay mucho machismo en nuestra cultura y mucha homofobia en nuestra comunidad. No es todo inclusión. Por eso en una segunda temporada vamos a seguir con la misma idea”.  

Sexo, políticas urbanas, herencia cultural, cruces idiomáticos, duelos y comidas callejeras se entrecruzan en esa geografía reconquistada que despliega Vida, uno de los interesantes hallazgos de la televisión por venir.