Mi infancia transcurrió durante la década del 80. Tengo un hermano menor, sólo dos años menor, pero siempre me sentí muchísimo más grande que él: era mi hermanito.

   Cuando era chica, mi mamá y mi papá solían reunirse con parejas amigas que también tenían hijas e hijos de la, más o menos, misma edad que nosotros. Recuerdo que solían meternos en una habitación a mirar una película alquilada en el videoclub, para que los grandes puedan hablar cosas de grandes. Te guste o no la película, la hayas visto o no, te de miedo o no, ahí te quedabas los noventa minutos de calvario o de felicidad. En mi casa no había videocasettera y me encantaba esa actividad, sobre todo porque no me gustaba jugar a nada con otras nenas o nenes con los que no tenía ningún tipo de vínculo. Nunca fui muy dada con la gente.

   Así, en esas reuniones, en las que a las nenas y nenes nos tocaba en suerte ver una película, fue como el cine vino a mí. Llegó de la mano de películas que nadie sabe bien por qué estaban en la sección infantiles del videoclub: Gremlins, Goonies, Critters, La historia sin fin, Volver al futuro, incluso Pesadilla y, por supuesto, la madre de todas mis fantasías: Laberinto.

   Recuerdo muy bien la primera vez que ví Laberinto: tenía entre 8 y 10 años. Fue en una de esas reuniones. Habían puesto la tele con la videocasettera en la habitación principal donde estaba la cama grande, nos dispusieron a todos los nenes y a mí, que ese día era la única nena, en la cama. Cada quien eligió el lugar que más cómodo le pareció y yo quedé casi al borde de la cama porque no quería estar en medio de nenes desconocidos, mientras que mi hermanito quedó en el montón porque él sí que era dado con la gente. Pusieron la película: autotracking, rayas, señal de ajuste, avances de Transmundo video, fast foward, se apagó la luz y empezó. 

   La protagonista es una chica... ¡Zas!, quedé prendida de inmediato. Esa chica, Sarah, tiene un hermanito, Toby... Busqué la cabeza de mi hermanito en la montaña de nenes. Una noche, su papá y su madrastra salen y dejan a Sarah encargada de cuidar a Toby. Como Toby no deja de llorar y se pone fastidioso, Sarah quiere que desaparezca y tiene la brillante idea de pedirle a Jareth, el rey de los duendes, que se lo lleve. Yo también a veces quería que mi hermanito desaparezca. Entonces, Jareth se lleva a Toby... ¡Nooo! Volví a buscar la cabeza de mi hermanito en el montón.

   Sarah tiene 13 horas para llegar al centro del laberinto, donde está el castillo de Jareth, para rescatar a Toby: qué aventura, qué desafío. Pero es sólo un laberinto, no puede ser tan difícil, así que Sarah se adentra en el bosque para atravesarlo. Sí, resulta que el laberinto es muy difícil, los juegos mentales de Jareth hacen que Sarah se confunda, se retrase, dude, tenga miedo (yo también tenía miedo). En el camino conoce criaturas fantásticas, aliadas, enemigas, algunas la ayudan, otras la distraen, ella sólo tiene que saber en quién confiar y en quién no, ella sólo tiene que mantener su objetivo: rescatar a Toby. Finalmente llega al centro del laberinto, al castillo, y ahí todo se pone más difícil aún: Jareth le ofrece una vida con él, una vida de fantasía ilimitada donde ella puede tener todo lo que quiera y sueñe. Por supuesto que era una oferta muy difícil de rechazar, pero esta oferta tiene un precio altísimo: ella va a tener todo, a cambio de que él la maneje. Sarah tiene que elegir entre quedarse en el castillo con Jareth y ser una niña para siempre, o aceptar la realidad de que está creciendo y volver al mundo real con Toby. Afortunadamente para mí, que ya estaba muy angustiada, Sarah rechaza la oferta de Jareth y decide volver al mundo real con Toby. The End.

   Busqué la cabeza de mi hermanito, no la encontraba, todos se habían quedado dormidos menos yo. Traté de moverme y me di cuenta de que estaba incómoda: mi hermanito dormía al lado mío, con su mano en mi mano. ¡Qué alivio! Pensé: siempre te voy a cuidar de Jareth y de todos los malos, siempre. Se abrió la puerta, entró la luz, era mamá que venía a buscarnos porque nos íbamos a casa, mi papá alzó a mi hermanito a upa y yo salí caminando súper despierta. “¿Te gustó la película?”, me preguntaron. “Sí, más o menos”, respondí.

   Con el tiempo y el paso de los años, mi hermanito se convirtió en mi hermano, el que me rescata cuando estoy un poco abajo, el que confía en mí y me empuja hacia delante, el que me baja un cambio cuando me acelero, el que atraviesa laberintos para traerme al mundo real. Ahora es él quien me cuida de los malos.


Jimena Blanco estudió Realización Integral de Cine y TV en el CIC, de donde egresó en 2002. Se encargó de la producción ejecutiva de largometrajes de ficción, entre los que se encuentran Tesis sobre un homicidio, La suerte en tus manos, El misterio de la felicidad, Eva no duerme y Al final del túnel. Acaba de estrenar Paisaje, su primer largometraje como directora.