He aquí la novela ideal para todos aquellos que se emocionaron con el discurso/diatriba/llamada a las armas de la presidenciable Oprah “Yes I Can” Winfrey en la pasada entrega de los Golden Globes. Una novela que –como lo de Winfrey– aunque bienintencionada y con afán de justicia es también maniquea, simplista, manipuladora, sin matices, autoindulgente, vulgar, atronadora, previsible y finalmente (con la colaboración de su hijo Owen, hasta ahora escritor realista, autor de la meritoria Double Feature, y quien tuvo la idea para el engendro) uno de los fracasos más incuestionables e injustificables e imperdonables del más que admirable Stephen King. 

  El único mérito de Bellas durmientes –inevitable y apalabrada miniserie televisiva ya desde su origen– es el de haber tenido la virtud de haber sido publicada en perfecto sincro con uno de los Grandes Miedos del momento. Hasta ahora, King siempre había trabajado en reversa y sobrenaturalizando miedos muy clásicos del norteamericano medio. Miedo a lo extranjero, a las enfermedades, a la disolución familiar, a la gordura, a los terrores infantiles, a las enfermedades terminales y a la muerte, al psicópata que puede llegar a presidente, etc. Pero aquí –tras la resurrección de ese ya clásico moderno que es El cuento de la doncella o el reciente alumbramiento de la muy interesante El poder de Naomi Alderman– Bellas durmientes sintoniza a la perfección y en el acto con un temor si no nuevo al menos muy de actual: la comprobación de que las chicas ya no sólo quieren divertirse sino que, además, quieren saldar cuentas con los hombres que se portaron mal divirtiéndose con ellas. Sí: en Bellas durmientes, se acabó la fiesta y toca buscar el tiempo perdido y ganar la rebelión. O, al menos, de irse a un sitio mejor donde no haya tantos malos tipos. La hora ha llegado, como advirtió la despertadora Winfrey. 

  Pero, paradójicamente, esa hora llega cortesía del pandémico virus Aurora (bautizado así en honor a la princesa yacente de Disney) que pone a todas las hembras del mundo a dormir dentro de vainas/capullos. Y mucho cuidado con despertar a las durmientes bellas: abren los ojos de muy pero que muy mal humor (convertidas en una suerte de zombies vengativos) porque sus maridos las traen de regreso de una suerte de ruinoso paisaje utópico al que llaman “Nuestro Lugar”, donde las hembras conviven amparadas por un talismánico Árbol Madre, enjambres de polillas milagrosas y un puñado de animales mágicos. La reina de ese santuario maravilloso –del que va y viene– es una especie de bíblica pero muy terrena hechicera/súcubo/mutante de la Marvel con destellos New Age y tarareos revanchistas à la Taylor Swift llamada Evie Black. Alguien más que lista para “presionar el botón de reset” en lo que hace a la relación entre ellas y ellos mientras proclama que “Soy mujer. Oídme rugir” y se ríe de los abandonados machos temblorosos e ignorantes que la consideran “La Gran Lesbiana de los Cielos”. Y los hombres solos (algunos de ellos muy buena gente a pesar de todo) están muy nerviosos. Y todo king-size  extendiéndose a lo largo de cientos de páginas con el ya casi inevitable defecto de buena parte del King tardío: resulta más lograda e intensa la parte realista (aquí el recuento de una crisis matrimonial). Y de nuevo agota un tercer acto-action –aquí la batalla en la prisión de mujeres de Dooling, pueblo en los Apalaches que funciona como Zona Cero de la catástrofe planetaria– que se hace eterno en su detalle innecesario y su recuento lentísimo. 

  Digámoslo así: Bellas durmientes no es La danza de la muerte/Apocalipsis ni El misterio de Salem’s Lot, sino algo más cercano a la soporífera La cúpula. Y vuelve a poner en evidencia que King siempre trabajó mejor y cada vez destaca más en tramas más intimistas y en primeros planos (hitos como El resplandor, La zona muerta, Cementerio de animales, las nouvelles de Las cuatro estaciones o la reciente y formidable Revival) que en estas súper-producciones panorámicas con demasiados personajes. 

  Lo menos logrado de Bellas durmientes y lo más triste y sorprendente –sobre todo teniendo en cuenta que King es un gran escritor de “lo femenino”, y ahí están Carrie, Cujo, Misery, Dolores Claiborne o La historia de Lisey entre otras– son los momentos de fácil prédica/comunión entre mujeres alcanzando iluminaciones del tipo “Siempre hubo hombres malos y mujeres malas. Pero en la batalla de los sexos los hombres peleaban más y mataban más. Los sexos nunca habían sido considerados iguales porque nunca habían sido igualmente peligrosos” o “Amor es una palabra de riesgo en boca de hombres porque, a diferencia de cuando una mujer la pronuncia, ellos están dispuestos a matar por amor”. Aún así, ellas concluyen que están dispuestas a perdonar y ofrecer una segunda oportunidad a todo cretino que prometa ya no sólo pensar con su entrepierna en entrepiernas.  

  En 1994, Stephen King publicó un libro que no se cuenta entre sus mejores al que tituló Insomnia. 

  Bellas durmientes da sueño.

  Mucho.

  A todas y a todos.

  Y a me too.

Bellas durmientes Stephen King y Owen King Plaza & Janés 768 páginas