Mientras Kylian Mbappé inclina el cuerpo como para abrir su pie, pega el botín a la pelota y engaña cerrando el remate al primer palo, hay un ángel imperceptible que, sobre la inmensidad brumosa de esa esfera deslumbrante que es el estadio de Luzhniki, decreta que acaba de darse vuelta el reloj de arena luego de una década y que aquel ecosistema que renació entre luces en la previa de Sudáfrica 2010 acaba de tomar un giro novedoso en los pies de este crack imparable. El fútbol que conocimos acaba de dejar de existir y nosotros, mareados por la agitación de esta Francia abrumadora y superior, todavía no nos dimos cuenta.

El mundo del fútbol vino a Rusia 2018 con algunas certezas que nacieron por allá entre 2008, 2009 y 2010, con el auge del Barcelona de Pep Guardiola y el armado de un Real Madrid de leyenda que le disputaría el mercado de los títulos. Desde ahí, Leo Messi y Cristiano Ronaldo gobernaron la aldea con sus formaciones detrás. Como satélites, se afirmaron en el mano a mano Guardiola y Mourinho, en algún punto los emergentes del mismo duelo en el marketing de los entrenadores. Además, teníamos claro que España jugaba al toque, que Alemania le había sumado compás a su histórico poderío físico, que Argentina tenía a Messi y su séquito de Agüeros e Higuaínes y que Brasil estaba en reconstrucción esperando a Neymar. Los buenos de esa era fueron y son Xavi e Iniesta, Ramos y Piqué, Modric y Benzema, Dani Alves y Marcelo y algunos otros tantos más. Esa era, sin embargo, acaba de terminar en esta noche de Moscú.

En primer orden, Messi y Cristiano no han podido traer su duelo al país más grande del mundo. A Leo no le vimos un partido de siete puntos en toda la Copa del Mundo. A Cristiano apenas un par de goles de arranque y una desoladora ausencia en el mata-mata. Además, fue el propio CR7 el que finiquitó el histórico clásico al firmar por la Juventus por una cantidad que (valga esta desmesura) al tiempo actual le quedó corta: Neymar al PSG, Coutinho al Barcelona, Pogba al Manchester United y Ousmane Dembélé al Barcelona vieron pasar delante sumas similares o mayores que uno de los reyes de este tiempo. Y si, como dice Jorge Valdano, al capitalismo le tomamos todo o lo refundamos de cero, que este mercado inflado y sobrenatural opine eso del portugués es todo un signo del cambio de época. El de Madeira llegará a Qatar con 37 años y su némesis rosarino lo hará al borde de los 35.

En ese contexto, Francia (26,4 años promedio), Inglaterra (25,9) y Bélgica (27) marcaron un campo respecto de Brasil (27,8), España (28) y Argentina (28,4). El recambio generacional llegó para quedarse y Roger Federer, sabemos, hay uno sólo. Raphael Varane (25 años), Harry Maguire (25), Samuel Umtiti (23), Paul Pogba (25), Romelu Lukaku (25), Raheem Sterling (23), Yerry Mina (23) son, aunque algunos realidades y otros apariciones, la armada que Rusia 2018 deja de cara a lo que vendrá. Coutinho, Neymar, Isco, Dybala, Gabriel Jesús, Asensio, Icardi y muchos más se sumarán. Al menos para esta columna, todos detrás de uno, el que dio vuelta el reloj.

Kylian Mbappé es el jugador llamado a ser el dominador de la era que viene del fútbol mundial. Con 19 años y medio, el francés jugó una Copa del Mundo con marcas de agua de un megacrack. Recién salido del horno, tiene el arranque del Ronaldo de Cruzeiro y PSV, el desequilibrio en el mano a mano del primer Neymar del Barcelona y la velocidad punta del mejor Gareth Bale. O incluso un poco más. A una edad en la que Messi era un extremo gambeteador y Cristiano un dibujante de florituras, el francés domina varios registros del juego. En el pie a pie en la banda, su especialidad, es una pesadilla. Si tiene que girar y desequilibrar por adentro, lo hace. La pelota larga mano a mano con el defensor, una táctica que Francia utilizó sistemáticamente, también le queda cómoda. Hasta se olfatea que no tendría problemas en jugar de nueve, como alguna vez hizo en el Mónaco. Cuando le agregue panorama, seguramente de aquí a un par de años, será un total fuoriclasse. ¿Si será más o menos que sus predecesores? Afirmarlo es una quimera, sobre todo sin conocer al peor enemigo del buen jugador: la cabeza. Si Mbappé convierte a su gloria temprana en ambición permanente, recién ahí podrá ir por el cetro. Pero lo tiene todo.

Es probable que alguien cite este artículo cuando, en poco menos de un año, Real Madrid, Barcelona o Juventus vuelvan a ganar la Champions League de la mano de sus estrellas maduras, esas a las que vimos cristalizarse hace una década, pero acá y hoy, mientras la pelota de Mbappé besa la red y él se para frente al mundo con una pose que le traerá pilas de contratos, un reloj de arena invisible giró y comenzó a contar. Y al momento que el cielo de Moscú se empieza a romper, en el palco de prensa hay alguien que mira al vacío y piensa en cómo el fútbol dimensiona el paso de los años. En cómo esa pelota que todavía rebota por el césped, al cabo, nos cuenta a la vida, al tiempo que pasa y al que nos queda. Se termina Rusia 2018 y los minutos se llueven como si supieran que estamos tratando de contarlos. Ahí aparece la gran certeza: con los que sean y dónde sea, más viejos e igual ilusionados, desengañados de más cosas pero esperando a otros cracks, estaremos en el Mundial de Qatar.