Una, dos, tres, cuatro. Mejor dicho, y para ser más precisos, bajo la lluvia torrencial que pareció esperar el final para caer y hacer el festejo más épico, todos los fotógrafos que están dispersados por todo el lateral de la cancha lo enfocan a él. A ese nene que podría estar tranquilamente con sus amigos viendo la final del Mundial, pero que acaba de hacer historia por empezar a demostrarle al mundo que el reinado de Messi y Cristiano tiene sucesor. Kyllian Mbappé es el hombre que todos buscan, y él posa para unos y otros. Y ellos dos lo saben y lo celebran. Porque a ninguno le importa no tener la foto para subir a las redes sociales. Ellos dos se miran y se abrazan. Están felices. No solo porque se sacaron esa daga que les clavó Portugal hace dos años en casa, sino porque, además, en sus manos tienen eso con lo que soñaron desde que corrieron por primera vez. Ambos son campeones del mundo. 

El más alto de los dos es el único 9 estelar del Mundial que no anda renegando de tener una condición que parece ser única en este mundo de egos gigantes y personalismos absolutos. Es que Olivier Giroud no tiene problemas en no vivir del gol. Él sabe que a pesar de que tiene el manual del delantero ‘torre’ en sus genes, ese que se describen en los libros de historia, y que su equipo no depende de su potencia goleadora. Porque a esta Francia se le caen los goles. La muestra clara es el primer tiempo que sin patear al arco, más allá del penal de Griezmann, se fue ganando 2-1 sin merecerlo. Y en ese contexto, los que no entienden que todo evoluciona y que un delantero puede ser igual de importante siendo el faro para que se luzcan sus compañeros, son los que lo dejan pagando antes de la final cuando no le pidieron ni un autógrafo en la llegada del plantel al hotel de Moscú. Es fácil. Esos hinchas piensan que el 9 solo está para gritar goles. 

En ese panorama el hoy delantero del Chelsea no tiene problemas en irse sin haber llenado su boca de gol. Como ese falso 9 que nadie vio en Argentina justamente ante su Francia, cuando Sampaoli quiso probar con Messi en esa posición. En la final de hace un rato Giroud hizo lo que el equipo necesitó. Igual que durante todo el Mundial. Ante una Croacia que superaba en todas los aspectos del juego a Francia, el 9 entendió que su primera tarea del día era solamente jugar de espaldas al arco. Y bajarla para que sus compañeros lleguen de frente. Y lo cumplió. Después tuvo que retrasarse unos metros para hacer más incómoda la salida de la pelota en el rival, y también lo hizo. Sin el arco entre ceja y ceja. Solo con el objetivo de mejorar a sus compañeros. Porque su ego parece no existir en tiempos de egos gigantes. Su cifra de goles en Rusia es la misma que las quejas de los suyos cuando sonó el silbato de Pitana: cero. Por eso no sorprendió que cuando Deschamps decidió reemplazarlo para poner a Fekir el resto de sus compañeros lo aplaudiera como si acabase de meter un hattrick. Giroud hizo que lo que un hombre con su inteligencia hace. Sacrificó el bien personal por el bien colectivo. Y la medalla dorada que tiene colgada en el pecho en medio de la tormenta perfecta que se desató en Moscú vale la pena cada esfuerzo que hizo.

El otro que mira como Mbappé se lleva el premio al Jugador joven más valioso del Mundial y lo aplaude rabiosamente es el jugador más determinante del campeón del mundo. Porque aunque el número 10 se lleve todas las fotos él sabe que fue determinante en esta segunda estrella que se está bordando encima del gallo de la Federación Francesa. Porque en este equipo repleto de nombres rutilantes y rendimientos estelares Antoine Griezmann fue la llave que abrió todos los partidos decisivos. Desde los cuartos de final en adelante el 7 bravo participó en todos los goles del ahora campeón del mundo. Este rubio chiquito, pícaro, que se cree tan uruguayo como lo muestra con sus cosas de jugador sudamericano. En su zurda nacieron los dos goles de un equipo que no pateó al arco y se fue ganando al entretiempo, y casi todas las contras potables que generó su equipo en el complemento. Porque una de sus principales virtudes es la de elegir siempre bien el primer pase de un contragolpe. Pocas veces, por no decir ninguna, a lo largo de la final el elegido mejor jugador del partido buscó el camino equivocado. 

Griezmann es un jugador autogestionado. No importa lo que muestra el partido. No necesita estar en constante contacto con la pelota, pero si correr a cuanto defensor rival tenga enfrente. Es un delantero con alma de defensor cuando no tiene la pelota y eso habla de un futbolista completo. Que también pone al todo por encima del resto. Es un jugador de jugadas aislados. Jugadas que Francia no le genera. Él solo las busca y las convierte en situaciones de peligro. Es un tipo que colabora en el plan general, aún teniendo su propio plan. Por eso brilla y gana partidos y títulos con el Atlético de Madrid del Cholo Simeone. Porque tiene una mentalidad súper competitiva. 

La lluvia no cesa. Al igual que las fotos para Mbappé. La nueva estrella del fútbol mundial posa y nadie le puede sacar la Copa. Salvo Pogba, que se la saca para tirar su ‘dab’ ya característico. Y ellos miran. Festejando, pero lejos de las cámaras. Se abrazan fuerte con Deschamps y se ríen. El 7 y el 9 que acaban de salir campeones del mundo se miran y se vuelven a abrazar. Saludan a Kanté, el mayor ejemplo de trabajar para el bien del otro, y siguen caminando. Hasta desaparecer en el túnel. Queda mucho por festejar. Y lo ellos lo harán, cada uno a su manera, pero convencidos de que lo que hicieron alcanzó para cumplir su mayor objetivo. Porque hace un rato nada más los dos son campeones del mundo.