“Me siento perdido en este mundo/ mi último fracaso será tu amor”, así culmina la ópera prima de Cecilia Kang. Con el estribillo taciturno de un famoso bolero del Trío Los Panchos. Ellos, un viejo grupo de inmigrantes latinos que triunfó en Estados Unidos, podrían parecer un playlist más que improbable para apenas una veinteañera, aunque a ella le resulte de lo más natural y a propósito explique: “Es un menjunje raro. Pero también, el menjunje es parte de lo que a mi me tocó ser”. El eclecticismo no resulta antojadizo y visto en la película –que también lleva el nombre de esta canción– cobra sentido. Quizás, porque las dos partes tienen en común la siempre compleja pregunta sobre el lugar de pertenencia. El grupo de bolero, que cantó sobre la nostalgia por el lugar del origen y la desazón amorosa, y la autora de esta película, primera generación nacida en Argentina de una familia coreana, que transformó la idea de alteridad en su propio lugar de comodidad. Egresada de la ENERC, inquieta directora de cortometrajes ya conocida en el circuito de festivales (Rosario Bléfari y su hija Nina Suárez como favoritas en sus protagónicos), y también flamante tecladista de pelo azul de la banda Posavasos, Cecilia Kang cuenta que ésta es la película que estuvo practicando casi toda su vida. Haciéndose estas preguntas constantemente, de formas a veces dolorosas, acerca de su identidad y las relaciones humanas en el mundo doble que le tocó habitar. También cuenta que la filmó en medio de una ruptura amorosa intensa, bien acorde con su afán de estudiar de forma cuasi académica su género favorito y en el que decide enmarcar su película: el melodrama. “Es parte de mi personalidad, desde lo más serio a lo más patético” afirma. El resultado es un documental autobiográfico –aunque llamarlo así pueda parecer perezoso para la multiplicad de historias que cuenta y la no-estructura que propone– que intenta reconciliarse con una idea tan conflictiva como es la de vivir en la mitad. En su caso, entre el mundo oriental y el occidental, y la imposibilidad de ser ambos o ninguno, cuando la única posición posible es la de habitar la nebulosa que se construye en el medio. 

Mi último fracaso se hace estas preguntas desde el entorno que la autora reconoce mejor, un grupo de mujeres de distintas generaciones de la colectividad coreana que hizo su vida en Argentina, y las distintas formas en que construyeron su identidad en medio de una vida en diálogo con la cultura radicalmente diferente de su origen. Un relato lejano y cercano, de historias pequeñas, siempre adorables, sobre estas vidas ajenas como forma de entender la propia, que la directora consigue hilar poniéndose ella misma frente a la cámara, y que indaga particularmente en las relaciones sentimentales que se establecen determinadas por las distintas identidades culturales. Cecilia filma intermitentemente a sus amigas de la colectividad, que viviendo en Argentina, han optado por reconocerse decisivamente como coreanas. A su profesora de arte de la infancia, que rebelándose a los mandatos culturales de Corea migró a Argentina siendo ya una adulta, a las mujeres que nunca se casaron y optaron por otros tipos de familia, a su hermana mayor. Y también a si misma, como argentina visitando Corea, y como coreana viviendo en Argentina, entrando y saliendo de un mundo del que es residente y extranjera a la vez. “Siempre lo viví de forma segmentada, a medida que iba creciendo encontraba dificultades porque me empezaban a interesar otras cosas, otra música por ejemplo, otras formas artísticas. Para mi siempre fue un conflicto el de no encontrar un lugar, pero ahora siento que en esa nebulosa, en esa idea de lo otro me siento más cómoda. La película habla un poco sobre eso, que es un tipo de vida como el de tantas otras personas, dual, imposible de categorizar. Quisiera mostrar el punto donde estoy parada, en el medio, ambiguo” explica. 

Esta ópera prima, que se presentará los sábados de enero en el Malba, se pudo ver en la competencia argentina de Bafici y la sección de nuevos autores del Festival de Cine de Mar del Plata, y se abre paso como una película de rebeldías. No solo en las historias que cuenta, sobre tomar una posición improbable, muchas veces conflictiva, para construir la identidad propia, sino también en la forma más que rebelde y urgente en la que fue concebida. Sin presupuesto y, quizás demasiado críptica en su tema, sin la asistencia de ningún fondo concursable. Con ayuda de sus amigos más cercanos, y con una libertad tan impetuosa para filmar que puede impacientar a los más reaccionarios, como si la cuestión de la identidad también se construyera en el dispositivo que Cecilia explora con curiosidad, no solo como inmigrante entre dos culturas, sino en sus elecciones como cineasta: ella misma frente un espejo, la anciana con remera de los Ramones volviendo a una vida que hace tiempo dejó atrás, una borrachera en un karaoke coreano en el corazón de Buenos Aires, un brindis para festejar un año más de vida a pesar de la improbabilidad. Momentos filmados con amor e impronta familiar pero con asombro extranjero, por un equipo de sus compañeros de escuela: la lúcida guionista Virginia Roffo, Sebastián Agulló en el montaje, Diego Saguí en la cámara y Francisco Pedemonte en el sonido. 

Un melodrama alejado del manual, realmente más cerca del punk que del bolero en sus formas de narrar, en su playlist extraño, en la aspereza de sus imágenes, que se despereza de la imagen de la iniciación, del viaje o del retiro como forma de autoconocimiento, y enuncia con toda sensibilidad humana que la única forma de encontrarse es a través de los demás. “Siempre volvía a la canción: ‘Me siento perdido en este mundo, mi ultimo fracaso será tu amor’. Al final pensé que todo esto se resume a la construcción de uno mismo en la mirada del otro, del amor de otra persona, me empecé a hacer esas preguntas y por eso decidí: Si, la película va a hablar sobre mujeres. Sobre mujeres de la colectividad coreana donde crecí ¿pero qué? ¿Qué les pasa? ¿O a mi misma, qué me pasaba con los otros? Cómo construía yo mis relaciones personales a través de mis propios conflictos con la identidad, de mis miedos, de mis fantasmas”.

Mi último fracaso se puede ver los sábados de enero, a las 20, en el Malba, Av. Figueroa Alcorta 3415.