Las historietas de Charles S. Forsman son puro espíritu adolescente. Hay adolescentes con padres muertos, y otros con trastornos mentales. Chicos desgarbados con poderes telequinéticos y chicos que planean venganzas silenciosamente desde el salón de la secundaria. Algunos se enamoran sin remedio de sus mejores amigos, y otros, son tan nihilistas que meten las manos en trituradoras de basura solo para confirmar que están vivos. “Actualmente estoy haciendo algo a lo Terminator 2. Viajes en el tiempo, ciencia ficción, ese tipo de cosas. Sinceramente hacer historietas es una gran manera de mantenerse por siempre joven”, confiesa Charles Forsman, de 36 años, hablando pausadamente desde su casa en Massachusetts, donde vive hace algunos años después de dejar su Pennsylvania natal. La verdad es que si los adultos existen en las historietas de Forsman, lo hacen casi exclusivamente para complicarle la vida a los chicos y, sin duda, James y Alyssa, la pareja de héroes forajidos de su historieta The End Of The Fucking World, son los herederos más insignes de esta consigna. La mayoría seguramente ya los tendrá mejor conocidos como actores de carne y hueso: la chica del flequillo y la campera demasiado grande para su figura, y el chico que, en sus palabras, es “probablemente un sociópata”, cruzando el país en un auto robado y a toda velocidad en la adaptación televisiva inglesa programada por Netflix. “Quedé muy conforme con la serie, la verdad, creo que era un gran desafío trasladar un road trip que se siente tan americano a otro lugar del mundo. Me invitaron al rodaje y cuando vi a los actores diciendo esas frases que yo había escrito solo en mi escritorio, sentí escalofríos en todo el cuerpo”, se emociona Forsman. Dirigida por Jonathan Entwistle, con reminiscencias de Thelma y Louise y de Badlands, y con una banda sonora compuesta por Graham Coxon que le rompió el corazón tanto a la crítica como al público de forma casi unánime, la serie se convirtió rápidamente en el hit del verano pasado. Pero todo comenzó como un discreto mini-cómic que Forsman empezó autoeditando, él solo y con su propia mini-editorial, en pequeños fanzines de 8 páginas en el 2011. Ahora, este cómic pequeño y taciturno, tan poético como grunge, que inspiró la serie y que ha cosechado una legión de fans, llega en un tomo completo y con edición local vía La Bola Editora, un ecléctico sello independiente marplatense dedicado a la poesía, la narrativa y el ensayo, pero que se anima por primera vez a explorar el lenguaje de la historieta con una colección a cargo del editor especializado José Sainz.

“Lo hice con urgencia, al principio de mis 30, un poco improvisando y para sacarme una emoción que me obsesiona hace años: el fin de la infancia, el comienzo de la vida adulta y la certeza de que eventualmente podríamos convertirnos en nuestros padres. Eso es aterrador”, se impacienta Forsman. Tremendamente minimalista, con la destemplanza sintética de su héroe Charles M. Schulz, pero con dosis de violencia inusitadas para esos trazos limpios, simples y discretos, el cómic se convirtió en uno de sus primeros trabajos de visibilidad autoral. Estos adolescentes, salidos de familias rotas y enamorándose en sus propios términos, parecían generar mucha empatía en una generación más escéptica, que los recibía con entusiasmo, y que capítulo a capítulo, los seguía en la velocidad de la ruta, en casas tomadas, en delitos pequeños, y otros más serios, buscar una salvación indeterminada a la incomodidad existencial que no llegan a comprender del todo. “Mi padre murió cuando yo tenía 11 años, así que crecí siendo un poco más cínico que mis amigos en general”, confiesa Forsman, a quien –medio en broma, medio como halago, o en un centro indeterminado– a menudo algunos llaman “El Frank Miller zurdo”, apodo que él se apropia con orgullo. “Sinceramente era difícil para mí disfrutar la vida y transité la niñez siendo un chico un poco depresivo. Tengo una frustración sobre ese momento de mi vida, como si no hubiese estado del todo presente, así que creo que siempre vuelvo ahí, es el mundo que me interesa retratar. Como un detective de la adolescencia”, explica. La anécdota dice que el director de la serie encontró esta historieta tirada en un tacho de basura y se obsesionó con la historia de amor anárquico de James y Alyssa. No llama tanto la atención porque aunque Forsman, que ha ganado tres premios Ignatz por su serie (también autoeditada) Snake Oil, y ya era una figura medianamente conocida en el medio –edita en la editorial Fantagraphics y ha sido traducido a varios idiomas– empezó dibujando esta historia, como varias otras, de manera urgente, y distribuyendola él mismo de varias formas posibles. Vale decir que Automa, esa nueva aventura “a lo Terminator 2”, la vende por capítulos a 3 dólares desde la web, y así también, lo ha hecho con otras de sus obras como I’m Not Okay With This, Revenger o Celebrated Summer. “Realmente creo que no tienes que pedir permiso de una editorial para publicar tu trabajo. Editar uno mismo sirve para experimentar y llegar a resultados geniales que exceden la exigencia editorial, te da libertad. Además, editar a tus amigos es algo genial”, se entusiasma Forsman, que con su pequeño sello, Oily Comics, también editó tempranamente a colegas que hoy son reconocidos como Nick Drnaso y Max de Raduiguès. 

El éxito de la versión televisiva de The End Of The Fucking World llamó la atención en varios flancos. La crítica parecía hacerse constantemente la misma pregunta: ¿Cómo era posible que una road movie de jovencitos en fuga, una historia que parece mil veces contada, aún resultara convincente? Quizás, por el real carisma y empatía de los jóvenes actores (Black Mirror, The Lobster). Quizás, porque la historia fue craneada con esa misma libertad que habilita el cómic, o más bien, el cómic under, una que no exige moralejas, optimismo impostado y que le dio cierta frescura y oscuridad. Quizás por una visión verdaderamente pesimista y crítica, casi renovada, acerca de la adultez, pero también de las instituciones: desde el sistema judicial hasta la familia. En la vida según Charles Forsman, los policías son corruptos, el sistema es una trampa, y los padres son pusilánimes e incompetentes. El mundo adulto, la familia, son indeseables, siempre horribles, y más vale ser joven para siempre o morir en el intento. Y ante tanta densidad, ese estilo descontracturado, simple, introspectivo que adopta para explorar el sexo, la violencia o los problemas existenciales profundos, resulta sin duda muy fácil de absorber. “Creo que podés sacar emociones verdaderamente profundas usando un estilo más minimalista, de hecho, mucho más que ocupándote tanto en explorar el realismo. Siempre he creído que cuando tenés rasgos más simples en los personajes, el lector puede imprimir algo de su propia subjetividad a la página. Peanuts, que obviamente es una de mis grandes influencias, debe ser el mejor ejemplo de eso. Un estilo muy simple, para presentar a un pequeño niño que cruza grandes emociones. Estaba interesado en hacer una historia de adolescentes en esos términos”, explica Forsman. Así lo hizo con sus James y Alyssa, y la verdad, es que resulta verdaderamente emotivo verlos manejando a toda velocidad, entre padres traficantes de drogas, y asesinos seriales. Bailando en casas tomadas, o sentados sobre sus techos, bajo las estrellas, antes del final.