Dende chiquito gané
la vida con mi trabajo.
Y aunque siempre estuve abajo
y no sé lo que es subir
también el mucho sufrir
suele cansarnos… ¡barajo!


El gaucho Martín Fierro


El Martín Fierro y todo lo que representa, sus versos de gaucho perseguido y castigado, pero también sus ansias de libertad y su rebelión ante la injusticia, son el punto de partida para el nuevo espectáculo de El Choque Urbano. A priori parecería que poco tiene que ver el poema  gauchesco que quedó cristalizado como “libro nacional” y esta compañía que hace del ritmo, la percusión y la danza una experiencia orgánica, entre el hip hop, la electrónica y los instrumentos reciclados o inventados. Sin embargo uno y otra encastran justo en lo que resulta todo un logro: mostrar algo diferente y novedoso en este tipo de propuestas, ya muy transitadas por diferentes elencos, y hacerlo dejando una idea, un concepto argumental. Y, por si fuera poco, logrando que todos los espectadores (literalmente, todos y todas, sin importar edades ni condiciones físicas) terminen metiéndose en el ritmo y bailando. El nuevo espectáculo de El Choque se llama Fierro (claro), tuvo gran respuesta de público en vacaciones, y continúa los sábados y domingos de agosto, a las 21, en Ciudad Cutural Konex (Sarmiento 3131). 

  Todo comienza cuando, en medio de un basural, alguien encuentra un viejo ejemplar de El Gaucho Martín Fierro. Y ocurre que se pone a leerlo. Y entre los versos de “La ida” y “La vuelta”, eso que lee comienza a relacionarse con lo (mucho) que está pasando en escena. E, inquietantemente, con lo (mucho) que está pasando en el país. No es que esto último se diga explícitamente, y el espectáculo no muestra vocación alguna por bajar línea o “explicar” nada. El foco está claramente puesto en el ritmo, la música y la danza. Pero, como ocurre en general con los espectáculos de El Choque (Fabricando sonidos, La nave y ¡Baila! fueron los anteriores) hay una idea que se plantea por sobre (o junto a) lo performático. 

  “Nos resultaba interesante abordar un recurso nuevo como la poesía, fusionándola con la música y la danza”, cuenta a PáginaI12 Manuel Ablín, encargado de la dirección general del espectáculo, junto a Analía González (también coreógrafa de la puesta) y Santiago Ablín, compositor y director musical. “Venimos barajando la idea de Fierro desde hace muchos años, entre otras razones porque nos gustaba la palabra, significa mucho. Pero no nos terminaba de cerrar. Transcurrimos el 2016, el 2017, volví a releerlo, y sentí que el Martín Fierro seguía siendo contemporáneo. Seguía ligado a nuestra situación, había muchos Fierros dando vueltas por ahí, salvando las distancias temporales. El Martín Fierro nos ligaba a nuestra historia pero también a nuestro presente, por eso fue un gran sostén desde donde contar”, explica el director. 

 Si la historia de este Fierro transcurre en un basural, sorprende la cantidad de recursos novedosos que la puesta puede encontrar alrededor de las bolsas, la basura, los deshechos, lo que se descarta. Como el cuadro que logra poner en escena  un mar de bolsitas blancas de nylon, en el que los protagonistas se zambullen, nadan, bailan y se desplazan de mil maneras. Todo, con bolsas de plástico como único recurso. “Hay algo muy cercano relacionado a la basura en nuestra vida cotidiana, eso que hacemos todos de sacar la bolsa de basura y dársela a alguien para que se encargue. Veníamos pensando cómo trabajar esa idea, y nos quedó grabada una imagen de unos viajes a Las Heras, en el sur. Como allá hay mucho viento, en el campo se ven hectáreas y hectáreas de cardos y alambrados tapadas de bolsitas de nylon, que quedan enganchadas. Esa imagen fue el punto de partida para la escena del mar de bolsitas”, cuenta el director. 

  En Fierro suenan canciones que tienen base electrónica, o de hip hop, pero también de folklore, cumbia y hasta música clásica. Suenan instrumentos que entran y salen de escena enganchados en grandes estructuras: los caños de pvc, a modo de sikus gigante, las congas, los platos, los tachos y tachitos de todo tipo. Y también una guitarra desvencijada que aparece entre la basura. Los actores, músicos y bailarines (quince en total en escena) dicen, cantan y recitan poesía. Y sobre todo bailan, con coreografías que recorren la danza contemporánea, el house, el afro, el tango, el folklore. Imposible no moverse en la butaca mientras todo esto sucede, una vez que el ritmo se instala. Al final, hay permiso para no ser mero espectador, y el público se para a bailar, como eyectado, en una escena casi catártica. Y entonces sí, Fierro suena con un ritmo multiplicado.