Ante todo soy fan de los discos (o de esa forma de agrupar la música en un puñado de canciones u obras, ahora no tan irreductiblemente ligada a un objeto redondo) y en particular soy fan (casi diría que se convirtió en una obsesión) del último tema de los discos. El último tema me da sentido a todo lo que escuché antes y tambien funciona como un premio para los que nos gusta esa totalidad llamada “disco”. Siempre me llamó la atención cómo una obra termina –o se abandona–   y qué pone el músico o el productor al final de una hilera de canciones. En definitiva, me atrae cómo esa obra me devuelve a mi vida y a mi entorno sonoro.

Las primeras veces que experimenté los “últimos temas” seguro fue con Los Beatles. ¿Habrá sido con el siempre moderno “Tomorrow Never Knows” cerrando Revolver? ¿O con esa desvastada última toma con la voz exhausta de Lennon en “Twist and Shout” cerrando Please Please Me? No sé, no lo tengo muy claro. Pero eso se repitió muchas veces: con esos juguetones fade-ins y fade outs de “Some Girls Are Bigger Than Others” de The Queen is Dead de The Smiths, con “Flamenco Sketches” cerrando Kind of Blue de Miles Davis, o con la última aparición del Aria de las Variaciones Goldberg de J.S. Bach (en este caso, una decisión “pre-discográfica”, aunque para mi siempre va a sonar en versión del Glenn Gould de 1981), por nombrar sólo algunos. Todos esos discos terminan en mi mucho después que en el “toca-disco”, o porque me piden silencio o porque me piden volver a escucharlos desde el principio. Todo por culpa  de ese “último tema”.

La canción que elegí cierra Radio-Activity –o Radio-Aktivität en su versión en alemán–, mi disco favorito del gran grupo de la música electrónica. Podría decir que Radio-Activity me llegó “de grande” y no tuvo nada de obra iniciática para mi, pero su encuentro fue develador. Este disco, el primero que cuenta con la  formación “clásica” de Kraftwerk, está siempre oscilando entre lo experimental y el pop. Con sus clásicas letras mínimas, precisas y siempre sugerentes que nos abruman con su concepto a partir de enumeraciones, imágenes y de la propia sonoridad de la palabra, rezuman humor e inteligencia.

Esta “micro-épica” canción tal vez fue la responsable en desencadenar mi obsesión por “el último tema”. “Ohm Sweet Ohm” tiene una melodía y armonía bellísima y atemporal, con pedigreé de himno que arranca con su ínfima letra (la repetición mántrica del título de la canción, ese juego de palabras, a través de un vocoder): la unidad de resistencia eléctrica como hogar.

Profunda y profusamente emotiva después de 35 minutos de hablar a lo largo del disco de la radio-actividad y de la actividad de la radio, como se suele decir, en esta canción podemos escuchar el desarrollo de la idea y su crecimiento como si lo estuvieran interpretando en vivo. Una fórmula sencilla: un mantra + exponer la melodía y la armonía + un patrón casi rockero de una programación rítmica que luego se acelera y concluye desvaneciéndose en un fade out. Podría haber sido un tema con mayor desarrollo, elaboración y producción, pero así brilla desde su pequeñez, casi como una canción de cuna, allí, en el fondo del disco.

Las veces que pensé un disco (los de Fantasías Animadas o los que produje artísticamente) al escuchar el conjunto del material, siempre se me presentó en el medio de la maraña de canciones cuál era ese “último tema”, cuál ocupaba ese anti-podio que nos despide luego del recorrido llamado disco.

Poner un disco, y escucharlo todo, es viajar y llegar al destino... y muchas veces eso tiene recompensa. 


Diego Vainer se inició dentro del ámbito de la música académica, incursionó en distintas formas de composición, producción e interpretación musical. Luego de formar parte de algunas formaciones de rock, desde 1993 se dedica al trabajo musical basado en medios electrónicos a partir del cual crea Fantasías animadas, proyecto personal de música electrónica con el que editó cinco discos. Paralelamente colaboró como compositor e intérprete con Daniel Melero en el disco Piano y Dejaré que el tiempo me alcance y con Gustavo Santaolalla para los proyectos Bajofondo Tango Club y Terraplén. Desde 1998 comienza a trabajar intensamente en la composición musical y el diseño sonoro dentro del ámbito del teatro, la danza, el cine, las instalaciones y otras experiencias artísticas con artistas como el grupo El Descueve, Julio Chávez, Martín Rejtman, Mariano Pensotti, Agustín Alezzo, Federico León, Andrés Di Tella, Vivi Tellas, Diego Starosta, Carlos Casella, Javier Daulte, Juan Minujín, Gustavo Lesgart, Santiago Loza, Lisandro Rodríguez, Fernán Rudnik y Gonzalo Córdova entre otros. Como desprendimiento de estos años de colaboraciones artísticas edita Escena, un disco con el que elabora un recorrido musical a partir de fragmentos compuestos para diversas obras. Fantasías animadas se podrá escuchar en septiembre,   en el marco del MUTEK.

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