• Celeste Diéguez (Chascomús, 1979). Club Hem editores está integrada por Francisco Magallanes y Leonel Arance, que coordinan la colección de narrativa; Ana Carolina Arias, a cargo de la colección de ensayos “Filosurfer”; y Diéguez, que coordina la colección de poesía “Ojo de Tormenta”. “La editorial empezó en 2013 a partir de un grupo de Facebook que habían armado los chicos, Club Hemingway de Escritores y de Lectores. El nombre se apocopó y quedó Club Hem”, cuenta la poeta, autora de La enfermedad de las niñas y El camino americano, entre otros libros. El primer título de narrativa que sacó Club Hem es un libro de cuentos de Francisco Magallanes, Los impuntuales. El primer libro de poesía doble que sacó Diéguez como editora es de un lado Noticias de la belle epoque, de Mario Arteca, del otro Una cartografía de la insolación, de Ana Laura Díaz. El último título en narrativa es la novela Legión, de José Supera. En total llevan publicados 53 libros: de poesía 30, de narrativa 17 y de ensayo 6.
  • Francisco Cascallares (Buenos Aires, 1974) cuenta que Notanpuan empezó en 2013, cuando decidió crearla el librero Fernando Pérez Morales de La Boutique del Libro de San Isidro. “Yo vivía en esa librería que se llamaba, al principio, La Boutique del Libro a secas. Un día estaba tomando un café, me senté con Fernando y le dije que estaba buscando qué hacer, y él me dijo que estaba buscando editor. Y ahí empezamos a armar la editorial. La historia del nombre es un tanto misteriosa. Fernando quiere que quede en una zona de misterio. Lo que sé es que él tenía ese nombre para usar. Lo gracioso es el efecto, más que tratar de explicarlo”, dice el autor de Cómo escribir sin obstáculos, Principio de fuga y Un mundo exacto. La primera novela que publicó Notanpuan es Los murciélagos, de Leonardo Pitlevnik. La última es Cero Gauss, una novela de Denis Fernández, el editor de Marciana. Notanpuan tiene 20 títulos publicados, un promedio de cuatro títulos por año.
  • Ariel Shalom (Buenos Aires, 1978) fundó Dedalus junto con Ignacio Rodríguez y Eugenio López Arriazu en 2006. “Los tres estudiábamos Letras en la UBA y nos hicimos amigos en la facultad. Nada original. En esa reunión en que había que decidir el nombre ya la idea era hacer algo con la traducción y se ve que alguno estaba leyendo el Ulises de James Joyce, donde está Stephen Dedalus, el personaje, y nos pareció que Dedalus era un buen nombre, una especie de icono de la literatura contemporánea del siglo XX. Somos un poco el siglo XX, o empezamos a leer en el siglo XX, y todavía esa impronta se sintió en el nombre”, plantea Shalom, autor de El cielo estaba demasiado bajo. El primer título de Dedalus fue Cuentos escogidos, una antología de cuentos de Guy de Maupassant. Llevan publicados 40 libros en doce años, tres títulos promedio por año. El último que publicaron es La eternidad no sirve de nada, de Pierre Autin-Grenier, un autor francés anarquista, surrealista, que murió en 2014 y del que ya editaron cuatro trabajos. “Es un libro de relatos breves, bien punzante la prosa, y una especie de grito desesperado por los tiempos que corren. En este caso la temática está en sintonía con la época”, subraya Shalom.
  • Ramón Tarruella (Quilmes, 1973), dice que el primer libro que publicó Mil Botellas fue en 2007, Ficciones para una fundación, siete cuentos relacionados con la fundación de La Plata, que toma algunos mitos sobre la fundación y los hace ficción. “En ese momento éramos siete editores, ahora somos dos, con Sofía Silva”, compara el autor de Balbuceos (en noviembre), Allá, arriba, la ciudad y La mecha encendida, entre otros. Mil Botellas publicó hasta ahora 26 títulos, a razón de dos o tres por año. El último libro que publicaron es Matrimonio a la môde y otros cuentos, de Katherine Mansfield, con traducción de Mariángel Mauri. La editorial platense está por reeditar Hacer el odio, una novela de Gabriel Báñez de 1984. “El nombre Mil Botellas tiene una historia. Una noche nos juntamos en casa, estaba todo editado y corregido, y nos faltaba el nombre –repasa el editor, escritor y docente–. Había muchos nombres en danza, pero Sofía vio la cantidad de botellas de vino y cerveza que había arriba de la mesa, y dijo: ‘Mil botellas’. Y encontramos el nombre”.