Se supone que habrá pasado en todas las provincias, pero el debate por la legalización del aborto produjo en Santa Fe una deflagración política de proporciones y cuyo daño final nadie puede medir bien por el momento. El socialismo encontró en la postura del senador Omar Perotti la vía de escape para salir del pringoso laberinto en el que lo había envuelto el voto negativo de su único diputado nacional: Luis Contigiani, un dirigente prometedor, con un claro discurso progresista, buen orador que hoy deambula por Santa Fe poco menos que como el portador de una contagiosa y letal enfermedad, al menos para el sector político que representaba.

Perotti trató infructuosamente de explicar su idea de presentar una iniciativa que actuara como tabla de salvación ante la segura derrota en el Senado del proyecto que venía con media sanción de la Cámara baja. Se quedó a mitad de camino y no sólo los extremos hoy se lo facturan. “El debate por el aborto nos cruzó, nadie es el mismo”, acertó en un reciente reportaje.

No es tanto su postura final como el proceso que los expuso. Contigiani eligió un encendido discurso para dejar en claro su postura antiabortista desde el progresismo. Que es más o menos como pretender explicar una dieta desde la obesidad. Su vehemencia lo puso al lado de impresentables como el diputado Alfredo Olmedo y muchos otros. Y eso no se olvida fácil. 

Perotti se recortó por querer aparecer como una síntesis de dos posturas claramente irreconciliables. Y además porque su nombre apareció entre las dos únicas abstenciones en un tema en el que no había lugar para una tercera posición. Es claro que hubo mucho de cálculo político en su posición, pero también es cierto que la estrategia conllevó algo de convicción personal profunda: A Perotti no le gustaba en serio lo que se había votado en Diputados.

Un ejemplo contrario fue el del diputado del Frente Renovador Alejandro Grandinetti. Son muy pocos los que hoy recuerdan qué hizo esa larga noche del 13 de junio sentado en su banca. Fue un voto “no positivo” pero sin estridencias. Lo mismo que muchos otros diputados santafesinos que hoy pagan costos menores. 

A favor, en contra y en el medio, la mayoría leyó muy mal lo que estaba pasando. No se trataba de ver cuántos había más a favor o en contra de la legalización del aborto, sino de observar un fenómeno genuino y novedoso que transformó a la sociedad argentina. Es de esperar que de ahora en más los dirigentes comprendan que no pueden debatir estas reivindicaciones de la agenda feminista, con las viejas herramientas de la política. Este no es un debate entre religiosos y agnósticos, o entre la derecha y la izquierda; es más que nada una discusión entre el pasado y el futuro. Y se sabe que en política quien no encarne algo de futuro, tendrá muy complicado el ídem.

 

 

Fue tan decisivo en Santa Fe el debate por el aborto legal, seguro y gratuito que no sólo marcó a los futuros candidatos sino que impulsó la agenda al todo o nada. Imbuido de ese fervor decisionista, el gobernador Miguel Lifschitz conectó a un respirador artificial al comatoso proyecto de reforma constitucional. El mismo que la oposición mareó todos estos meses por distintas comisiones y alrededor del cual el gobernador ni siquiera pudo reunir claramente el consenso de los propios que jamás dejaron de mirar la interna.

La idea de llamar a una sesión especial para el 29 de este mes para tratar la necesidad de la reforma que necesita de una mayoría especial se basó en el análisis de lo que pasó en el debate por el aborto: Con nombre y apellido hay que decir quién está a favor y quién está en contra del proyecto. Claro que no es verdad y hay cientos de razones y matices valederos en esta discusión para opinar de un lado y del otro. Además de otra cuestión central: Nadie saldrá a la calle para pedir o rechazar la reforma constitucional en Santa Fe. Es un asunto muy poco prioritario para la gente y que sólo puede ser concretado por acuerdos políticos de largo alcance. 

Nadie considera que pagará algún costo político por decir que no está de acuerdo con la reforma, porque en rigor no hay nadie en contra. Simplemente lo que se discute es la oportunidad y en ese tópico las razones se multiplican: por qué enfrascarse en una reforma constitucional cuando la provincia vive una verdadera emergencia en seguridad. El oficialismo impulsa el proyecto porque su candidato más potable no tiene reelección. Lo mejor sería consultar a la gente a través de un plebiscito, con una boleta que se agregue en las próximas elecciones. Y las razones podrían seguir hasta el infinito.

La tendencia es suponer que una fuerza política arrinconada por la necesidad de revertir su performance electoral y permanecer en el poder; lima sus discrepancias internas y se concentra en sus fortalezas para olvidar sus debilidades. Malas noticias, la política no funciona así. Si no, basta con preguntarle a Pablo Javkin al que todo el socialismo ve como la única posibilidad de pelear con éxito la intendencia de Rosario en 2019, pero que internamente no logra apoyo unánime. 

Lo mismo se le puede consultar a Lifschitz, que nunca consiguió realmente el apoyo total de su partido para reformar la constitución provincial, introducir la reelección y pelear por otro mandato porque es el que mejor mide de todo el PS.

Otro tanto puede observarse en el peronismo donde muchos sueñan con Perotti peleando por la gobernación y María Eugenia Bielsa por la intendencia de Rosario. Para muchos serían imbatibles y además con posibilidad de alternancia: cuatro años para uno en la Casa Gris, cuatro años para el otro. No, no y no. Bielsa quiere ser gobernadora ahora y no pasar primero por el Palacio de los Leones. No es una crítica personal, sino simplemente una descripción del accionar de partidos y dirigentes. 

Otros piensan que ante la imposibilidad de ser otra vez candidato a gobernador y la posibilidad cierta de perder Rosario, Lifschitz podría bajar a pelear por la intendencia y asegurar una porción de poder para el socialismo que podría quedarse sin nada. No señores, así no es la política. No razona de esa manera.