–Todo el poder de la Nación caerá sobre Santa Fe –advierte el director supremo Juan Martín de Pueyrredón y apura la marcha de Manuel Belgrano desde Tucumán con su ejército auxiliar del Perú. Son tres mil hombres que el verano de 1819 marchan al Rosario en estado calamitoso, muchos de ellos descalzos y vestidos con harapos; el general, ya enfermo, debe ser socorrido por sus ayudantes para montar su caballo.

¿Qué hizo José de San Martín cuando recibió la orden de repasar sus tropas de Chile a Mendoza para sumarse al ejército invasor de Santa Fe? Desobedecer, a diferencia del débil Belgrano. Y se lo anticipa a Estanislao López, comandante de las fuerzas de Santa Fe, en dos cartas.

En la primera dice: “Escribo con el sólo fin de interponerle mis súplicas para suprimir una lucha entre patriotas que sostienen las mismas ideas de libertad americana. No pretendo otra cosa que la emancipación americana absoluta del gobierno español y sobre la base de estos principios es que abro esta comunicación”. La epístola concluye con una propuesta: reunirse en el punto que López le indique.

En otra, el Libertador le pide unírsele “para combatir a los maturrangos, divididos seremos esclavos”, y propone “deponer resentimientos particulares para llevar adelante la obra de la emancipación”. “Mi sable –concluye–  jamás saldrá de la vaina por opiniones políticas. Tal es la confianza que tengo de su honradez”.

San Martín despachó las dos cartas a Belgrano con el compromiso de que éste se las entregara a López. Belgrano no cumplió con el pedido. Las cartas jamás llegaron a manos del santafesino.

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Una partida de montoneros intercepta en el camino Córdoba-Rosario al chasqui que lleva correspondencias de San Martín y Bernardo 0’Higgins dirigidas a Pueyrredón. Desde Chile advierten que si son retiradas las tropas para sumarse a la guerra civil contra López la causa de la libertad peligra en el Pacífico.

López se alarma por las dificultades que se le presentan a San Martín para continuar su campaña contra los españoles pero tampoco descarta que se sume al pobre Belgrano. Para López la opción más pragmática es acordar el cese de hostilidades con Viamont al que, paradójicamente, tiene sitiado en el Rosario. Para López la prioridad pasa por firmar la paz, aunque sea efímera.  En un gesto histórico, el 5 de abril de 1819, el santafesino envía a Viamont las comunicaciones capturadas.

Escribe López: –Las diferencias que subsisten entre nosotros, nunca podrán determinarse a interrumpir el giro de los papeles de esta clase. Cumplo gustoso con los deberes de un hijo de la Patria.