Algún día su nombre será usado en lugar de búsqueda, búsqueda dejará de existir en las enciclopedias y sólo usaremos Chicha como verbo que defina eso de revolver mundos y nunca bajar los brazos.

El pasado domingo por la noche falleció Chicha Mariani, fundadora de la Asociación Abuelas de Plaza de Mayo y de la Asociación Clara Anahí, desde ambos lugares hace 42 años buscaba incansablemente a su nieta Clara Anahí Mariani Teruggi, quien continúa sin recuperar su identidad, y a los más de 500 jóvenes apropiados durante la última dictadura. La militancia de Chicha y las otras abuelas no tenía precedentes a nivel mundial, en pleno terrorismo de Estado iniciaron un camino de recepción de denuncias e investigación que entre otros hitos derivó en el descubrimiento del ADN como información genética que permite establecer los vínculos filiatorios en ausencia de una generación, que fue conocido como el índice de “Abuelidad”, y la creación del Banco Nacional de Datos Genéticos, poniendo la ciencia al servicio del esclarecimiento de los crímenes de lesa humanidad. 

Ella además impulsó y sostuvo la creación de un espacio para la memoria en la Casa de Calle 30, casa en la que había sido secuestrada su nieta y que fue blanco de un operativo represivo feroz en el que estuvieron presentes en persona los genocidas Ramón Camps y Miguel Etchecolatz. La casa conserva intactas las huellas de la dictadura y recibe a diario cientos de visitantes que pueden ver por sí mismos el ensañamiento represivo contra un grupo de militantes que sostenían, camuflada detrás de un criadero de conejos, una imprenta que editaba el periódico Evita Montonera, una publicación que en plena dictadura denunciaba los crímenes que aun no se mencionaban como de lesa humanidad, pero daban cuenta del terror ejercido desde el Estado. Esa casa con su limonero siempre cargado de frutos, es una invitación a saber para nunca olvidar.

La perpetuidad de la apropiación de Clara Anahí es quizá una de las más profundas marcas de impunidad que haya dejado la dictadura. Los mismos Camps y Etchecolatz, jefe de la Policía bonaerense y director de Investigaciones, respectivamente, bestias desaparecedoras, dirigieron en persona el operativo contra la casa de Calle 30 y decidieron el destino de Clara Anahí, quien fue trasladada frente a los ojos sicarios de todo su grupo de tareas. Muchos de ellos saben su destino o pueden dar pistas, pero deciden mantener el cobarde pacto de silencio. 

Chicha vivió con esa certeza que fue apagando su cuerpo lentamente. En los últimos años, además, debió combatir la política de reconciliación y desmemoria impulsada por el gobierno de Mauricio Macri con la promoción de medidas como el 2x1 o las prisiones domiciliarias a los genocidas. Miguel Etchecolatz caminó libre por su casa en el Bosque Peralta Ramos de Mar del Plata recibiendo la brisa del mar que lo desprecia, mientras Chicha continuó su lucha y su espera.

Para las y los [email protected]. de La Plata, Chicha ha sido siempre una referencia en nuestras búsquedas individuales y colectivas, cada vez que la necesitamos estuvo allí, crecimos a su lado como militantes y su perseverancia nos empujó cuando creíamos quedarnos sin fuerzas. Fue al mismo tiempo la abuela que nos preparaba un té y se sentaba a charlar, como la archivista más experimentada. Fue el abrazo apretado ante el desamparo como la valiente testigo que interpelaba a los asesinos en medio de los juicios. Su casa, siempre de puertas abiertas, nos recibió adolescentes llenos de furia, nos acompañó en nuestros años de tomar decisiones, nos celebró cuando llegamos con nuestras propias hijas e hijos. Luminosa ella, de brazos abiertos, y sonrisa calma. Cerca, generosa abriéndonos las puertas a los misterios de las búsquedas cuando también fue nuestra la urgencia de encontrar a nuestras hermanas y hermanos. 

Las familias rotas que dejó el genocidio se reconstruyeron en otros vínculos, políticos, tejidos por la historia y el deseo de no ser apenas víctimas. Allí, muchas de nosotras y nosotros encontramos una abuela poderosa. Una mujer firme de quien aprendimos a plantarnos con nuestra verdad. A transformar el dolor, a hacerlo otra cosa, a hacernos otras, otros. Y ella puede que tal vez haya sentido que éramos un poco Clara Anahí. Nuestras fuerzas, las de quienes la admiramos, no alcanzaron a detener el tiempo que terminó escurriéndose entre sus manos. La tristeza que hoy nos habita es la frustración de ese abrazo que no pudo ser. Esas historias que Clara aun no pudo escuchar. Esos cumpleaños en los que no estuvo. 

Nos queda el compromiso de honor de encontrar a tu nieta y a todas y todos los que nos faltan. Nos quedan tus manos generosas en el tacto de la memoria. Y la hermosa tarea, cuando encontremos a Clara Anahí, de contarle que fuiste de las imprescindibles.