“Siento que las canciones son las que te encuentran”, entiende la cantora ecuatoriana Mariela Condo. Viene viajando desde julio por tierras latinoamericanas junto a su compañero, el guitarrista Willan Farinango, y descubriendo músicas, historias y poesías para enriquecer su canto. Un modo de transitar la canción que tiene entre sus representantes a nombres como Atahualpa Yupanqui y Violeta Parra. “La canción tiene una razón y para mí es un ente independiente, un ser que está por ahí: te busca, te atrapa y se queda en ciertos lugares. Las canciones llegan para quedarse y te hacen cantar”, sostiene Condo, ahora en Buenos Aires y a punto de presentarse en Café Vinilo (Gorriti 3780), hoy a las 21, con La Bruja Salguero y Franco Luciani de invitados. Mañana, en tanto, tocará a las 21.30 en Galpón del Sur (12 y 71, La Plata).

  Condo se crió escuchando música latinoamericana. Y músicos argentinos como Cuchi Leguizamón, Dúo Salteño, Mercedes Sosa y Yupanqui ocuparon un lugar especial en su educación musical. Su abuela, por ejemplo, cantaba en la intimidad del hogar “Zamba para olvidar”, de Daniel Toro, una pieza que la ecuatoriana decidió revisitar en su último disco, Pinceladas (2015). “Se escuchaba en todas partes de Ecuador”, recuerda y dice que la primera cantante con la que quedó “alucinada” fue Liliana Herrero. En este disco, el tercero que editó, contó con la participación de Juan Quintero, quien hizo arreglos y aportó guitarras y voces. En la versión de “Duerme negrito”, por ejemplo, y en la preciosa “Soy tu sangre, soy tu eco”, con música de Daniel Bitrán y letra de Condo. “Lo importante es que las canciones te desafíen, que tú puedas plasmar emociones a la hora de componer o escoger canciones de otros autores. Siempre me guio por la corazonada”, dice esta cantora de voz dulce y profunda.

La intérprete y compositora de 35 años es oriunda de la comunidad andina Cacha-Puruhá, en la provincia de Chimborazo, en plena sierra ecuatoriana. Allí aprendió a hablar quechua y a cantar algunas canciones en ese idioma, como “Manila” y “Kikilla”, que transmite y comparte en cada lugar que visita. “Me las enseñaron mis abuelos y son parte de mi legado cultural”, dice con orgullo y cariño. Luego, salió en busca de otras voces y se largó a viajar. Vivió un tiempo en México y otro tanto en Europa. “Desde julio empezamos a viajar por tierra, haciendo paradas, con la intención de acercarnos al paisaje que hay en este continente, a conocer nuevos amigos. Y de ir creciendo así: sobre la marcha, sobre el camino, en el viaje, durante el viaje y con el viaje. Y ahora ya tengo ganas de volver a Ecuador y retomar la escritura y la palabra”, dice ella. “Más allá del lugar en donde estés, lo que ocurre es un viaje interno. Y exponerse a una situación nueva te obliga a reinventarte y redescubrirte”.