Un equipo fabuloso de locos consumó un sueño que parecía un disparate: filmar un documental sobre la escritora Alejandra Laurencich, la autora de Vete de mí y directora de la revista literaria La Balandra. Un bibliotecario de Maribor, Klemen Brvar, leyó la traducción de esa novela de Laurencich al esloveno Pusti me pre miru (Déjame en paz) y le produjo tal impacto que se puso en contacto con la autora en 2012. Quería viajar a Argentina para filmar una película en los mismos lugares donde transcurre la novela y llevarla a ella a Eslovenia, donde nacieron su padre y abuelos. “Cuando recibí el primer mail de Klemen, pensé que era una locura, pero los años fueron pasando, sus mails siguieron llegando cada vez con más frecuencia, con más detalles sobre el proyecto, y en el 2015 me envío la invitación para comenzar a filmarlo en Eslovenia, con todo organizado como si yo fuera la reina de Saba”, cuenta la escritora. El dream team esloveno –como los bautizó– está integrado por el director Vid Hajnšek; Asja Grauf, quien tuvo la música y sonido a su cargo; el productor Primož Ledine; y a la cabeza el soñador número uno: Klemen, el bibliotecario. Alejandra, el film documental de 58 minutos, se estrenará hoy en Maribor, en el Festival Dokudoc; y luego iniciará una seguilla de presentaciones en Liubliana, la capital eslovena, como parte del Festival Internacional de Literatura de Vilenica; en la competencia oficial del 21° Slovene Film Festival, en la ciudad costera de Portorož, y hasta se verá en el pueblo donde nació el padre de Laurencich, Doberd? di Lago (Gorizia, Italia), entre otras ciudades. Después llegará a Buenos Aires, en 2019.

La escritora, que nació en Buenos Aires en 1963, vuelve a la escena de su aterrizaje en Liubliana en 2015. “El encuentro fue alucinante. Me esperaban en el aeropuerto con las cámaras, el micrófono, como si fuera una estrella de televisión… nos reímos tanto. Me preguntaron en inglés, porque yo no hablo esloveno ni ellos español, adónde quería ir, qué quería hacer, les dije: I want to smoke, y ellos en vez de censurarme, como suele hacer la gente con los fumadores, me dijeron ¡Great! Y salimos a fumar a un costado del aeropuerto, como adolescentes, con un frío de morirse, así empezó este vínculo que se transformó en amistad”, revela Laurencich a PáginaI12. El dream team esloveno estuvo en Buenos Aires en 2016 para conocer el mundo de la autora de los libros de cuentos Coronadas de gloria, Historias de mujeres oscuras y Lo que dicen cuando callan. Viajaron con ella a la Patagonia, a un campo en Suipacha, y la acompañaron en la presentación de la novela Las olas del mundo en la ex ESMA.

El lazo literario que unió los destinos del dream team con la escritora es Vete de mí. “Esa novela fue publicada acá en 2009, apenas unos días después de que mi padre falleciera luego de una larga agonía. Papá murió el 25 de agosto del 2009 y el 27 de agosto yo viajaba a Eslovenia, a participar del Festival Internacional de Literatura de Vilenica. Imaginate cómo llegué a ese país, que no conocía: en estado de shock”, recuerda Laurencich su primer viaje a Eslovenia hace casi una década. “El Festival incluso tenía una de sus sedes en la ciudad de Trieste, en Italia, el puerto desde donde mi papá había dejado Europa, con solo diez años, junto a su mamá y su hermanita. Eso había sido en el año 35, escapaban de la miseria a la que los había sometido la invasión de (Benito) Mussolini. Ellos vivían a 30 kilómetros de Trieste, en un pueblo de los más castigados en la Primera Guerra, y luego avasallado por el fascismo. Y yo conocí ese territorio –al que mi papá nunca más volvió– dos días después de que él muriera. Fue muy fuerte ese viaje, me atravesaban emociones de toda clase, lo buscaba a él, trataba de imaginarlo en alguna de esas esquinas”.

El abuelo de Laurencich llegó en 1929 a la Argentina. “Las condiciones de vida eran muy difíciles para quien no se afiliara al partido de Mussolini, y si no se tenía el carnet no se podía trabajar. Seis años después, cuando pudo establecerse, llamó a su esposa, mi abuela Otilia, y sus dos hijos, Darinka y Maximiliano, mi papá. Casi toda la familia se terminó yendo. Porque allá pasaban hambre, hambre de verdad –subraya la escritora–. Había tanta miseria que a veces un huevo o dos era toda la comida para una familia. Mi papá juntaba balines en la nieve en un tachito para poder venderlos por monedas; en el colegio les habían prohibido hablar su idioma materno y estaban obligados a hacerlo en italiano, a reverenciar al Duce. Incluso a todos los chicos de la escuela los hacían participar en los desfiles vestidos con camisitas negras. Papá siempre habló muy poco de aquellos años, y nunca quiso volver. Para él, América significó comer todos los días, poder crecer y armar una familia, que sus hijos pudieran ir a la universidad. Por eso siento una especie de reivindicación con esto del documental, porque es regresar a esa tierra que los expulsó, a mostrar qué es lo que logra una familia cuando alguien le da la posibilidad de un trabajo digno, cuando un país, una sociedad, les abre los brazos y les da un lugar”.

–¿Eslovenia es una especie de patria heredada y recuperada por la literatura?

–Tal cual. Yo no me crié en un ambiente esloveno, ni sabía que existía la comunidad en Argentina. La que siempre nos hablaba de Eslovenia era mi abuela Otilia, la mamá de mi papá. Ella nos hablaba de la guerra, del hambre, pero también de las fiestas a las que iba cuando era jovencita, de las costumbres en el vestir, cocinaba platos típicos de allá. Para mi Eslovenia era una tierra fabulosa y antigua. Yo descubrí la Eslovenia actual cuando salió mi primer libro de cuentos, Coronadas de Gloria, en 2002. Resulta que el jefe de prensa de la Comunidad Europea en Argentina era de nacionalidad serbia, Branko Andjic, él leyó ese libro y reconoció el apellido de origen esloveno, y una vez que estábamos en el Malba con Ana María Shua, él se presentó y me dijo que mi libro le había gustado mucho, que en esos cuentos había mucho dolor. Me preguntó si tenía contactos con la comunidad eslovena, le dije que para nada, y él comenzó las gestiones para presentarme al Embajador y ahí empezaron los vínculos, las invitaciones; descubrí que había un país muy moderno, con gente muy culta y muy joven. Fue un deslumbramiento para mí que imaginaba una tierra cubierta de escombros de guerra y gente como mi abuela deambulando por las calles, empujando carretas de bueyes entre los bombardeos, con solo el agua de las zanjas para beber.