Un gobierno, que hizo de la comunicación una estrategia política y que buscó allí su núcleo de legitimidad, parece trastabillar. La puesta en escena de estos días muestra todo el tiempo las hilachas, el fuera de campo, la voz en off. Que lo haga puede ser torpeza, pero tiene otros significados: reclama ciertas actitudes, interpela, produce. Revela su carácter farsesco al tiempo que lo vuelve productivo.

1. Una llamada simulada. La gobernadora de la provincia de Buenos Aires simula llamar a una vecina que fue víctima de un hecho delictivo. Es buena actriz, la mejor por esa zona. Le sale rostro de virgen doliente y compasiva, preocupada y atenta. Bien el tono y la pilcha. Pero alguien le erró en la escena y en un mismo llamado, supuestamente breve, aparecen dos tazas de distinto color en pocos segundos. El efecto es el mismo que ante las fotos donde se la ve saludando al vacío. Indican que es farsa y que sin embargo no importa, porque le piden al creyente algo más que creer en una mentira. Le piden ser cómplice de la misma, ser el que corea risas grabadas ante los chistes malos, el que se persigna sabiendo que dios ha muerto, el que asiente cuando escucha pasaron cosas como si escuchara una verdad reflexiva. La taza de Vidal es error y  no lo es. Es vehículo, a la vez, de complicidad. Como recibir una parte ínfima de un negocio ilegal. O mandar una postal de somos derechos y humanos bajo el terrorismo de Estado. Ese momento en que no sos solo víctima del engaño, sino cómplice activo de ese engaño.

2. El guión o el inconsciente. El presidente dice frases que rebotan en la conciencia de quienes escuchan. Dijo, hoy, "que estamos en el medio del río y nos esta costando llegar a la otra orilla". Como señaló rápidamente Nora Veiras, lo dijo en el país en el que Santiago Maldonado murió tratando de atravesar un río en medio de la represión de Gendarmería. Hace un tiempo había dicho que alguna jubilada podía usar un crédito para arreglar la pérdida de gas. Sonreía al decirlo. El día anterior dos docentes habían muerto por una explosión de una garrafa en la escuela 49. ¿Errores o un rito de humillación? Inscripción doble de la violencia, porque a la violencia por los muertos producidos por la acción o la inacción estatal se agrega la violencia de ese recuerdo o esa alusión. Ahí nos reclama sumisión, mientras nos recuerda su capacidad de dar muerte. Amenaza y miedo, en la escena filmada, en esas frases balbuceadas. En el borde de la razón, lo no dicho se pone en juego en otro código sensible.

3. Las palabras. Pocas veces se vació tanto la palabra pública. Los discursos presidenciales de las dos últimas semanas ponen en crisis el dispositivo discursivo. Frases vacías, generales, sin carne ni materialidad. Alusiones fantasmagóricas a la crisis internacional, al pasado, a fenómenos climáticos, a entes llamados cosas. Vaciar de historicidad es una decisión política. Un gobierno que asumió respaldado por el coro de apólogos de las conferencias de prensa pone en escena un monólogo sin sustancia, apariencia de discurso. Ahí se consuma la tercera interpelación: a compartir la inopia y la estolidez. Si las cadenas nacionales de la ex presidenta eran enjuiciadas por exceso de argumentación, historicidad y racionalidad, en las actuales presentaciones presidenciales todo eso se borra, para presentar la palabra política en su pura reducción a emitir dictámenes de sumisión al poder. 

Anoté: Se vuelven productiva la farsa y la evidencia de que lo es. Pero es una productividad compleja, ambivalente y efímera. Exige demasiado de la ciudadanía, demasiada humillación o excesiva complicidad. En paralelo, las calles constituyen su crítica cotidiana, pedagogía insomne sobre la verdad que no acontece ante esas cámaras, superación colectiva del temor a la muerte y elaboración conjunta de una verdad.