“Me intrigaba el calor que proporcionaba la lana.” ¿Qué reacciones químicas generaban las fibras? Fue una pregunta que Mónica Serrano resolvería años más tarde, cuando entró a la UNAM para estudiar Química, siguiendo la tradición familiar. El mensaje está en el tejido cuenta sobre esta tejedora precoz que aprendió con su abuela a los seis años y se reencontró con los ovillos de lana ya de adulta y a través de las ciencias exactas. En el libro, la ahora dueña de una tienda de lana en México explica cómo las fibras naturales absorben mejor el color que las sintéticas, que además desperdician más agua y tinturas. Y, más importante aún, la lana natural es térmica, puesto que contiene compuestos químicos más inestables, que mutan según las condiciones externas, la humedad o el PH del cuerpo. “Recomiendo a mis clientas que compren fibras naturales o que por lo menos traten con la poliamida y la viscosa, hechas artificialmente, pero que poseen átomos de nitrógeno que las hacen más amigables con el medioambiente y, además, tienen una textura muy agradable”, dice Mónica. Lo más barato, admite, son las fibras ciento por ciento acrílico: así “ahorras en lo inmediato, pero condenas al planeta a tener productos que tardarán miles de años en incorporarse a la naturaleza”.