“Ahora que no salgan las gorditas a levantar la bandera de la belleza”, se encabritó Sandra Borghi frente a la imagen fija de la humorista Mar Tarrés apenas unos segundos después de preguntarle cuánto pesaba, “porque estoy viendo tu imagen y…” No vale preguntar ¿”y” qué? porque son demasiados los supuestos sobre los que caminamos y ese resbaloso camino hecho de normas y juicios haría caer a la entrevistada por el sólo peso de sus tetas sobre las que debe ser hermoso ser acunada. La humorista no contestó, y Borghi, la periodista que por el verano conduce el programa de la mañana de canal 13, la señaló: “¿Ves que vos también tenés prejuicios, si no por qué no me contestas?” cual si Tarrés estuviera escondiendo su declaración de bienes al momento de asumir en la función pública. Siguió al intercambio lo que sigue siempre a este tipo de conversaciones, la apelación a la salud, a la obesidad como enfermedad, a la apelación a la verdad científica sobre los males del sobre peso y el ensalzamiento de un equilibrio que a mí personalmente me recuerda a las monjas que me educaron en plena dictadura y que solían repetir: “un poco de libertad está bien, pero no el libertinaje”. “Mujeres reales, re-a-les, ni gordas ni flacas porque las dos son enfermedades” decía la conductora imponiendo su voz sobre la otra que llegaba por teléfono a sabiendas de que tal vez había roto ese equilibrio con sus ocurrencias y que el intercambio no se iba a pasar por alto. Tanto así que durante la tarde se afanó por twitter para aclarar que la habían sacado de contexto porque se repetía la frase del principio sin aludir a su correcto discurso sobre la salud de los cuerpos de no se sabe quién porque eso que ella llama “re-a-les” no es otra cosa que un parámetro más de normalización, otra imposición sobre los cuerpos de las mujeres en este caso particular, que son las más afectadas por el mandato de la belleza hegemónica ya que tenemos la responsabilidad de ser bellas para mejorar la especie, como bien dicen los amigos de El Litoral -ver nota principal-. Toda esta conversación desquiciada que sí, hoy es un chirrido molesto, uno de tantos discursos naturalizados que empiezan a desmoronarse cuando el sexismo y la violencia patriarcal son denunciadas en las calles de nuestro país y de buena parte del mundo, venía a cuento de la polémica sobre los concursos de bellezas que se dio en estos días en torno a la reina del Mar elegida en Mar del Plata pero que ya se había escuchado en Misiones cuando otra chica con cuerpo generoso quiso presentarse a un certamen y en Mendoza, en el curso de las preselecciones de reinas departamentales que competirán para reinas de la vendimia. Y acá estamos, escribiendo tantas veces reina que esta columna bien podría estar en una revista Hola, como para dar cuenta otra vez del olor rancio del debate sobre quienes pueden llamarse bellas y quienes no. Un debate que se podría dejar pudrir al sol del verano que cada vez tiene menos mujeres puestas a competir entre sí por el tamaño y molde de sus carnes, si no fuera por el dolor que produce en esos cuerpos a los que Borghi llama en diminutivo, un recurso muy usual para referirse a quienes se supone están fuera del mercado del deseo (masculino) y por tanto hay que tratar con ternurita. Chico trans, chica trans; aunque tengan 40 años, así son más inofensivxs. “Gorditas”, “mamitas”, “morochitas”, así en chiquito parece que el puñal entra con vaselina, más invisible, envuelto en cariñito. Y sin embargo, Borghi, lo que dijiste es violento. Y nadie te sacó de contexto, al contrario, si hay alguna reacción sobre esos dichos es porque ahora el contexto es el de la rebelión de los cuerpos y los deseos desbordados, muy lejos de tu balanza, Sandra.