“Estoy aquí con el enemigo, contándonos historias. Por ahí entiendo muy pocas palabras, pero en los gestos, en las miradas, puedo entender lo que me quieren decir. Me imagino en una trinchera todos juntos hablando de la guerra”. Las primeras palabras que se escuchan en Campo minado, con un fondo escenográfico semejante al de un estudio de fotografía, son contundentes y definen a la perfección uno de los objetivos artísticos y humanos de la pieza teatral: acercarse a ese otro que, tiempo atrás, fue excluyentemente un antagonista a eliminar de la faz de la tierra. La escritora, dramaturga, artista visual y ahora realizadora cinematográfica Lola Arias comenzó su expansivo proyecto creativo sobre los veteranos de la Guerra de Malvinas / Falklands hace varios años con una instalación audiovisual llamada Veteranos. Ese gesto original derivaría luego en Campo minado, que desde su debut en el Festival de Brighton hace dos años viene recorriendo el mundo y que, luego de su reestreno local este sábado, tendrá funciones de miércoles a domingos en la Sala Casacuberta del Teatro San Martín. La obra está interpretada por seis ex soldados, tres de ellos argentinos, los tres restantes británicos, y cada una de las presentaciones en países como Alemania, Chile, Grecia o Francia han sido, para su creadora, “un auténtico delirio. La obra fue a 25 ciudades y la organización de las giras es siempre complicada. Algunos de ellos dejaron sus trabajos para poder hacer todo esto. Es realmente un gran compromiso de parte de todo el equipo”.

Al mismo tiempo que Arias pulía y ensayaba las escenas que forman parte de Campo minado, una cámara de cine registraba el proceso de acercamiento de los excombatientes, sus dudas, los recuerdos de los campos de batalla y las trincheras, con la intención explícita de generar en paralelo a la obra una película. El resultado, marcado a fuego por una forma deliberadamente artificiosa, distanciada pero al mismo tiempo íntima, terminó adquiriendo su forma final en el largometraje Teatro de guerra, cuyo estreno mundial tuvo lugar el pasado mes de febrero en el Festival de Berlín y que, a partir de hoy, podrá verse en la Sala Lugones y desde el sábado en la sala de cine del Malba. “El proyecto, que incluye la videoinstalación, la obra y la película llevó en total unos cinco años”, continúa Arias. “Podría decirse que Teatro de guerra es una suerte de cierre de un proceso, pero en realidad eso es así sólo porque se estrenó en último lugar. El prólogo sí fue la instalación, ya que fue realizada exclusivamente con veteranos argentinos, y lo que hicimos allí fue trabajar por separado la reconstrucción de un recuerdo, con la siguiente consigna: cómo filmar un flashback. De esa idea a lo que terminó siendo Campo minado hubo un paso muy grande, el mayor de los cuales fue juntar a los argentinos con los ingleses para generar una obra de teatro y una película, gestados de forma simultánea: filmamos al tiempo que ensayábamos. Tras estrenar la obra seguimos rodando y luego estuve un año editando. Fue prácticamente todo 2017, encerrada mirando qué se había filmado y pensando en qué forma darle al material.

–¿No existió un guión previo para la película?

–No hubo un tratamiento donde todo estaba contemplado. Viniendo como vengo de la literatura y de cierto tipo de teatro –que podría llamarse “documental”–, entendí que el proceso de montaje es fundamental. Lo novedoso en este caso fue sentarse en la isla de edición y enfrentarse a cuatrocientas horas de material. Fueron muchos meses de mirar, hacer anotaciones, probar maneras de editar. Fue muy importante el trabajo con los montajistas, Alejo Hoijman y Anita Remón, dos personas fundamentales para que Teatro de guerra encontrara su forma.

–¿Qué considera que le ofreció el medio cinematográfico, en un sentido plástico como teórico, que la forma teatral no puede ofrecer?

–Considero que, si hay una diferencia fundamental entre la obra y la película, está relacionada con el hecho de que el teatro es siempre puro presente: el teatro transcurre en ese momento en el que los espectadores se encuentran con los performers. Quien vio la obra cuando se estrenó originalmente fue testigo de una relación entre los veteranos que es distinta a la que existe ahora, por la sencilla razón de que transcurrieron dos años. La película, en cambio, permitió encapsular momentos de tiempo y uno puede ver realmente, a lo largo de la proyección, los cambios de una relación –los primeros acercamientos, cómo van construyendo un vínculo– y, por otro lado, el proceso mismo de realización de la película, comenzando por las audiciones y pruebas de vestuario hasta el punto en el cual salen del estudio y surgen al mundo. Es como si la película tuviera algo muy descarado de usar el teatro dentro del cine y la obra es, de alguna manera, un documental en un sentido clásico: personajes que hablan al frente y muestran documentos. La obra toma muchos recursos del documental cinematográfico y la película toma recursos del teatro, como la artificialidad, las ideas de puesta en escena, ciertas formas de actuación. Por eso son tan desconcertantes en su género, es como si estuvieran un poco fuera de código.

–Precisamente, el film trabaja la idea de distanciamiento a partir de los recursos formales. 

–Hay algo que me interesa en esa tensión entre lo completamente artificial, lo muy ensayado de la puesta en escena, y lo real de esas personas, sus historias. En Teatro de guerra no hay nada de documental de observación, es una película consciente de todo lo que hace, como lo están los mismos performers. Incluso cuando pretenden ser naturales, como en las escenas que transcurren en un bar, que están completamente armadas pero que, sin embargo, están basadas en los conflictos reales que tuvieron durante todo el proceso. El veterano David Jackson habla de lo difícil que le resulta ser actor, ser dirigido, y Lou Armour habla de algo que fue muy importante: qué significaba para los ingleses participar de una obra y una película dirigidas por una mujer argentina. ¿Eso implicaba que sólo se iba a mostrar el sufrimiento de los argentinos y nada de la pérdida de los ingleses? Eso fue algo que siempre estuvo presente durante los ensayos y las filmaciones. Fueron ellos quienes me contaron sobre esos diálogos y lo único que hicimos luego fue reconstruirlos para la cámara. Es una transformación de hechos que realmente ocurrieron.

–¿Fue muy difícil convencer a los protagonistas de participar?

–Encontrar a los protagonistas fue muy difícil, sobre todo del lado inglés. Eso me obligó a entrar en contacto con una serie de personas e instituciones que me eran totalmente ajenas. Tuve conversaciones con generales, con gente que escribió libros, con asociaciones de veteranos. Hay una película inglesa de 1987 hecha para la televisión que se llama The Falklands War: The Untold Story, en la cual participó uno de ellos como entrevistado. En total, fue un trabajo de dos años de investigación para lograr encontrar a los seis protagonistas. Y una vez que eso ocurrió hubo un largo período de explicaciones respecto de qué era lo que queríamos lograr. Tampoco fue sencillo del lado argentino: para algunos veteranos que no podían ni siquiera escuchar música en inglés estar parados en un escenario junto a ex soldados británicos no era algo fácil. En cada caso particular la estrategia fue diferente. Lo sorprendente es que, desde el primer día de ensayos, el grupo de seis personas nunca cambió. En algún punto, nos convertimos en un puente entre antiguos enemigos.

–Uno de los ex combatientes es un hombre de origen nepalés, un gurka. 

–Hay un malentendido respecto de quiénes son los gurkas. En la obra se explica claramente, aunque la película no se detiene en eso: los gurkas son parte del ejército británico desde hace doscientos años, y no se trata de mercenarios. Lucharon en las  guerras mundiales y son parte del ejército británico. La imagen de mercenarios nos llega, probablemente, por toda esa cosa demonizada que tuvimos durante la guerra: los gurkas eran esos tipos que venían y te cortaban la oreja o te dejaban despedazado. Finalmente, entendimos que los gurkas ni siquiera llegaron a pelear acá, estuvieron a la espera pero nunca participaron militarmente. El nivel de distorsión de la prensa de esa época era delirante.

–¿Cómo es crear un objeto artístico a partir de un grupo de gente que seguramente no está de acuerdo en muchas cosas?

–Algo similar ocurrió con una obra previa, El año en que nací, en la cual participaron once personas nacidas durante la dictadura chilena. Algunos de ellos eran hijos de personas que participaron de la agrupación Patria y Libertad, un grupo de extrema derecha; otros, en cambio, eran hijos de miembros del Movimiento de Izquierda Revolucionaria que fueron asesinados durante la dictadura. Fue en ese proyecto que me empezó a interesar el tema de cómo crear una comunidad temporaria de gente para reflexionar sobre un tema en el que, posiblemente, no estén de acuerdo. 

* Campo minado se presenta de miércoles a domingos a las 20.30 en la Sala Casacuberta del Teatro San Martín (Av. Corrientes 1530), luego de su estreno este sábado 8.

* Teatro de guerra se exhibe hasta el 19 de septiembre a las 21.30 en la Sala Lugones del  San Martín y los sábados de septiembre a las 20 en Malba (Figueroa Alcorta 3415).