“Ser mujer en un centro clandestino de detención es un plus negativo: a todos los tormentos hay que sumarles el ataque y la violencia sexual, las violaciones, la desnudez ordenada. Había un ensañamiento particular con las mujeres”. Con el pañuelo verde atado a la muñeca, Stella Hernández, secretaria de Organización del Sindicato de Prensa de Rosario (SPR) y de Comunicación de la CTA de los Trabajadores Rosario, declaró ayer por tercera vez en un juicio de lesa humanidad. Esta vez, fue en el marco de la causa Feced III, donde además se juzga por primera vez la violencia sexual ejercida por represores durante la última dictadura militar. “Este pañuelo además de ser un símbolo es la síntesis de la lucha y resistencia de las mujeres en los sótanos, durante la dictadura militar”, dijo. La querellante acusó a Mario “el Cura” Marcote, como el “violador serial”, del Servicio de Informaciones (SI), quien abusó de ella la primera noche de su detención, que duró seis meses. Antes de iniciar su declaración dijo que lo hacía por la lucha de las mujeres de hoy, de ayer y de siempre: “La palabra sororidad, aplica muy bien, porque nos cuidábamos entre nosotras para sobrevivir”. Y también se refirió al presente: “Este gobierno fue elegido por democracia, pero cada vez tiene más prácticas parecidas a las de la dictadura”. La acompañaron militantes de derechos humanos, miembros del SPR y la ministra de la Corte Suprema de la provincia, María Angélica Gastaldi.

Stella declaró por primera vez a fines de 2010, en la causa Feced I. En aquel entonces contó los abusos y pidió que los delitos sexuales fueran tomados por la justicia como figura autónoma en la batería de delitos. Casi ocho años después, se presentó ayer frente a los jueces Lilia Carnero, Eugenio Martínez y Anibal Pineda y con entereza relató los hechos de aquellos años, desde su detención, el 11 de enero de 1977, cuando tenía 19 años recién cumplidos y fue empujada al asiento trasero de un auto. En aquella oportunidad también fue detenido quien era su novio, Carlos Arroyo, y otros familiares que fueron liberados ese mismo día.

En su relato nombró a toda la patota. Dijo que algunos estuvieron durante la detención, otros en el traslado y la mayoría en el SI, que bajaban al sótano donde estaban las mujeres y en las salas de tortura. Tanto ella como la testigo anterior, Ana María Moro, hablaron de la perversión de los represores que “vivían ahí”. Stella describió que cuando llegaron los hicieron poner en hileras y los golpeaban, que durante el traslado iban “tirando tiros”. “Nos preguntaban cuál era nuestro nombre de guerra y yo decía que ninguno, hasta que dije que mi nombre era Stella”. Más adelante reveló que antes de ser liberada, en junio de ese año, se lo volvieron a preguntar y ella repitió “no tengo”, pero el “juez militar” le dijo que figuraba “Estela, con E”.

Cuando la encarcelaron “tenía 19 años”. “No conocía tanta crueldad. Hasta nos gatillaban en la cabeza”, dijo. También contó la atrocidad de su primera noche allí: “Me fue a buscar Marcote con Carlitos ‘el joven’ y pensé que me interrogarían. En una pieza, el Cura me hizo desnudar y me violó”, estremeció. También relató la falta de atención y que terminó tomando agua del inodoro cuando no daba más de la sed. Luego del abuso se le acercó Ricardo Chomicky, uno de los colaboradores. “Me preguntó si quería denunciar a Marcote con Guzmán Alfaro, el jefe y yo le dije que sí, de ingenua, cuando todos sabían que Marcote era el violador serial, pero dije que sí. Me llevaron a hablar con Guzmán Alfaro, me sacó la venda y me hizo contar, lo llamó al Ciego (por José Lo Fiego) y le dijo que llame al Cura, lo trajeron para que yo diga si era él y dije que sí. Me dijeron que lo iban a sancionar. Fue una parodia perversa”, lamentó.

La querellante agregó que las violaciones “no fueron denunciadas por todas las mujeres que las padecieron. Es difícil hacerlo. Por eso hablo por las que no pueden o están muertas. Los abusos no era excepcionales, sino que eran la regla”, aseguró.

Contó que en el sótano del SI cantaban canciones de Serrat. “Nos teníamos para nosotras, cantábamos cuando podíamos, porque todo podía ser para castigo”, rememoró. Un mes después de su secuestro, fue trasladada con otras detenidas a la Alcaidía.

Stella habló también de Marisol Pérez, que está desaparecida, y con quien compartió cautiverio en el sótano. La joven estaba desesperada para que su familia supiera dónde estaba su hijo Andrés, de un año. Ella se lo había dejado a un matrimonio amigo el mismo día de su secuestro. Cuando le dijeron que tenía que subir a ver al juez militar, Stella abrazó a Marisol y le dijo que tenía miedo, pero la compañera la tranquilizó y le dijo que no pasaría nada. “Este juez me interrogó sobre banalidades y me pasaba la picana por el cuerpo y la cara. Me preguntaba si sabía lo que era un telo”, dijo también para marcar los tormentos especiales contra las mujeres. Otro ejemplo fue cuando el oficial principal Carlos Altamirano, alias Caramelo, le preguntó tiempo después de la violación si le había venido la menstruación, para plantarle la duda sobre un posible embarazo. “Era sadismo”, dijo.

Cuando llamaron a Marisol, días después, para que subiera, Stella recordó que ella pidió que le vendaran los ojos. Luego le dijeron que su compañera sería trasladada y ella le preparó una bolsa con su vestido y los lentes. Antes de que Marisol se fuera, ella le dijo que no le iba a pasar nada. “Pero ella estaba convencida de que la matarían”, lamentó y le pidió a los represores, que miraban desde los monitores de Ezeiza, que dijeran dónde están sus restos. Stella también declaró que Lo Fiego “llevaba registro y decía que las mujeres aguantaban más con la picana”.