Cuando se habla de diseño, el nombre de Ricardo Blanco suena siempre. Arquitecto por formación, diseñador por vocación, maestro por pasión, fue mentor de legiones de alumnos y uno de los padres del diseño industrial argentino. Es por esto que el Fondo Nacional de las Artes lo homenajea con una muestra abierta hasta el once de noviembre en la Casa de Victoria Ocampo en Rufino de Elizalde 2831, Palermo Chico.

“Ricardo Blanco, más allá del objeto” es también una manera de marcar el primer aniversario de su muerte a los 77 de edad, y un repaso a su obra industrial, pública y experimental. Blanco era un apasionado, visceral, controvertido y polémico,  que respiraba diseño. Siempre pensando en nuevas muestras, libros, concursos, espacios de enseñanza, posibilidades en un país donse siempre son esquivas.

La muestra fue curada por la diseñadora Marina Baima y el gestor Wustavo Quiroga, con la colaboración de dos pilares en su vida: su compañera, la arquitecta Ana Scotto, y su socio y mejor amigo, el diseñador Eduardo Naso, y la actual directora del área de diseño del Fondo, la diseñadora María Sánchez.

Blanco dio clases durante 46 años y fue un creador de nuevos espacios de formación. “Pertenece a la tercera generación de formadores en diseño iniciada a fines de los años 50 y comienzo de los 60 en Mendoza, Rosario y La Plata. Su inserción en las universidades es crucial para entender la consolidación de la disciplina industrial. Primeramente en la Universidad Nacional de La Plata y en la de Cuyo aportó como director de tesis o trabajo final. Luego, retomada la democracia, con la creación de las Carreras de Diseño en la FADU UBA, y un rol doble: director de carrera durante los primeros veinte años (sucedido por Hugo Kogan) y profesor titular de la Cátedra Blanco, de diseño industrial I a V. Aquí, además de sentar sus bases promueve la cultura del diseño como ejercicio proyectual y las actividades de extensión como instrumento para posicionarse en el medio. También crea uno de los primeros posgrados, el DIMO Diseño de Mobiliario, simultáneo al GED Gestión Estratégica del Diseño dirigido por Reinaldo Leiro”, resumen Baima y Quiroga.

Además, a partir de 1988 colabora con la formación de la Carrera de Diseño Industrial en la Universidad Nacional de Mar del Plata. Luego en Córdoba se instala una versión de su posgrado llamada DIMU Diseño de Muebles en la Universidad Nacional de Córdoba, primero como carrera de especialización y actualmente como maestría. En la Universidad Nacional del Noreste, en Chaco, aporta propuestas para las bases del armado de la nueva carrera y brinda algunas charlas y talleres de especialización. En su etapa final, como transgresor del concepto funcionalista, participa de la creación y dirige el posgrado sobre Diseño Conceptual en la Universidad Nacional Tres de Febrero.

De su labor profesional se destacan el mobiliario de la Biblioteca Nacional, equipamientos para hospitales y escuelas. “En 1980 desde el Estudio Giesso se aglomeran para recuperar la creatividad en el diseño. En 1983, arman Visiva para ejercitar otras manera de pensamiento y desestructurar la rígida norma producto-industria-mercado o, en 2001, con Team Fierro generar un catálogo comercial competente en el mercado contemporáneo”, cuentan Baima y Quiroga. Sus trabajos fueron publicados en Design Journal (Corea), Modo (Italia), Design Yearbook (Inglaterra), entre otros, y fue premio Konex de Platino 2002 y Premio Konex 1992 a las Artes Visuales en Diseño Industrial.

El fetiche de Ricardo Blanco fue la silla, de la que habló en 2003 con este diario cuando lanzó su libro Sillopatía: “Objetivamente, la silla es una pieza de diseño interesante, rica, que tiene muchas alternativas, se rediseña permanentemente y se estructura en base a pocos elementos. Una estructura mínima en donde todo es necesario y funciona. En ella deben darse una conjunción de estructura, estética y materiales, tres valores que permanentemente están involucrados en un juego apasionante en términos intelectuales. Ese es mi pensamiento racional.Pero no nos olvidemos de que la silla es uno de los muebles, uno de los pocos objetos que van quedando, que tienen la memoria colectiva. Basta pensar primero en la silla de cuatro patas, después en la X plegable que ya conocían los egipcios, y que esa tipología recién cambia con la Cantilever de Marcel Breuer realizada en el siglo pasado. Así llegamos a la conclusión de que pasaron siete mil años para cambiar la tipología. Algo debe tener de difícil, de ajuste, para que siga siendo una silla pero distinta a otras”, detallaba siempre educando.

Y continuaba:  “Desde mi época de estudiante percibí, sentí, que los grandes maestros trataban de hacer la silla. Lograr esa pieza que eliminara a todas las otras. Tal vez porque ese era el pensamiento del movimiento moderno, llegar a la excelencia de una pieza y eliminar todo lo demás. Desde el principio, me di cuenta de que esa meta era muy difícil de lograr. Que era una carrera un poco delirante. Pero igualmente me decidí a hacerlo por otro camino. No por la búsqueda de la silla sino de hacerlas todas: alguna iba a ser la mejor”, contaba, el autor de más de 400 sillas. Entre las que destacan laSAT para la Villa del Chocón producida por Stilka; la  plegable Plakade Indumar; los pupitres del Plan de Escuelas de la Ciudad de Buenos Aires y la reposera de Visiva, entre muchísimas otras”.