“Mis viejos hubieran preferido que yo saliera universitario, porque sufrieron mucho llegar a fin de mes como artistas plásticos y no querían que yo pasara por lo mismo”, dice Augusto Costanzo, a cuyos padres el asunto no terminó de salirles bien: el nene dibujaba en cualquier pedazo de papel que encontrara y en la adolescencia decidió estudiar para que esa obsesión se transformara en oficio. Aunque, bien pensado, el mensaje de los padres del ilustrador era otro... “Eventualmente hablábamos de dibujo, pero lo que me transmitieron es la pasión por hacer lo que a uno le gusta”, dice Costhanzo –su firma como ilustrador—, que por estos días celebra tres décadas de carrera con una muestra integral en La Usina del Arte (Caffarena 1, La Boca). “Costhanzo en su laberinto” inauguró ayer como parte de Ciudad Emergente, el festival que desde su inicio lleva la imagen del ilustrador, y podrá ser visitada hasta el 21 de octubre, con entrada libre y gratuita.

La muestra está dividida en cinco parte. La primera, que inicia el recorrido, es la que muestra la formación del reconocible estilo de Costhanzo, con los dibujos que hacía desde chico, mucho antes de que la computadora se convirtiera en su aliada. “Siempre me gustaron ese tipo de muestras de los dibujantes para ver sus otros trabajos”, explica el ilustrador. “Me interesa mucho, y especialmente desde que entramos en la era digital, mostrar el humano atrás y la cantidad de defectos que hay antes de llegar a ese dibujo digital que deja todo tan limpito. También quise mostrar cómo se formó el estilo porque hay todo un público que me conoció por las redes, pero de antes de eso no vio nada. Es un público que no ha consumido revistas ni diarios, que fue el espacio donde me manejé hasta no hace mucho, entonces había que hacer esa pequeña introducción para que vea de dónde vengo y cómo me introduje en estos tiempos”.

Costhanzo asegura que, como le pasaba con la música que escuchaba cuando era chico, al principio tenía un dibujo “muy complicado, virtuoso”, pero que fue sintetizándolo. “En esa época había trabajos en los que me volvía loco, porque tenía que hacer colores planos con aerógrafo, o con tinta y pincel, que me exigían muchísimo trabajo”, recuerda. “A mí me vino bárbaro la llegada de la compu a mediados de los ‘90 porque aceleró un proceso que yo ya venía gestando con esa síntesis. De hecho, no debo usar más del cinco por ciento de lo que me ofrece un programa como el Ilustrator... Creo que a algunos chicos esa parte de la muestra les va a resultar arqueológica, pero necesitaba hacer esto. De ahora en más, suelto”.

Las otras cuatro partes de “Costhanzo en su laberinto” tienen que ver con sus trabajos sobre música, cine, deporte, y política e ilustración en general. “Son las áreas en las que me he manejado en los últimos cinco años, que son de los que estoy más contento con mi dibujo”, explica. “La verdad, me he castigado bastante. Tengo esos períodos donde acumulo algunos dibujos que me reconfortan y me amigan conmigo, pero cuando me pasa que no encuentro la vuelta, me saco. También tienen que ver con cambios de piel, lo que pasa es que antes los hacía sin redes sociales (risas). Ojo, no escribo ni un 10 por ciento de lo que me pasa por dentro... Pero a veces sirve para que otro me diga ‘no seas tan tarado’ y me saque un poco de esa soledad en la que está inmersa mi profesión”.

–Usted ha dicho que las redes le proporcionan una devolución más rápida de parte del público.

–Antes era sólo con estas muestras... La devolución termina siendo necesaria, porque uno también hace estas cosas para que lo quieran, ¿no? Hay una satisfacción personal en el final de un dibujo bien hecho, pero cuando llega la devolución decís “ah, faltaba esta parte” y te das cuenta de que eso también es muy necesario. Como ilustrador, me pasa que no tengo un diálogo como el del humorista gráfico, que tiene una tira en un diario y arma todo un universo cotidiano. Para mí es más difícil establecer un diálogo con la gente a la que le gusta mi trabajo y esta muestra es ideal especialmente por eso: está muy bien recorrida y armada, tuve muy buena ayuda por parte de la gente de la Usina.

–A propósito de ese diálogo con el público, ¿cree que hay una narrativa en su forma de ilustrar?

–Creo que empieza a haber una narración de grande, que estoy empezando a formar la historia ahora y que me va a pasar algo parecido a lo de Clint Eastwood, que hizo sus mejores películas a los 70, 80 años. Me parece que lo más zarpado va a llegar dentro de treinta años, que todo esto es una base, que necesité de un dibujo sólido para que después aparezca otra cosa. Eventualmente está apareciendo, como con el dibujo del gol de Maradona a los ingleses en plan pentagrama, o el Messi con forma de control de playstation. En esas cruzas de elementos, en algún momento, por acumulación, va a haber un relato. Creo que estoy haciendo un relato algo lento e inconsciente, que más adelante, sin que me dé cuenta, todas las piezas van a terminar encajando.

–Buena parte de su trabajo son retratos de personajes famosos. ¿Cómo se hace para encontrar un ángulo diferente sobre ellos?

–En los retratos, con lo digital es más difícil sobresalir, porque todos tenemos acceso a esas herramientas, pero también nos emparejan. Entonces, lo que tiene que destacarse es la idea. De todos modos, hay una cosa que encontré en el retrato, que es la mirada. Treinta años después, voy encontrando esos detalles, cosas que a veces no puede darte un maestro. Me di cuenta de que, más allá de un buen parecido, si llegás a la mirada estás llegando al alma. Y ahí transmitís mucho más que exagerando una nariz u otra cosa. Me fui dando cuenta haciendo el repaso para la muestra: los mejores dibujos son los que tienen la mirada más parecida a la del personaje.

–¿Le genera más interés el retrato o la ilustración temática?

–Buscar lo conceptual, porque me permite usar recursos como el cine o la música para poder dialogar. Por ejemplo, en la muestra hay un dibujo que hice para La Vanguardia cuando apenas salieron los ebooks. Por lo general, en la ilustración se trabaja con elementos que la gente conoce, pero éste era un elemento que recién salía al mercado, era algo difícil de contar. Entonces me acordé de la película Farenheit 451, en la que los bomberos quemaban los libros, y en lugar de dibujarlos quemando libros los hice con un ebook en la mano y mirando con intriga, sin saber de qué se trataba. Creo que era una forma de contar que era un libro, pero que a la vez era algo nuevo. Me ayudo permanentemente con la cultura popular, esos son los cruces que me generan interés. Con la de la partitura del gol de Diego, siempre había querido dibujar fútbol de la manera más poética posible, sin ser edulcorado. Pero al ser el gol más el relato de Víctor Hugo, es todo el paquete, y entró justo. Ese es el espacio donde quiero seguir moviéndome. No puedo hacer una tira cómica, aunque estudié humor gráfico: me di cuenta de que al humor lo manejo más como una especia que como la comida.

–De todos modos, sus retratos siempre tienen algo de conceptual.

–Sí, cada vez quiero contar más al personaje desde el relato. Retratistas y caricaturistas hay miles, entonces tengo que hacer la diferencia con eso. Si bien el adolescente que fui quería ser virtuoso, terminé yendo para otro lugar porque elegí dividir las energías entre el dibujo y la idea. Podría haber sido un virtuoso con muy pocas ideas y me hubiera quedado en lugar como, no sé, Steve Vai o Yngwie Malmsteen, que tocan trescientas notas por minutos para que los vean otros músicos, pero no para la gente. Intento entablar un diálogo más popular.