Es común que el presidente del BCRA esté en conflicto con las autoridades económicas nacionales. Existe en el mundo una suerte de convivencia que arbitra las controversias entre una y otra autoridad. Aunque las buenas prácticas determinan que la coordinación macroeconómica es la clave que explica el éxito de las políticas de largo plazo, el gobierno de Cambiemos ha tenido una acumulación de desaciertos y malas prácticas que lo llevaron por ese camino a una crisis que la sociedad encuentra interminable.

 Desde la llegada al gobierno y pese a las reformas de su carta orgánica, ninguna de las dos gestiones cambiemitas logró cumplir con las determinaciones básicas del BCRA. Fracasaron el reducir la inflación, no articularon una política crediticia necesaria para crecer, no se privaron de aumentar la volatilidad cambiaria y aceitaron la puerta 12 que aceleró la fuga de capitales. Nada menos. No sólo fueron esas medidas las alentadas, sino que en los momentos de acelerar la compra de dólares en el período que precedió a Caputo se hablaba que comprar y vender dólares era la mismo que hacerlo con manzanas o arandelas. Nadie se tomó el trabajo de leer la Carta Orgánica, la ley regulatoria del mercado cambiario y las reformas que mal que les pese, fueron uno de los pilares del éxito en gobierno anteriores.

 El endeudamiento externo, el ingreso de los dólares y la agilidad en retrasar el tipo de cambio produjeron una bicicleta financiera que absorbió recursos hacia los sectores especuladores, llevando el 4 por ciento del ingreso nacional a los dos millones de hogares más prósperos. Fue una constante: apertura comercial y financiera, aumento de importaciones y pérdida de exportaciones, gran déficit comercial y crisis en la cuenta capital financiada por un virtual casino. Un día el modelo no dio más y quebró la emisión de deuda externa cuando los acreedores vieron que no era sustentable en el tiempo.

 La implosión de la gestión anterior se hizo visible con el agotamiento de los acreedores ante mensajes confusos y desarticulados, desde el 28 de diciembre de 2017 en adelante. De allí en más después de emitir 160 mil millones de dólares y facilitar una fuga de casi la mitad de esos recursos, la crisis y desolación vació de ideas al gobierno y vino un derrumbe que primero arrasó con el fundamentalismo de Sturzenegger y su equipo y en tres meses, ya con la evitable caída en manos del FMI, se encaminó a un programa que resultó incumplido en dos meses.

 Desde junio a septiembre Luis Caputo no logró tomar por el asa su taza de té. Las confusiones, lamentablemente para la sociedad fueron inexplicablemente profundas y duras: dólar a 40 pesos, tasas de referencia superiores al 60 por ciento, otra vez fuga (30 mil millones en 10 meses); políticas monetarias y bancarias con cambios en encajes y posición de moneda extranjera que tenían efectos inversos a los supuestos. En fin, situaciones que eran leídos por los mismos amigos-inversores externos como una profundización de la inestabilidad que lo convertía en no-sustentable. Como lo dijo Mrs Christine Lagarde, que reinó en todo el período de Cambiemos.

 La llegada del FMI, con sus ajustes fiscales implacables y su opción neoliberal más extrema, ignoró la crisis externa, poniendo en descubierto el error político y teórico de buscar una solución con el enfermizo enfoque del efecto fiscal del déficit. En la Argentina lo que escasea es el dólar, en una sociedad inducida por el neoliberalismo criollo que buscó en ese refugio el ancla defensiva de la puja distributiva en sentido amplio. El futuro con ese cuadro es más de lo mismo…

 La salida reciente del presidente del BCRA abre los pórticos de esa entidad a otra generación de directivos que, pese a su entrenamiento teórico en partituras con música más cercanas a Pearl Jam, a la hora de tomar los instrumentos –y con el Fondo Monetario como sponsor–, seguramente, se encontrarán interpretando con seguridad la Sinfonía Nº 6 de Tchaikovsky, Patética. 

 Arnaldo Bocco: Director del Departamento de Economía de la UMET.