Hace un año y medio, Santiago Loza revelaba a Página/12: "Era un escritor tapado. Salí del closet". Es que, durante un tiempo largo, su escritura solía enlazarse, casi subordinarse, a las puestas en escena del teatro o las películas. Comenzó a despegarla para que tuviese sentido en sí misma y cada paso que da confirma que es un camino que le sienta bien, en el que puede desplegar sin mediaciones su sensibilidad y dulzura, sus distintas herramientas, así como también su capacidad de conmover. Así fue, por ejemplo, con el brutal Diario inconsciente (Bosque energético), sobre una internación psiquiátrica; así es con el nuevo Archivo Madre (Vinilo Editora).
Esos dos son textos confesionales, por fuera de la novela, que también las hay (El hombre que duerme a mi lado; Un espíritu modesto). Archivo Madre es un libro de no ficción que trata, ni más ni menos, que de la Madre -así, con mayúsculas- del autor, uno de los grandes temas de su dramaturgia. Todo es más fuerte aún: trata de la Madre muerta. "Le cuento a L que voy a escribir sobre mi Madre, que nunca lo hice, no pude, no quise. Ella se ríe; nunca escribí sobre otra cosa", se lee al comienzo del texto, muy breve aunque capaz de condensar la grandeza de una relación teñida de contradicciones. Las ilustraciones de Julia Barata, con predominio del color azul, acompañan el susurro del escritor.
La forma es rara. Loza va de la prosa a la poesía, muchas veces sin avisar; cambia de persona la narración; cuenta de sus bloqueos, del café que suaviza la tarea y de los archivos que mágicamente se le borran; sumerge al lector en los secretos de su doloroso proceso a la vez que hurga en recuerdos de lo cotidiano que, como símbolos, condensan todo. Como la primera vez que su madre, poco propensa a las muestras de afecto, le acarició la cabeza, en una casa adonde pasaban los veranos en su Córdoba natal. O el deseo de ella de que se volviera sacerdote. O las insalvables diferencias políticas. Con estas pinceladas y la puesta en palabras de lo traumático, el autor construye -mientras él mismo envejece, escribe- un "santuario" para una madre a la que no pudo ver anciana.



