Resulta obvio pensar al campo cultural rosarino del cincuenta hegemonizado por  hombres. Pocas escritoras y artistas, Emilia Bertolé antes, Irma Peirano,  Beatriz Guido, las hermanas Cosettini  o la “descamisada” Nora Lagos asomaban incandescentes, aunque aisladas. Más aún, el canon literario era individualista, masculino y patriarcal. La escritura oficiaba solitaria. Salvo en el periodismo, las relaciones y coincidencias entre los intelectuales locales eran casi inexistentes. Tal escenario hacía curiosa la ligazón entre Beatriz Vallejos y Felipe Aldana.  Una amistad forjada sin dobleces, más allá de influencias y vecindades.

Decía la poeta en Amigos del Arte: “Yo culminaba mi adolescencia con mi primer hijo en brazos cuando Aldana llegó a saludar mi poesía. Traía en sus manos los versos de juntadores, una espiga de trigo y una botella de vino. Entre amigos tuvimos la versión oral de sus poesías, su caudaloso entusiasmo, su fervor por todo poema realizado”. El vínculo del barrio- los Aldana eran vecinos de la familia de Domingo Rigatuso, esposo de Beatriz- encontró refuerzo en la admiración mutua: “Famoso entre nosotros diría Baudelaire de Gaspar de la Noche. Asomado tan cerca de su increíble destino, vimos que toda la poética y toda la patética de Felipe puede enunciarse en la brevedad y la intensidad del título de aquel hermoso cuadro de Gaugin: ¿Qué somos? ¿Dónde venimos? ¿Adónde vamos?”; señalaba Vallejos en aquella alocución, que en su tiempo respondió  Aldana al destacar la delicadeza y la sensibilidad de la amiga; la agudeza, refería, para enfatizar lo inefable que hay en la poesía.

Hermanados en las lecturas de la Vanguardia española-en su ida al acervo y formas populares-;  henchidos con la idea de un mundo sin clases, donde todos poseamos un lote de tierra, Vallejos representó el faro en la noche de Aldana, un infierno de depresiones, alcohol y locura. En contraste el poeta ofreció el enciclopedismo propio de autodidacta, más una grajea de desenfado. En la ciudad pacata de esos años constituían la unción de la señora casada con hijos que escribe y el loco del altillo.

También sus líricas supieron hallar puntos en común, con temas y motivos similares: el río, nuestro campo, los animales, el mundo vegetal; basta rescatar poemas como “Vaca” de Aldana: Querías ser como los pájaros del monte/ y como una guitarra abandonada: / tú querías ser la flor de piedra/ y la misma piedra silenciada; o “En la punta del bambú un tordo” de Vallejos: Flexible la caña/ cimbra la proximidad/ de la tormenta. Intenso/ sobre el gris/ el pájaro asentado prueba, / entre las últimas hojas/ un extraño amor al viento.