Resulta por lo menos curioso que los mismos que señalan como dogmáticos y fundamentalistas a algunos regímenes de Oriente, en ciertos casos verdaderas teocracias, sean los que por estas tierras se sienten con derecho manifiesto a imponer su visión oscurantista y dogmática.

En efecto, un conjunto de pastores y jerarcas eclesiales están lanzados en una cruzada para funcionar como controladores de los cuerpos y “las almas” de lo que consideran rebaños, cuando en realidad se trata de una población variopinta portadora de saberes, creencias e ideologías diversas.

Es grave que la presión de una troika de obispos pueda bloquear cambios en la enseñanza, principalmente opinándose a la educación sexual integral que evitaría embarazos no deseados, abusos y otras prácticas aberrantes contra seres vulnerables.

Larga, cruenta y sórdida es la historia del clericalismo inquisidor que nombre de sus propias normas instituyó tribunales de santo oficio, perpetró autos de y condenó como herejes a mujeres y hombres disidentes del despotismo.

Esta avanzada del poder de las tinieblas se da en un contexto regional e internacional donde además de la crisis económica emergen horrores como la xenofobia, el racismo, la homofobia y muchas otras formas de la prepotencia que generan daños.

Permanecer indiferentes o callar ante estas cuestiones es una forma de complicidad inadmisible.