Hay un combo entre los números inflacionarios y la ruta hacia la votación del Presupuesto 2019. Será entonces cuando se vean   los pingos. 

El 6,5 por ciento de septiembre, aun con el impacto previsible que provocó, estuvo por debajo de lo que estimaba la mayoría de las consultoras privadas amigas del Gobierno. Por eso se alentaron algunas versiones de cifra retocada a último momento. En cualquier caso es un índice pavoroso, cuyo promedio oculta que el precio de los alimentos de canasta básica está muy por encima. Ni hablar de que el alza mayorista acumula 74 por ciento en los últimos doce meses, tras haber trepado a un porcentual de 16 en septiembre y proyectando para 2018 una cifra de inflación escalofriante que, según Macri en su campaña, era el problema que se resolvía en dos patadas.

Los medios oficiales citaron, graciosamente, que el índice minorista es el segundo más alto del gobierno de Cambiemos. “Apenas” eso. La única verdad es que, al igual que la marca mayorista, es récord desde 2002. Durante la gestión de Cristina, a esta clase de estafas semánticas se la llamaba “relato”. Ahora no.

Como se desprende del Panorama Económico Mundial presentado hace unos días en la Asamblea Anual del FMI, en una isla de Indonesia, la inflación oficial de septiembre está a la altura de economías como Haití, Irán, Sierra Leona, Congo, Angola, Burundi, Libia, Malawi, Egipto, Etiopía, Gambia. Pero, por suerte, nos salvamos de ser Venezuela.

Si se toman los juramentos electorales del macrismo y, en particular, aquellos referidos a contener la inflación porque era el drama más fácil de arreglar, estamos ante un fracaso estrepitoso de improbable comparación. Un fiasco frente al que ni siquiera hace falta retroceder a 2015, porque fue en diciembre del año pasado cuando, en una conferencia de prensa inolvidable, el pleno del equipo político-económico del Gobierno anunció una meta inflacionaria del 15 por ciento que al cierre de la temporada se ubicará entre 47 y 50.

Para insistir con cierto lugar común, en cualquier país de los denominados “serios” no quedarían ni vestigios de los funcionarios que le pusieron la cara a vaticinar ese despropósito. 

De aquellos cuatro fantásticos que se mostraron juntos el Día de los Inocentes, no quedan rastros del Mago Caputo ni de Federico Sturzenegger. Cabe preguntarse, sin descanso, si a mediano plazo saldrán judicialmente indemnes por haber promovido el saqueo de las reservas del Banco Central, gracias a la financiación de la fuga de capitales. ¿Se acuerdan del escándalo mediático por la falsa denuncia sobre maniobras cristinistas con el dólar-futuro?

Sobreviven, sin embargo, Baldío Dujovne y el jefe de Gabinete, Marcos Peña, quien de acuerdo a los propios voceros oficialistas está enfrascado en una interna terrible con la gobernadora bonaerense. Datos u operaciones como esos son muy interesantes para escudriñar la frivolidad de algunos entretenimientos políticos y periodísticos.

Vidal se siente “decepcionada” con Macri por su falta de sensibilidad social y, en específico, por hacerle pagar gran parte del ajuste a los habitantes del conurbano, debido a los acuerdos de Pacto Fiscal con los gobernadores opoficialistas (quienes, se supone y, al parecer, se supone bien, conseguirán de sus parlamentarios la aprobación presupuestaria del año que viene).

Carrió está recargada en su guerra contra la corrupción, por fuera de las psico-interpretaciones acerca de que, simplemente, vive para destruir cuanto ayude a edificar. En la última semana se le ocurrió disparar con que Rogelio Frigerio, su ministro del Interior, Obras Públicas y Vivienda, podría ser un buen candidato pero, tal vez, del peronismo. 

Un par de preguntas que, de tan básicas, se hacen poco.

¿Qué esperaba la decepcionada mandataria bonaerense, acerca de la compasión de magnates, corporaciones y especuladores financieros que constituyen su Alianza de derechas? 

¿Y qué expectativas sinceras podía abrigar la comediante dramática de Exaltación de la Cruz, sobre la moral republicana de un gobierno que encabeza el niño rico y heredero de uno de los Grupos expandidos en la dictadura por sus negocios con el Estado?

¿De cuál sorpresa ideológica, moral, individual, estaríamos hablando?

Apliquémoslo a la inflación, cuya culpa vendría a ser de Turquía, del populismo de Trump, de los avatares brasileños y, quizá no deba perderse el próximo espectáculo, del aumento en el barril de petróleo si Arabia Saudita reacciona con guerra de precios a eventuales sanciones por la desaparición de un periodista en su consulado de Estambul. 

Dolarizaron insumos básicos y servicios públicos, hasta el punto de pretender que los usuarios solventaran directamente las “pérdidas” de empresas distribuidoras. Nunca visto en el mundo, provocaron una megadevaluación y simultáneamente le quitaron retenciones al agronegocio. Por esa vía dejaron a las arcas públicas con la lengua afuera y usaron los dólares bicicleteros del exterior, que llegaron gracias al colchón de la pesada herencia, para financiar gastos corrientes aspirando fondos en pesos. Cuando se acabó parcialmente esa fiesta, fueron al Fondo Monetario a pedir la escupidera, ya se sabe cómo sigue la película y, bingo, le contestan a la recesión con más recesión todavía, mediante las tasas de interés más altas del orbe,  sin tocar un solo privilegio de los formadores de precios.

¿Qué resultado esperaba el mejor equipo de los últimos 50 años?

En rigor, hay nada o no mucho más que decir si es por las pruebas palpables de en qué redundó esta experiencia espantosa de dejar al país a cargo de sus propios dueños, sin mediación política.

El resto queda en manos de que odio de clase, ingenuidad, impotencia colectiva, resentimientos, aparato mediático, Lawfare, se combinen para que, aunque parezca mentira, el espanto vuelva a ganar elecciones. 

Los signos al respecto son contradictorios.

El 17 de octubre fue una muestra de la desunión peronista y esa es de todo menos una buena noticia, no por cuantificar asistencia a los actos divididos sino por las posturas de quienes debieran tener algún gesto de, digamos, mínima grandeza.

Cuando el CEO opoficial, Miguel Angel Pichetto, dice que hay que construir otra cosa pero con “nuevas figuras” (de lo cual debería deducirse que él se autoexcluye), cierra posibilidades de edificar algo. En buena medida, Pichetto representa a esa suerte de entelequia llamada peronismo federal, o racional, o dialoguista, o responsable, con el que la derecha se delecta. Son los que van a votar favorablemente un Presupuesto 2019 dictado desde el Fondo, al que señalan como amortiguado, en sus efectos masivos, porque le trabajaron maquillaje en Bienes Personales, Ganancias y adendas fiscales. Una vergüenza.

Sin embargo, otros indicadores revelarían que no les será tan fácil.

El acto del sábado en Luján, insuflado sin mayor disimulo desde El Vaticano, fue una marcha imponente de movimientos sindicales y sociales, en la que confluyeron vertientes diversas no unidas pero, sí, unificadas en una creciente protesta común.

Con sus tiempos casi insondables, ya desmembrada pero a favor de los sectores más combativos, la CGT convocó a un paro de 36 horas en noviembre.

No pasa jornada sin que las minorías tan intensas como imprescindibles, de esas que en otras partes no se consiguen, manifiesten su presencia callejera. 

En Wall Street, como asimismo confiesan los referentes de la prensa del régimen (así le decían al kirchnerismo, ¿no es cierto?), ya avisaron que están alertas por el derrumbe progresivo en la confianza popular hacia el macrismo.

Y algunos columnistas extraviados del oligopolio mediático oficial ya hablan de Cristina como Bolsonaro.

Gramsci siempre vuelve a quedar a mano con aquello del pesimismo de la inteligencia y el optimismo de la voluntad.