Suena de fondo el tema de apertura de la serie adolescente “Soy Luna”. A lo lejos se cree escuchar el ruido de un colectivo que acelera. O es una ilusión, un eco de un pasado reciente.

Con los ojos celestes, medio vidriosos y llenos de venas, Atilio observa por la ventana del bar que da a la calle y dice:

–La verdad es que este gobierno nos simplificó la vida. 

Ahora mira a la nada, lleva un pocillo de café vacío a su boca. Resopla. Y vuelve a hablar, aunque nadie le haya respondido.

–Sin ir más lejos, el café me caía para la mierda, el gastroenterólogo me lo había prohibido. Pero, bueno, era una afición. Algunos son aficionados a la merca, otros a los burros o a Mark Anthony y Gente de Zona y otros al chupi. Yo no podía dejar el café. Ahora no tengo chances. Y todo gracias a estas nuevas medidas del Banco Central. A la final, tenían razón, qué querés que te diga. Nunca me había imaginado que el Banco Central iba a ser tan importante en mi vida. Antes no le daba bola.

El resto de los clientes del bar siguen callados. El Gallego mira fijo hacia la puerta de entrada inmóvil, atrincherado detrás de la barra. Sigue ahí, con su chaqueta caqui con botones de chapa, un poco manchada y el trapo rejilla colgando de un hombro. Ya no tiene nada que hacer, pero necesita mantener su rol, su posición, marcar que sigue siendo el encargado. Aunque la máquina hace días, semanas, meses, que no hace café. Aunque la sanguchera de vidrio esté absolutamente vacía. Y la cocina esté oscura, silenciosa y casi sin cucarachas.

Ernesto suelta un bufido y señala con la mirada el televisor. “Alerta: ley seca logra ponerle techo al piso del dólar”, se lee en el videograph de un canal de noticias. O creen leer eso, porque una lluvia gris invade la pantalla del plasma comprado hace un par de mundiales en 36 cuotas y que alguien astilló de un piedrazo.

–Che, Gallego, hay que orientar mejor la antena. Si querés te acompaño a la terraza –dice Atilio.

–Pasame el pocillo, extraño esa sensación de tener una taza caliente entre los dedos –interrumpe Ernesto, con su voz engrosada en sus años mozos a base de cigarrillos que ya hace varias décadas tuvo que dejar.

Atilio se lo pasa de mala manera, intuye cierta ironía en las palabras de su compañero de mesa. Y responde:

–Enojate, seguí despotricando, poniendo palos en la rueda. Vos no querés cambiar. Seguís atrasando setenta años. Acá lo importante es avanzar juntos, pese a las críticas de gente como vos. Yo estoy al mango con el plan de despapelización. Y  hasta en su etapa más radical, que implica restringir al máximo la circulación de pesos. Ya lo dijo el Banco Central: “Hay que secar la plaza”. Es una medida clara. Ningún gobierno hizo tanto, por la economía y por la ecología, cerrando fábricas, erradicando el papel y limitando el tráfico de autos al máximo, vía el encarecimiento de las naftas y la restricción de consumo popular.

Ernesto bufa, se lleva el pocillo a la boca, lo sopla, intentando enfriar la nada. Mete la nariz dentro, queriendo oler algo.

–La puta madre, me quemé  –comenta.

Desde el fondo, el Gallego sonríe y trapea el mostrador.

–Extremistas –dice.

Suena Agapornis con furia. “No te compliques más, siempre hay una razón, trata de revivir, tratar de estar mejor”, reversionan.

–Pará con la mala onda. Está buenísima la nueva medida del Banco Central. Te seca el bolsillo, papá. Basta de billetes. Te ordena y te mete de lleno en la educación financiera. Primero con los descuentos directos del sueldo a tu propia cuenta bancaria. Te descuenta automáticamente impuestos, servicios públicos, obra social, prepaga, escuela, cable, Netflix, gastos de transporte y te recarga la Sube. Y con lo que te queda, el supermercado te hace el cálculo de lo que podés consumir ese mes, en base obviamente al disponible del mes que tenga el comercio y te lo manda a tu casa, ¿qué más querés?

–Coincido, sí  ese mes toca yerba, toca yerba. Si toca jabón para la ropa, jabón para la ropa. Solo me parece un poco antiguo. Como de la década del veinte del siglo pasado, o medio comunista, pero no te niego que es práctico –dice Ernesto.

–¿Antigua? ¿Comunista? Para nada. Está ultrainformatizada. Esto es alta big data al palo. El Banco Central hace un análisis de tus consumos de los últimos años, y te debita todo al toque ¡Así se seca una plaza, carajo! El BCRA da clase de plaza seca. 

Ernesto abre grande sus ojos y juega a armar bungalows con fósforos encendidos.

Atilio lo encara con la mirada y los hombros como para gambetearlo y suelta:

–Después te llega a tu casa el envío mensual del supermercado. Poco, pero de primeras marcas. Bah, poco, según lo que le quede en la cuenta a cada uno. Tenemos todo resuelto. Vamos a tener más tiempo libre. A vos, por ejemplo, que no tomás mate, no te mandan yerba. Te mandan leche y té, siempre y cuando haya en el disponible del súper. Es muy práctico. Pero es fundamental saber el disponible del mes. Lo que toca, toca.

Ernesto lo interrumpe. Vuelve a señalar el televisor. “Urgente: BCRA subasta los últimos billetes en papel a Museo Británico”, leen. O creen leer.

Suena Maluma Baby y el radiograbador empieza a saturar y chillar feo.

–Extremistas –dice el Gallego desde atrás del mostrador.