Las letras de Lía Crucet, una poeta hechizada por el movimiento bamboleante de una cadera carnosa, el último adiós a Horacio Guarany, un cóctel de pastillas con alcohol, brujas que maldicen las palabras, encuentros cercanos y furtivos en una estación bonaerense, una adolescencia lesbiana sin lesbianas. Todas esas imágenes están presentes en los fanzines de Mutanta. En tiempos del posteo efímero y la ilusión de que la digitalización equivale al acceso democrático a todos los contenidos, Mutanta, que ya lleva un año de vida, pertenece a una movida que reivindica una visión nostálgica del papel, de los objetos que se pueden palpar, leer y pasar, boca en boca, mano en mano y gracias a la gloria de las fotocopias. Inés Púrpura, Natalia Iñíguez y Sebastián, quienes integran Editorial Mutanta, se reconocen viudas, hijxs y devotos de la cultura fanzinera argentina de otras décadas, tanto la punk postdictadura como la surgida de la crisis del 2001: llenas las dos de resistencia y dedos manchados. Son entusiastas de la autogestión y la edición experimental, de la premisa de hacer lo que se quiere con lo que se tiene, con la urgencia artesanal del blanco y negro y de quien no puede esperar a entrar en la lógica de las editoriales. El catálogo de Mutanta está atravesado por preguntas recurrentes sobre las políticas de disidencia corporal, más amplias que las que se agrupan bajo la sigla lgbti. En las colecciones se van trazado lazos entre tres puntos del mapa bonaerense: Merlo, Ballester y Podestá (“Venimos del conurbano a emocionar tu corazón. Aguante la poesía. Aguante el barrio. Posta, aguante vos”, escribían Inés Púrpura y el poeta fallecido Ioshua en la primera edición de En la placita/Por el barrio que sacaron en 2013 y que Mutanta reeditó). Sólo ocasionalmente pisan el suelo porteño, para feriar o producir en un espacio cedido (La Sede).

¿Cómo nace Mutanta?

Sebastián: Nos cruzábamos los tres en los mismos lugares. Y justo hubo una convocatoria de un espacio de arte que se llama La Sede. Es una residencia abierta, te prestan el lugar por un año para trabajar en lo tuyo y trabajás en red con otros proyectos. Ahí tenemos el taller donde hacemos los fanzines, hacemos presentaciones de libros, hicimos un ciclo de cine y fanzine. Pasamos una peli que se llama Grapas, sobre el fanzine en España, que se puede ver online, y Nelson y los punk, una película chilena. Estamos produciendo un documental sobre la historia del fanzine del 2001 hasta ahora. También tenemos vínculos con una cooperativa de Córdoba, Fanzine Time, compuesta por muchos sellos y colectivos que desde hace dos años organizan la Semana Intergaláctica del Fanzine, con exposiciones, talleres, bandas, mucho más. Se hace en septiembre y vienen fanzineros de todo el mundo. 

Inés Púrpura: Fuimos invitados por la galería Ruth Benzacar, que organiza la Feria Paraguay, cuya premisa es abrir el espacio a propuestas que tengan la mínima visibilidad, ¡tenés que demostrar que sos lo under de lo under! Ahí nos encontramos con muchos fanzineros amigos.

Natalia: Somos los tres del conurbano, entonces ir a La Sede era toda una movida. Hizo que nos redefinamos lo que queríamos ser como editorial en contraposición con los otros proyectos, encontrar una identidad para Mutanta. Pensarnos desde la otredad. La gente se acerca porque tenemos visibilidad en las ferias y por el boca en boca. En un punto seguimos reproduciendo los mismos factores que el movimiento fanzinero del 2000, más allá del desarrollo de las redes sociales, que por supuesto suman. Tenemos una colección de poesía contemporánea (con textos de Nora Fiñuken, Alicia Odorico, Laureana Cardelino); por ahora son todas poetas de los barrios. Sin duda lo geográfico nos parece muy importante.

¿Por qué?

Natalia: Tenemos cierta formación académica pero al venir de los barrios y de familias de clase trabajadora no teníamos acceso a una mega biblioteca de padres licenciados. La apología del conurbano suena a clisé pero te hace diferente. Cuando sos chico y te movés en el conurbano, en general, no conocés a mucha gente a la que le gusten las mismas cosas que a vos; en mi barrio no había tanta gente interesada en la poesía por ejemplo, es la verdad. Y eso te va formando con menos acceso a todo pero también te enseña a hacer con las herramientas que tenés.

Inés: Yo pasé toda mi adolescencia lésbica sin lesbianas. No sólo hacemos los fanzines sino que generamos espacios para que una piba del conurbano pueda venir a feriar sus escritos. Parece algo tonto lo de tener un espacio pero no lo es. Dimos un taller hace un tiempo de poesía, género y disidencia sexual en una escuela de Francisco Álvarez. Había pibes de doce años que te decían “yo soy bisexual”, porque encontraron esa oportunidad para decirlo porque llevamos el tema a través de la poesía. Les llevamos poesía muy under a la que tal vez no hubieran tenido acceso fácil de otro modo. Era decirles: así como lo hacemos nosotras, vos también lo podés hacer.

¿Qué podrían decir de este momento de la cultura fanzinera?

Sebastián: Creo que está explotando de ofertas, de ferias. Se reinventa todo el tiempo. En Argentina, en los 80, fue en paralelo con el auge de la cultura punk. Pero hoy hay un resurgimiento del fanzine influido por las nuevas tecnológicas. 

En plena era digital, ¿cómo se explica que haya tanta gente volcándose al fanzine en papel?

Natalia: Hay una nostalgia de volver a algo más manual. Volver a ensuciarte las manos con pegamento. Remite a la infancia a esas primeras vías de expresión. Si bien hay una explosión de lo digital, no hay tantas vías alternativas para retratar el submundo del que habla el fanzine. Lo digital satura y despersonaliza. El fanzine precisa del encuentro, el intercambio con otros fanzineros. Al principio el fanzine tenía que ver con el mundo de las bandas, pero hoy abarca todo: poesía, ensayo, narrativa, teatro. 

Inés: El costo del fanzine es muy bajo, usa mucho el reciclado. El boom del fanzine es una respuesta negativa a toda aquella teoría que circulaba hace algunos años, y todavía circula, sobre la muerte del libro en papel tal como lo conocemos. Después de eso vino una segunda ola teórica de la convivencia de ambos formatos, el papel y lo analógico. Hoy se ve un resurgimiento de editoriales que revalorizan el papel, que conviven con otras editoriales que tienen plataforma online y te dejan descargarte el libro por ahí. 

¿Qué es lo que distingue a Mutanta dentro del circuito?

Natalia: Tiene que ver con las voces disidentes; no la disidencia pensada como lo lgbti únicamente, sino todo tipo de formas diferentes de estar en el mundo, formas de salirse del devenir. 

Inés: Está en la poética que cada una trae, en la que hablamos de nuestros cuerpos, de nuestros deseos. Yo hablo mucho del lesbianismo en el barrio. Natalia habla mucho del cuerpo y su relación con la mente, de sobrevivir a psiquiatría.

Sebastián: En mis poesías aparecen mucho historias sexuales que invento, encuentros furtivos en lugares cualquiera, como un tren, algo de mi transición también aparece. Somos tres personas con historias de vida diferentes pero hay puntos que nos unen: cierta expulsión o el silenciamiento de otras formas de vida y pensamiento. No para considerarnos víctimas o outsiders, todo lo contrario, para hacer de eso bandera, de ahí el nombre de la editorial. l