Momentos de gran turbulencia económica, como el que está pasando actualmente el país, logran reinstalar los interrogantes de siempre: ¿Cuál es el problema del país? ¿Por qué la historia tiende a repetirse? ¿Por qué los bruscos ajustes cambiarios aparecen siempre como protagonista de esta historia? ¿Por qué la economía no logra crecer sostenidamente? La respuesta a estas preguntas implica indagar sobre los diagnósticos y es aquí donde se plantea la gran diferencia entre las distintas posturas. 

La crisis del petróleo de 1973 y la consecuente aparición del fenómeno de la estanflación (inflación y estancamiento) puso en jaque a la teoría keynesiana y permitió el resurgimiento de la teoría clásica de la mano del monetarismo. La propuesta núcleo de esa corriente de pensamiento resalta la idea de que la inflación y los desequilibrios en la balanza de pagos son, en todo lugar y en todo momento, síntomas de los desequilibrios monetarios. Es decir, las discrepancias entre la cantidad de dinero ofrecida y la que realmente desean mantener los agentes económicos (individuos/empresas) producen un efecto sobre del gasto interno que termina incidiendo sobre los precios locales y/o en el stock de reservas. En una economía abierta, si existe un exceso de oferta, dicho excedente se canalizaría hacía la compra de bienes y servicios y/o activos internacionales. Para esto último se requieren divisas, no moneda nacional, por lo que los agentes económicos demandarán la cantidad de divisas equivalentes al exceso de dinero, reduciendo las reservas del Banco Central, quien las venderá para mantener el tipo de cambio. La paridad cambiaria se mantendrá mientras el Banco Central tenga las reservas suficientes; de lo contrario, se producirá una devaluación de la moneda nacional equiparable al exceso monetario. 

En línea con ese argumento, economistas de la Escuela de Chicago –cuna del monetarismo– y organismos como FMI recomiendan un estricto control sobre el crédito interno (déficit fiscal financiado con emisión monetaria), ya que cuando el Banco Central financia al Estado –como consecuencia de que éste último gasta más de lo que le ingresa–- se produce un desequilibrio monetario que termina reduciendo las reservas del Banco Central y provocando la devaluación de la moneda. 

En resumen, la devaluación es una señal de la/s falla/s en la política monetaria y, por ende, el mal económico es atribuible a las malas políticas gubernamentales, principalmente al elevado gasto público, que provoca déficit fiscal y encamina a la economía a importantes problemas en el sector externo. Para los monetaristas, el Estado está confinado a desempeñar un papel pasivo en la economía, mientras que el libre mercado debe desempeñar un papel más activo. El libre juego del sistema de precio (libertad para los flujos comerciales y financieros) permite una mejor asignación de los recursos al eliminar las actividades menos eficientes y beneficiar aquellas en la que los países poseen ventajas comparativas.   

Déficits

Cuando leemos dicha línea argumental, la misma resulta lógica; aunque en la realidad no logra ser exhaustiva y, por ende, suficiente, principalmente en países como Argentina. En primer lugar, la monetización del déficit fiscal no constituye la única ni la principal causa de los desequilibrios externos. Históricamente, en países latinoamericanos, los déficits de cuenta corriente han sido explicados por el declive del poder de compra de las exportaciones como consecuencia de las caídas en los precios internacionales de los principales commodities de exportación. 

La crisis financiera 2008 es el ejemplo más cercano. En el caso de Chile, donde las exportaciones explicaron el 45 por ciento del crecimiento del PIB entre 2003 y 2007, la crisis tuvo un impacto de importancia. El precio del cobre –principal producto de exportación, representando cerca de tres cuartas partes de las exportaciones del país– mostró una tendencia decreciente afectando el crecimiento del PIB y el equilibrio presupuestario del Estado. Ecuador en 2008, donde el petróleo representa el 60 por ciento de las exportaciones del país, es otro claro ejemplo de cómo el sector externo terminó imponiendo su desenlace sobre el presupuesto del Estado. 

Demanda/Oferta

En segundo lugar, el monetarismo coloca el acento en cuestiones de demanda, cuando, en muchos países, el problema se encuentra radicado en la oferta. Políticas monetarias y fiscales contractivas son las recomendadas para reducir la demanda al nuevo nivel de oferta, sin considerar aumentar la oferta al nivel de demanda vigente. 

En el caso argentino, a pesar de las variadas ocasiones en la historia del país en que se buscó imponer ese  tipo de políticas, sin lograr nunca una mejora de la situación, el debate pareciera inclinarse a favor de la postura monetarista. La actualidad describe un gobierno, que con el apoyo del FMI, tiene como objetivo reducir el gasto público, dado que el mismo se considera el principal mal intrínseco en el sistema. Nuevamente, el diagnostico se encuentra enfocado en un exceso de demanda propiciado por el elevado gasto público, cuando en realidad el problema proviene de una escasez de oferta como consecuencia de la insuficiencia de divisas. 

La convivencia simultánea de dos sectores bien diferenciados en términos de productividades (sector primario e industrial) ejerce presión sobre la balanza de pagos por la aparición de la denominada restricción externa, que resulta ser –ni más ni menos– la insuficiencia de divisas necesarias para lograr mantener y expandir la actividad económica. 

La diferencia de productividades entre los sectores obedece a las favorables condiciones naturales con las que cuenta el agro versus el bajo grado de desarrollo con el que cuenta la industria. Un grado de desarrollo que no logra superar por los diversos vaivenes políticos y económicos ocurridos a lo largo de su historia, que la obliga a operar a costos más elevados que los internacionales y a terminar dependiendo del mercado interno. La industria argentina no es ineficiente en relación a otros países industriales, sino que mantiene el nivel de eficiencia de cualquier país en el estado de desarrollo imperante. 

Restricción externa

La diferencia de productividades genera una divergencia crónica entre el consumo de divisas y su generación. El Agro –sector exportador– es el principal generador de divisas; mientras que la industria es la principal consumidora de divisas por la importación de materias primas, insumos intermedios y bienes de capital. Por tal motivo, en momentos de expansión económica, el sector industrial, de mayor crecimiento relativo, termina consumiendo todas las divisas generadas por el Agro, agotando las reservas internacionales y provocando una crisis de balanza de pagos. 

El proceso globalizador de las últimas décadas ha incorporado un condimento adicional en la estructura productiva: las multinacionales. Compañías de gran tamaño que han logrado posicionarse en mercado local y cuya predisposición a importar y a girar dividendos, de y hacía las casas matrices, respectivamente, ha conformado una fuente de consumo de divisa y presión cambiaria adicional a las existentes. 

A lo largo de los años, los gobiernos han intentado evitar el problema de la restricción externa, pero sin buscar solucionar la cuestión de fondo. Un contexto externo favorable (altos precios internacionales de los commodities) solo esconde el problema por la abundancia de divisas generadas; pero luego tienden a aparecer medidas como restricciones a las importaciones y controles de cambios que solo atenúan la presión sobre el sector externo, generando, en consecuencia, una ralentización de la actividad económica. 

Las medidas monetaristas, enfocadas en un diagnostico distinto, tienen un efecto similar sobre la restricción externa, aunque con un desenlace de mayor gravedad por el impacto económico–social. La falta de divisas es eludida mediante endeudamiento externo. Sin embargo, la liberalización de los mercados (comerciales y financieros) propicia no solo la importación de materias primas y bienes intermedios, sino –y con mayor profundidad– la de bienes terminados y la formación de activos externos netos (fuga de capitales). La fragilidad sobre el sector externo se profundiza a medida que el déficit de cuenta corriente se acrecienta, la renuencia de los mercados financieros internacionales frena la exposición en el país y las reservas comienzan a caer. La devaluación de la moneda se vuelve inminente y el déficit se corrige por la profunda recesión que se genera en consecuencia. El sector externo termina afectando las cuentas públicas, pero el monetarismo continúa empecinado en reducir el gasto público, entendiendo que el mismo continúa siendo el virus intrínseco en el sistema, por lo cual la recesión termina siendo aún más profunda. 

En definitiva, históricamente el problema económico argentino no se encuentra en los recurrentes excesos de demanda que provocan los elevados gastos públicos; sino en la escasez de oferta propiciada por la insuficiencia de divisas y como consecuencia de un sector industrial que no autogenera las divisas que consume. Políticas monetaristas de liberalización de la economía no sólo impiden solucionar el problema, sino que tienden a profundizarlo por la presión adicional que generan sobre el sector externo, y sus consecuencias terminan siendo aún más drásticas. Por consiguiente, las políticas debieran estar encaminadas en promover incentivos suficientes para el desarrollo y la exportación industrial y no en reducir la demanda al nivel de oferta de restricción externa socavando las posibilidades de ese desarrollo.

* Economista de la Universidad Nacional de La Plata, con master en Riesgos Económicos y Financieros de la Universidad de Buenos Aires.