El Gobierno consiguió la aprobación del Presupuesto en Diputados con mayoría cómoda. A la hora señalada, a tiempo para ofrendarla al Fondo Monetario Internacional (FMI). El poroteo previo, que tendrá vicisitudes, sugiere que el Senado lo hará ley. El designio oficial es lograrlo antes del 30 de noviembre para poder “mostrárselo” al G-20 cuando recale por acá.

Los legisladores de Cambiemos se manejaron con comando único y discursos calcados. El Ejecutivo, en particular el ministro del Interior, Rogelio Frigerio (nieto), articuló y roscó con gobernadores peronistas tanto como con diputades “sin tierra” de la oposición.

Bajo la batuta hábil del presidente del cuerpo, Emilio Monzó, trataron de no enardecerse para mantener viva la sesión y obtener el resultado apetecido. Nicolás Massot excepcionó la regla. Las culpas y los crímenes de los padres no son extensibles a los hijos… a menos que estos los reivindiquen y los hagan propios. Por razones etarias, Massot no fue instigador ni cómplice del terrorismo de Estado como sus mayores, pero escogió ser encubridor y apologista. De tan apasionado, empiojó la táctica más sutil de Monzó. Los cambiemitas soportaron que se portaran efigies de la titular del FMI, Christine Lagarde, y símbolos patrios de Estados Unidos. 

El kirchnerismo prolongó una tradición, con antecedentes en 2002 durante la presidencia de Eduardo Duhalde, cuando la diputada frepasista Alicia Castro desplegó una bandera con franjas y 50 estrellas en el estrado ocupado por el presidente de la Cámara Eduardo Camaño. Peronistas y radicales, unidos para validar otra propuesta trenzada entre el FMI y gobernadores, le dijeron de todo. “Puta” y “torta”, entre otros exabruptos, que (por ahí) ahora serían demasiado chocantes. Camaño, más contenido, le recriminó blandir “la bandera del adversario”. La inclinación política del macrismo jamás incurriría en una parla similar: encarnan una derecha oronda, no culposa.


Soja para hoy, hambre bienal: El común denominador de las intervenciones de legisladores oficialistas resistió la tentación de hacer promesas de bienestar, crecimiento, desarrollo o supermercado del mundo. También a fechar el momento en que se revertirían la deflación, el aumento del desempleo, la inflación record. El año próximo habrá campaña, es aconsejable evitar quedar “a tiro de spot publicitario”, con preanuncios que serán refutados por la realidad.

El Presupuesto ajusta por doquier, nos remitimos a los análisis de los colegas de Economía de este diario. Agregamos un puñado de observaciones dispersas. La más evidente es que las previsiones numéricas del oficialismo perdieron toda credibilidad con el presupuesto 2018 que solo sirve para consumo irónico o cínico. 

El proyecto contiene bombas ocultas que potenciarán las subas de precios. El viva la pepa a favor de las concesionarias de servicios públicos, entre ellos. La supresión de subsidios a provincias para sufragar el transporte de pasajeros hará escalar los precios del boleto. La merma del consumo interno resentirá la recaudación de impuestos, en magnitud imposible de predecir y de evitar.

Los “canjes” ofrecidos por la Nación a las provincias no compensarán la pérdida de recursos de estas. Primero y principal porque sería absurdo: el objetivo del presupuesto es recortar, no mantener equivalencias. 

Añadamos una observación conceptual. Los ingresos actuales del del Fondo Federal Solidario(“sojero”) –resignado con mansedumbre por los gobernadores– son conocidos, se transfieren a diario y su quantum se puede proyectar con cierta precisión. Los que resultarían de la suba de impuestos futuros (Bienes personales, por caso) son aleatorios, dependen de un sinfín de variables no cristalizadas. El nivel de actividad, por ejemplo. Asimismo,la contabilidad creativa de las grandes empresas, diestras en la elusión y (a menudo) de la evasión lisa y llana. Alienta esta interpretación la promesa de un nuevo blanqueo que no figura en el Presupuesto pero fue “vox populi” (si se admite el oxímoron) en los pasillos del Coloquio de IDEA.

Las gracias concedidas a los productores agropecuarios comprueban favoritismo de clase, máxime ante la perspectiva de una cosecha record. Macri y la gobernadora bonaerense María Eugenia Vidal encarecen que “todos nos sacrifiquemos”, pero luego se mejora la condición de los contados ganadores del “modelo”. 

Las prestaciones sociales serán otro pato de la boda con Christine, la amada. El Gobierno operó como es habitual, por ejemplo, abarató los diferenciales por zona geográfica que paga la Anses. Hizo “la gran Macri”: amagó abolirlas, juró mantenerlas intactas ante los reclamos, en definitiva las taló.

Las jubilaciones, las pensiones, la Asignación Universal por Hijo seguirán vigentes porque la ley construye un vallado contra la bulimia macrista pero mermará su valor adquisitivo. Ocurrirá lo mismo con los salarios, para la masa decreciente de laburantes que todavía los percibe.

El déficit cero es una quimera, un objetivo tan nefasto como inalcanzable. Desde el vamos, una falacia: la cuenta olvida los pagos por deuda externa que crecerá en 2019.

Para la economía real habrá peor de lo mismo, algo confesado por la propia narrativa oficialista a regañadientes.


Opositores y compañeros de ruta: El programa macrista, los mandatos del Fondo y el modelo polarizan estrechando hasta anular el espacio de la autopista del medio. Los peronistas que le dieron oxígeno a la ley de leyes aducen contribuir a la gobernabilidad aunque no osan expedirse sobre el devenir de trabajadores y sectores medios. Quedan, siendo piadosos, desdibujados y dañan su propia prospectiva electoral.

El conjunto que se pronunció en contra es plural y disperso a la vez, cada quién estimará las proporciones. 

El desgajamiento del bloque del Frente Renovador otrora liderado por Sergio Massa aportó la novedad de la semana. Daniel Arroyo, Facundo Moyano y Felipe Solá, tres diputados vistosos, con trayectorias y ambiciones inmediatas dispares se venían desplazando hacia la oposición frontal desde hace cosa de un año. “Felipe” está en el elenco de hipotéticos presidenciables del panperonismo lo que le granjea diatribas severas de los medios dominantes. En el contexto actual, es un reconocimiento.

La diputada Victoria Donda expresa el desplazamiento de sectores de izquierda o de movimientos sociales que captan la polarización que signará las elecciones 

Quienes votaron y alegaron por la negativa colaboran y compiten entre sí, todos invocando la necesidad de unirse. Innegable condición necesaria para derrotar al macrismo que todavía no encuentra base firme ni acciones conjuntas, fuera del marco de la protesta social. Falta menos de un año para las elecciones generales, diez meses para las Primarias Abiertas (PASO) ocho para el cierre de listas. La cuenta regresiva se mueve más velozmente que la unidad de la “opo”.

Los cronogramas de los comicios provinciales serán definidos por los respectivos gobernadores. Resulta prematuro decir cuántas se desdoblarán. No menos de la mitad, palpita este cronista, casi timbeando.

El jefe de Gobierno porteño, Horacio Rodríguez Larreta, consiguió franquicia para fijar fecha, junta o separada de las generales. Sobrevivirá el cuestionado “voto electrónico” más útil para acelerar escrutinios que para garantizar transparencia. Un simulacro propio de la etapa, un ersatz de democracia en un mundo que gira a la derecha con saña tenaz. En la Argentina combina políticas económicas neocon con xenofobia, discriminación rampante y desprecio a la ley (ver nota aparte).


Tendencias y novedades: Cambiemos funcionó de modo más afiatado que sus adversarios en el recinto. La unidad oficialista se sostiene por doquier. Es disfuncional, o alocado, abandonar una coalición de gobierno en la inminencia de elecciones. El porvenir alternativo es áspero, el ejemplo de la Alianza –que excepcionó la regla– no tiene por qué repetirse.

Las internas de Cambiemos entretienen y enojan pero no incubarán rupturas. Sus dirigentes juegan los roles de policía bueno o policía malo. La diputada Elisa Carrió innova añadiendo un tercer personaje: el policía lunático. Discutirán, cruzarán reproches o pedidos de renuncias… se sostendrán juntos. Todos y todas: Macri, “ella”, los radicales, Daniel Angelici, Marcos Peña, Vidal y siguen las firmas.

La gobernadora patalea de veras porque “la provincia” padece las restricciones impuestas desde la Casa Rosada y Washington. En una de esas, el presidente se ingeniará para paliar en parte el deterioro más cerca del veredicto de las urnas. Jamás del todo porque las carencias superan lejos a las necesidades.

El desafío de conformar un frente aglutinante concierne al peronismo ante una competencia en la que, como dicen los futboleros, “depende de sí mismo” si no se produce un vuelco asombroso en la economía.

La baja en declive de sectores medios delinea un mapa político distinto a los de 2015 y 2017. Tal vez, dicho deterioro sea clave en el resultado de octubre. El macrismo pone más fichas para cuestionar al kirchnerismo que para mostrar sus realizaciones. Se entiende, no le queda otra. Habrá que ver si le alcanza.

La disparidad entre argentinos los divide aun dentro de las provincias. La “zona núcleo”, bastión del voto oficialista, la pasa mejor que otras regiones. Pero su hinterland exhibe grietas profundas. Puesto de modo simplote: entre el interior bonaerense y el Conurbano median más diferencias socio económicas que entre dos barrios asimétricos de la Ciudad Autónoma. Exaltación de la Cruz y Florencio Varela son dos universos distintos. Como lo sigue siendo la pampa gringa de Santa Fe comparada con Rosario.

Para vencer en elecciones nacionales siempre fue imprescindible un apoyo policlasista. El macrismo apuesta a la clase opulenta, al antiperonismo de los sectores medios, a rasguñar votos en el pobrerío. Solo la desorganización del espacio opositor mantiene la viabilidad de esa jugada en medio de una debacle económica que se acrecienta cada vez más.

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