Desde Río de Janeiro

Fueron días de torbellino para los seguidores de Fernando Haddad, el candidato del Partido de los Trabajadores y de Lula da Silva, y de idas y venidas en la campaña de Jair Bolsonaro, el candidato de ultraderecha que venía con una larga ventaja desde la primera vuelta.

Luego de dos semanas de tibio y lento desempeño, dedicado básicamente al fallido intento de construir un “frente amplio” para derrotar al ultraderechista, a partir del pasado martes Haddad se lanzó a las calles, buscando espacio y medios para una posible, aunque muy poco probable, reversión del escenario electoral. El punto de partida fue un acto que reunió a unas 70 mil personas en Lapa, región central de Río, teniendo en el escenario astros del calibre de Chico Buarque y Caetano Veloso, además de la figura siempre impactante del teólogo Leonardo Boff. Enseguida vinieron marchas y concentraciones multitudinarias en otras ciudades y capitales, con destaque para Salvador de Bahía y San Pablo. 

Se sucedieron manifestaciones de artistas e intelectuales de varias partes del mundo, plagadas de nombres de primer nivel, que culminaron ayer con la declaración de voto para Fernando Haddad divulgada por Joaquim Barbosa. O sea, quien, como presidente del Supremo Tribunal Federal, se transformó en una especie de verdugo implacable del PT, despachando –en decisiones que fueron ampliamente criticadas por juristas de todo el mundo– a la cárcel figuras icónicas e históricas del partido, sumó su apoyo al candidato elegido por Lula. 

Coincidencia o consecuencia de ese movimiento y de graves equívocos cometidos por Bolsonaro y sus seguidores, a mediados de la semana las encuestas indicaron que disminuyó, de manera incontestable, aunque no decisiva, la distancia entre los dos candidatos.

En medio de esa ola hubo, es verdad, decepciones. El ex presidente Fernando Henrique Cardoso se negó a declarar que votará al candidato del PT, y lo mismo hizo Ciro Gomes, cuya trayectoria en la centroizquierda lo elevó al tercer lugar en la primera vuelta y que, luego de pasar quince días en Paris, volvió y optó por no decir nada. 

Entre coordinadores de la campaña de Haddad, sin embargo, el clima era más bien de cautela. Lejos del público, admitían que disminuir fuertemente la diferencia alcanzada por Bolsonaro en la primera vuelta sería un logro importante, ya que el adversario, aunque ganase la disputa electoral, estaría bajo fuerte presión al asumir el puesto el primero de enero. Algo parecido dijo, desde la celda en que se encuentra preso desde abril, luego de un juicio que lo condenó sin pruebas, en un clarísimo acto de arbitrariedad y politización de la justicia, el ex presidente Lula: es importante, como mínimo, que de las urnas salga una oposición fortalecida.

Por su parte Bolsonaro tuvo una trayectoria en zigzag. Luego de que uno de sus hijos declarara que para cerrar la corte suprema del país no se requiere más que a “un soldado y un cabo”, el propio candidato le echó más leña al fuego: aseguró que mandará “a los rojos a la cárcel o al exilio’, que decretará que movimientos sociales de amplia actuación pasarán a ser considerados “grupos terroristas”, y que pretende ignorar solemnemente “a las minorías”, entre otras aberraciones comunes en su amplio repertorio de amenazas. 

Después Bolsonaro optó por un vuelco feroz. Empezó por imponer un toque de silencio absoluto a sus asesores. Luego pasó él mismo a divulgar, por las redes sociales, declaraciones cuyo objetivo claro era construir una imagen de tranquilidad y pacificación nacional, contrariando todo lo que había dicho hasta entonces. Reiteró su respeto absoluto a la Constitución, hizo un llamado a la unidad de todos los brasileños y garantizó que sabrá respetar opiniones divergentes. O sea, un cambio radical en sus declaraciones de hace una semana, cuando su discurso era “o nos aceptan, o los doblegaremos”. 

Si a todo eso se suman las idas y venidas en sus proyectos económicos, lo que se tiene es un candidato que, en vísperas de la disputa en la cual seguía como favorito, parecía más perdido que un pobre ciego en medio a una balacera de borrachos. Y, como él, está el país.