“La vez que lo hice escuchar El retorno, que sacamos en 2016, me dijo: ‘¡Qué loco que es!’. Y ahora que le pasé el nuevo, me comentó: ‘¡Guao, está muy bueno!’”, recuerda Lisandro Maldonado, baterista de Libélulas, sobre la devolución que le hizo su tío Raúl Ruffino antes de la presentación oficial del flamante álbum del trío, en el que el guitarrista de Los Tipitos figura como invitado. Es que si bien aún se perciben los matices indietrónicos de aquella encarnación del grupo chaqueño, este Hacer un fuego abre el juego no sólo hacia otros estilos sino también al imaginario latinoamericanista. “Al ser del norte de la Argentina estamos en contacto con más países”, reflexiona Maldonado. “Existe un pensamiento federal, y con esto me refiero al resto de las provincias y a América latina. Nos influenciaron muchas bandas de la región como Zoé o Los Espíritus, que tiene esa cosa propia del rock latino.”

Y es que mientras un tema como Montañas escala hacia el Altiplano andino, otro como Paraná, aunque pareciera fluir con la corriente litoralense, refleja el paisaje del otro lado del mediterráneo. Lo que confirma en su cierre con esa alusión al Duerme negrito que Atahualpa Yupanqui descubrió en la frontera entre Venezuela y Colombia. “Inconscientemente, cayó en este disco con un ritmo hip hop, pero es cumbia”, explica el baterista acerca del anteúltimo tema de Hacer un fuego. A lo que Alejandro Rodríguez (voz y guitarra), fundador de la terna junto a su hermano Gerardo (bajo y sintetizadores), añade: “La cumbia chaqueña es popular y masiva, por más que está reversionada en clave de vallenato. Tiene su estilo. Estudiaba con muchos chicos que eran de la costa del río y de abuelos chamameceros, pero tocaban cumbia. Está bueno irse de tu casa y de la escena familiar. Hay mucha gente en Buenos Aires y de cada persona aprendés algo. Me volaron la cabeza la música afrocubana y el folklore venezolano. Acá encontré lo que estaba buscando.”

Cinco años después de armarla en Resistencia, en 2012, Alejandro y Lisandro establecieron la banda en la capital argentina. Gerardo decidió mantenerse yendo y viniendo desde el Chaco. “El venir a la ciudad pegó fuerte”, afirma el frontman. Y lo evidencian en su tercer disco de larga duración (lanzado este julio) canciones como Intentar, Hace tiempo y Hawái, en las que el indie evoluciona de lo fantasmal a lo épico. Mientras Botes, que cuenta con la colaboración del músico correntino Guazuncho, asoma el perfil Babasónicos en tiempos de Infame. Sin embargo, Alejandro despeja cualquier duda: “En realidad está inspirada en el grupo chileno Los Angeles Negros. Mi abuelo era terrible: cantaba tangos, era mujeriego y siempre estaba de gira. Y mi abuela en esa época escuchaba Y volveré, que era muy depresivo. Uno no puede negar de dónde es. La forma de acomodar la voz, la tonada, todo eso se nota en las canciones. Me siento orgulloso. En el Litoral los músicos tenemos otra sangre”.

Pese a que las primeras señales de que en la capital de la provincia que los Kuryaki inmortalizaron –en el título de su disco más famoso– estaba sucediendo algo interesante, que conectaba al paisaje con la vanguardia mundial, las ofreció el laboratorio sonoro Sobrenadar, la movida de Resistencia viene de muchos años atrás. “Hace una década, la gente pensaba que andábamos en caballos y con taparrabos”, ironiza Alejandro, cuya banda los encontró en sus inicios apeados a una propuesta instrumental. “A fines de los ochenta, hubo una escena de cantautores que mezclaban folklore con rock, y de la que destacó Zitto Segovia. Vivió en México, grabó en Francia y tuvo un final trágico: su colectivo cayó al Río Paraná con todos sus músicos, y murieron ahogados. Cuando me junto en fogones, siempre canto un tema suyo. Es muy spinettiano, pero inspirado en el Litoral. El hecho de venirnos fue un cambio, pero el Chaco es el secreto de la Argentina. O así dicen.”

* Libélulas presentará Hacer un fuego mañana desde las 21 en el Club Cultural Matienzo, Pringles 1249.